“Alfredo Di Stéfano: un presente lleno de recuerdos“. Así se llamaba la nota que el Di le brindó al semanario Sport en 1966, en la que resumía buena parte de su carrera. Su transcripción completa es mejor que cualquier juicio de valor o exhibición de palmarés.

Alfredo Di Stéfano: un presente lleno de recuerdos

Por Juvenal

(En “Sport”, suplemento mensual de “El Gráfico”, 24 de agosto de 1966)

“No sé por qué sigue jugando. ¿Qué quiere? ¿Que lo saquen muerto de una cancha de fútbol? Cada vez que debe salir al campo se exige un esfuerzo enorme, porque vive con un dolor al nervio ciático que no lo deja en paz… Con el dinero que ya tiene puede retirarse cuando se le ocurra, pero… quiere demasiado al fútbol”. Don Pedro Escartín hizo una intencionada pausa antes de completar la idea:

– Y al dinero…

Estábamos hablando de Alfredo Di Stéfano en la redacción del diario madrileño Marca, un viernes por la tarde. Cuarenta y dos horas más tarde, en la media mañana del domingo, Alfredo bajaba de su habitación de un hotel de Sevilla, donde esa tarde su equipo jugaba contra el Betis y, sentados en el bar ante dos vasos de jugo de pomelo, me confesaba:

– Anoche casi no pude dormir, siento un dolor aquí en la espalda, del hombro a la cintura, que me tiene loco. Pero vos sabés cómo es esto… en cuanto entro a la cancha ya no siento nada. Hago dos sprints y me olvido hasta de que tengo espalda.

Rumbo a la cancha del Betis, Emil Osterreicher, el experimentado técnico húngaro que se desempeña como team-manager del Español de Barcelona, afirmaba rotundamente:

– Alfredo está hecho un pibe. Con la clase de siempre y el espíritu de siempre. Es el que más corre, el que más lucha, el que más se sacrifica. Todavía tiene para rato…

EN SEVILLA

Poco más tarde veía jugar a Di Stefano limitado a un rol esencialmente defensivo: con el Nº6 en su casaca y metido en el fondo, como último hombre de un equipo que mostraba serias fallas defensivas. Tirándose a los pies, cediendo corners, cruzando al rival que se metía solo. En una tarea deslucida y oscura. Sobre todo para quien, hasta no hace mucho, era el mejor jugador de Europa.

La imagen tenía mucho de ocaso deportivo. Pero también mucho de dignidad profesional. Alfredo no es el veterano que juega parado o al tranquito, en una parcela muy reducida de terreno, sirviéndose del esfuerzo de otros diez. Es uno más en el esfuerzo, en la lucha, en el sacrificio, en la humildad. Tal vez el más sacrificado y el más humilde. Pero todavía es el mejor pagado de España.

Tiene contrato con el Español por otra temporada más, y por dos años ha recibido una prima de 7 millones de pesetas. Esto es: 28 millones de nuestra moneda.

Además, ha sabido invertir su dinero. En eso Escartín tiene razón: Di Stefano ya no necesita del fútbol para vivir. Pero el fútbol le permite acrecentar sus bienes, y mientras pueda permanecer erguido sobre una cancha seguirá jugando. Una sociedad no paga 14 millones de pesos argentinos al año por un hombre “acabado”.

EN MADRID

Alfredo ya no tiene casa puesta en Barcelona. Allí está su trabajo —“la fábrica”, como él le llama a los estadios donde entrena durante cinco días a la semana con la dedicación profesional con que lo hizo siempre— y reside en un hotel. Su familia sigue viviendo en el Nº13 de la calle Henares, del barrio El Viso, de Madrid, a cinco minutos de la vieja “fábrica”: el estadio de Real Madrid.

