Un domingo, allá por el mayo de 1984, se enfrentaron Nacional y Danubio en un partido correspondiente a una de las primeras fechas del torneo de la primera división del fútbol uruguayo.
El encuentro se jugó al mediodía, con muchísimo público en las tribunas y con la permanente amenaza de una lluvia que nunca llegó.
En la primera etapa del cotejo no pasó absolutamente nada que valga la pena destacar. Tal vez, lo más interesante del inicio del partido haya sucedido cuando el por entonces maduro actor Wilson Walter González, reconocido hincha de Nacional, invitado por la dirigencia del tricolor, dio el puntapié inicial no sin sonreír como el pibe más feliz del mundo; además, antes de salir del campo, se sacó una foto con su jugador preferido, Sebastián el mago Álvez.
En el segundo tiempo las cosas empeoraron, al punto que si al irritable Alejandro Fabbri le hubiese tocado comentar ese período no hubiera encontrado consuelo en tildarlo de “ordinario”, “pobre” o “lamentable” como suele hacer, sino que además habría dado su cuerpo a la causa sin dudarlo: se hubiese puesto los cortos, abandonado la cabina y mandado hacia la cancha con seguridad y firmeza con la intención de demostrar cómo se juega bien al fútbol. Pero sólo habría conseguido ser interceptado por la policía por invadir el campo.