Sara, la señora, dirige un importante salón de belleza de su propiedad, a pocos pasos de la avenida del Generalísimo, con la ayuda de su hija mayor, Nannnette (14 años, nacida en Colombia). El establecimiento lleva el nombre de la segunda hija del matrimonio Di Stefano: Silvana (también colombiana, 13 años). Los dos hijos menores son madrileños y van a la escuela primaria: Alfredo (10 años) y Elena (7). El pibe juega al fútbol y Alfredo lo estimula, llamándolo con el mismo apodo que a él lo hizo famoso:

– ¿Qué hay, Saeta? ¿Cómo anduvo eso?
– Bien, padre. Ganamos.
– Y tú, ¿de qué jugaste?
– Pues… De volante izquierdo.

Toda la familia habla “en madrileño”. Incluso el jefe. Pero en la larga y bien rociada charla que sostuvimos durante 20 horas, en presencia de su socio y amigo Pepe Santamaría, muchas veces le salió de adentro el porteño que nació y se crió en Barracas.

– ¿Qué te crees tú? ¿Que los ingleses son giles? Tú los ves de afuera y te parecen unos troncos… pero allí adentro hay que aguantarlos. ¡Son de “incordiosos”! La recibes y ya tienes tres al lado tuyo. ¿Helmuth Haller? Ése nació en Barracas… Se las sabe todas.

EN “LOS ÁLAMOS”

Al día siguiente del partido de Sevilla nos encontramos de mañana en el centro de Madrid. Di Stéfano manejaba su Seat (marca española del Fiat) 600 color azul.

– Éste es el coche del pueblo aquí en España. Es una maravilla. Lo aparcas donde se te ocurre. Antes tenía una máquina sport, potentísima. Pero con ésta me arreglo…

Enfilamos hacia el aeropuerto, lo dejamos atrás, y a 18 kilómetros de Madrid, en Torrejón de Ardoz, está la granja “Los Álamos”, de la firma DISASA (Di Stéfano – Santamaría S.A.). A pocos kilómetros está la base militar estadounidense.

Allí adentro hay varios simpáticos andaluces de reducida estatura que manejan todo. “Todo” es un criadero de aves y huevos, una quinta, varios corrales de cerdos y algunas jaulas de conejos.

– Al principio teníamos esta nave para 10.000 gallinas ponedoras. Ahora tenemos esta otra para 3.000 pollos. Aquí clasificamos los huevos. ¿Ves todos estos chanchos? Empezamos con 4 que nos regalaron. También estamos haciendo experimentos con algunos conejos. Yo ya conocía el negocio. En Navarro, cuando estaba en River, tenía una granja como ésta. No nos dedicamos mucho, porque yo estoy la mayor parte del tiempo en Barcelona y Pepe tiene otro negocio importante: una estación de servicio en sociedad con dos muchachos mecánicos. Pero el año pasado nos dejó una ganancia de 700.000 pesetas…

Además de la casa de Henares (en cuyo jardín reluce la blancura del monumento a la pelota con la inscripción “Gracias vieja”), Di Stéfano es dueño del local donde func
iona el local de peluquería para damas, de varios departamentos y uno en Buenos Aires.

EL “ESPASA” DEL FÚTBOL

Almorzamos en la casa de Alfredo y a la hora del café se reunió con nosotros Pepe Santamaría. Doña Sara se fue a su negocio con Nannette. Silvana a su clase de gimnasia, el pequeño “Saeta” a jugar un partido. Elenita a la escuela y nos quedamos en el living, charlando y recordando.

– Preguntá nomás —decía a cada rato Di Stéfano, con olvido total del madrileñísimo acento adquirido en sus 13 años de permanencia “entre la mejor gente del mundo”. – Preguntá que yo soy el Espasa Calpe del fútbol… Mi viejo jugaba en los tiempos de Luraschi y Grifero, antes de Carlos Isola… ¿Nunca te contó Machín cómo pateaba mi viejo? Tan fuerte como Bernabé. Yo estoy emparentado con los Brown, los Drake, los que hicieron la historia del fútbol argentino. Con Pertini, que fue fundador de Boca. Nací y me crié entre gente de fútbol, vivo del fútbol y para el fútbol. No estoy cansado del fútbol. Hablaría de fútbol toda mi vida…

A la hora de la cena volvió doña Sara, cenaron los hijos. Pepe Santamaría volvió a llamar a su casa para repetirle a su señora que “dentro de un rato estoy allí” y nosotros seguíamos hablando. La charla continuó a la mañana siguiente, alrededor de las diez, frente al estadio Santiago Bernabeu, donde nos habíamos citado don Di Stéfano y Santamaría. Entramos en la iglesia que está frente al estadio (“¿Has visto qué bonita, qué moderna? La decoró “El Loco” Atienza, aquel que jugaba en el Real…”), visitamos el centro deportivo del club madridista y a eso de las dos aterrizamos en el lujoso restaurante situado frente a la entrada principal del estadio, propiedad de Alduccio, un pintoresco napolitano que nos eligió el menú y compartió con nosotros una sobremesa que duró hasta las siete y media.

EL GOL

Di Stéfano trata de prolongar en tiempo presente una gloria que ya se conjuga en pretérito. Por eso hablamos muy poco de la actualidad. La conversación se nutre y se enriquece con recuerdos.

Alfredo aprendió en Europa que, más allá de la emoción y del goce personal por convertir un gol, el fútbol tiene otras exigencias, otras obligaciones, y brindándose a esas exigencias y esas obligaciones, otros importantes motivos de satisfacción. Porque representan victorias para su equipo. Pero nunca olvidó al goleador que lleva adentro desde que nació para el deporte. Y hace recuento de su campaña scorística con delectación:

– Durante mi actuación en el Real Madrid marqué más de 500 goles. Fui cinco años seguidos goleador de Liga. Anotá: 1953-54, 1954-55, 1955-56, 1956-57 y 1957-58. En una temporada hice 31 goles. Sólo me supera la marca de otro jugador del Real Madrid: Pruden, que marcó 32. Soy el goleador de la Copa Europa, con 49 goles. Soy el máximo goleador del seleccionado español, con 24 goles en 31 partidos. Ahora, por exigencias del equipo, tengo que realizar un juego más defensivo en el Español y ando más lejos del arco contrario. Pero mi obsesión sigue siendo el gol. Para eso se juega. Recuerdo que una vez, cuando estaba en la tercera de River, hicimos nueve goles. Y yo, que era el centroforward, ninguno. Al terminar el partido Carlos Peucelle me felicitó: “Muy bien, Alfredo: hoy has jugado un magnífico partido. No marcaste goles, pero fuiste un auténtico conductor”. Ése fue el peor elogio que recibí en mi vida…

Kopa, Moreno, yo, Puskas y Gento… River 1947… Erico… Mis mejores goles

– ¿Los cinco mejores delanteros que vi en mi vida? Anotá: Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau.

– ¿La delantera en que me hubiera gustado jugar? Kopa, Moreno, yo, Puskas y Gento.

– ¿El mejor equipo de club que integré? River 1947.

– ¿La mejor selección? Argentina 1947, campeones en Guayaquil.

– ¿Mi mejor partido? Contra Racing, jugando para River, en 1948. Nos quedamos sin Grisetti y jugamos con Ferrari al arco todo el segundo tiempo. Le hice dos goles a Antonio Rodríguez. El segundo, tocándola apenas cuando me salía al encuentro. La pelota iba despacito y la corría media defensa de Racing. Yo seguí corriendo, salí de la cancha y la pelota todavía no había entrado. Después, casi marco el tercero. Me mandé un sprint bárbaro pero ya no daba más, no había fósforo…

– ¿Mi mejor gol? Hay varios. Imaginate, tengo para elegir… Andá tomando nota: contra el Milan, en la Copa Europa de 1964, de tiro libre. La mandé con efecto por detrás de la barrera. Contra el Valladolid, en la temporada 1954-55: vino un centro desde la derecha, me zambullí hacia delante y la enganché de taco. Un gol “tipo Erico”. En Colombia, jugando contra Racing, le hice uno muy bueno, de chilena, a Grisetti. El “Narigón” chillaba: “¿Justo a mí me venís a hacer este gol…?”. En Bahía Blanca, cuando recién había vuelto a River en 1947, también marqué uno de chilena que me salió justo. Además, tengo uno que deber ser un caso único en el fútbol: fue en la Copa de Campeones que se jugó en Chile a comienzos de 1948. Ya había estado en conflicto con River, y después de que River perdió con Nacional de Montevideo 3 a 0 arreglé y volé a Santiago. En el avión íbamos dos pasajeros solos: un inglés y yo. Llegué y jugué contra el campeón boliviano. Creo que era el Strongest. Iba a empezar el segundo tiempo y Moreno me preguntó: “¿Te animás a sprintar? Me la das, la retengo un cachito, vos picás y yo te la mando por arriba”. Miré a los defensores bolivianos y le contesté: “¡Claro que me animo!”. El referí dio la orden, la toqué a la derecha y metí el acelerador a fondo. Pasé entre los centrales y los volantes, y cuando iba llegando cerca del back centro miré hacia atrás por sobre el hombro derecho. La vi venir en el aire, sobre mi derecha. Me desvié un poco para no chocar con el back, lo vi salir al arquero, Araya, aquel que jugó en Atlanta, ¿te acordás?, la toqué un poco larga para esquivarlo, y cuando ya se iba la enganché y la mandé adentro. Todo habrá pasado en 8 segundos… ¿Supiste de algún gol igual?

– ¿Mi ídolo? Arsenio Erico. El goleador más extraordinario que vi en mi vida. El jugador espectáculo. Elegancia, finura, elasticidad, arte, circo y fútbol. Todo junto en un tipo solo.

– ¿Moreno? Un maestro. Otro jugador inolvidable. También un ídolo.

– ¿Pelé? Un supercrack. Él solo compone una fórmula temible de ataque, porque tiene facilidad, variedad, velocidad y potencia. Además, es serio. Juega a ganar. Y eso lo hace más respetable todavía.

– ¿El mejor shoteador? Ferenc Puskas. “Pancho” es un fenómeno. Muchas veces, jugando con él, se la daba, veía cómo la iba a recibi
r con la zurda, y me daba vuelta gritando: “¡Gol!”. Y era gol. No podía fallar. La pone donde quiere. ¿Sabés? Le pega de “media masca”, como dicen los que juegan a las bochas. Medio dormida, de refilón, ¿me entendés? Y entonces le salen esos tiros que no los sacás ni con tres arqueros. Cuando practicábamos en el Real Madrid yo me ponía al arco. A “Pancho” se la tiraba con efecto, envenenada, para complicársela. No había caso. La enganchaba como venía, de “media masca”, y cuando levantaba un brazo ya la tenía adentro…

– ¿El mejor arquero que vi? Julio Cozzi.

– ¿El mejor defensa? Pepe Santamaría.

– ¿El mejor volante? Dos. Néstor Rossi y el húngaro Boszik.

– ¿El mejor técnico? Para profesionales, dos que tuve en el Madrid: “Yiyo” Carniglia y Enrique Fernández Viola. Para enseñar a los pibes, Carlos Peucelle y Renato Cesarini.

– ¿Helenio Herrera? Un buen preparador. Ideal para darle velocidad y ritmo a un equipo. Pero no un gran técnico, a la altura de los que te nombré. El Inter, por ejemplo, es un equipo de gran preparación física, pero con una sola solución estratégica: esperar y aprovechar alguna oportunidad de gol. Es como el cazador esperando el conejo. Si el conejo llega a agarrar la escopeta y le tira antes, está liquidado. No hay recursos colectivos. Solamente soluciones personales. ¿El arranque de Facchetti al ataque? Un “bluff” estratégico… Los rivales viven pensando en el arranque de Facchetti y se olvidan de otras cosas. Por ejemplo: de ir a marcar encima de Corso con el hombre que Corso deja libre y que casi todos los técnicos dejan atrás para que espere los famosos arranques de Facchetti. Yo lo dejo que se vaya al ataque y le pongo un wing allí detrás de Facchetti. Vamos a ver cuántas veces se va… ¿Lo del marcador lateral libre? No es ninguna novedad. Ya lo hacía Benito Dias con la Real Sociedad, de San Sebastián, hace 30 años… Sale bien según el adversario. Con nosotros, en la final de la Copa que me costó irme del Real Madrid, Muñoz se dejó impresionar por el “bluff” de Helenio Herrera. Dejó a Isidro atrás, marcando a nadie, en lugar de mandarlo sobre Corso a muerte. Cuando vos le marcás a Corso, que Suárez tire pelotazos nomás… Que Facchetti amague con el sprint por la raya… No pasa nada. Contra el Benfica, al año siguiente, Cavem hizo lo que debía y el Inter fue un desastre. Ganó por una pelota embarrada que se le fue entre las piernas a Costa Pereira, pero el Benfica con diez hombres lo superó completamente.

– ¿Mis mejores paredes? Con Mateos. Sí, un jugador que muchas veces fue criticado, al que siempre se le negaron condiciones. Pero nadie me devolvió la pelota tan justa como él en la “pared”…

– ¿Por qué ganaba el Real Madrid? Por dos cosas fundamentales: velocidad y combatividad. Además en el ataque, con el acelerador a fondo, teníamos una gran superioridad sobre la pelota. Vos sabés que ése es el problema del jugador español: la pelota. Además, era muy importante el “Negro” Rial. Cuando él se lesionó hubo que cambiar el esquema. Recién lo conseguimos plenamente cuando llegó Del Sol. Porque “Pancho” es un jugador bárbaro, un goleador sensacional, pero no marca. Y el “Negro” marcaba…

LAS COPAS

Las cinco copas Europa que ganó con el Real Madrid se reproducen en las cinco copitas que la Saeta atesora entre los muchos que guarda en su casa de Henares 13. Cada una de ellas trae consigo un recuerdo, una emoción, que Alfredo vuelve a vivir con su inseparable amigo Pepe Santamaría:

– La más linda de todas fue en Glasgow, contra los alemanes del Eintracht Frankfurt. ¿Te acordás, Pepe? Entramos con todo el público escocés en contra, por motivos políticos. Ganamos 7 a 3 y al final nos hicieron una ovación como no recuerdo otra igual jugando fuera de Madrid. Pancho Puskas marcó cuatro goles y yo tres…

– Pero al principio nos tuvieron apurados…

– ¡Y cómo! Durante los primeros cinco minutos no salíamos del área nuestra. Ellos hicieron el primero, y sólo después de los 20 minutos empezamos a levantar cabeza. Canario llegó dos veces hasta el palo y la cruzó fuerte al medio. Las dos veces llegué justo y la mandé adentro. Después empezó a funcionar la zurda de Pancho y terminamos dando espectáculo…

– ¿Y la primera final, contra el Reims, en París? Ésa fue durísima…

– A los 10 minutos ya perdíamos 2 a 0. Reaccionamos, empatamos, y faltando 20 perdíamos 3 a 2. Empato Marquitos y el “Negro” Rial marcó el decisivo. Faltaban 10 minutos y tuvimos que aguantarlos… ¿Sabés cómo jugaban ellos? Kopa era el centroforward, un fenómeno. Al año siguiente jugaba para nosotros, pero esa tarde lo teníamos en contra. Fueron diez minutos dramáticos…

– ¿Te acordás aquella pelota que pegó en el travesaño?

– ¡Uy! Era gol… Picó al lado de la línea, la sacó Lesmes, me la dio y me fui en un sprint por la punta derecha. Cuando crucé la mitad de la cancha levanté la cabeza y apunté a la bandera del corner del otro lado. Le pegué con alma y vida, y en ese momento el referí dio las tres pitadas finales. Otra muy brava fue la de Bruselas, en 1958… El Milan tenía un cuadrazo.

– ¡Lo que jugó Cucchiaroni esa tarde!

– ¿Y el Pepe Schiaffino?

– ¿Y el sueco Liedholm…?

– Estuvimos siempre en desventaja. Marcó Schiaffino, empaté yo. Grillo nos hizo el segundo, volvió a empatar Rial, y tuvimos que ir a un tiempo suplementario. Hicimos un conciliábulo a un costado para ver cómo encarábamos esa última media hora y el “Yiyo” Carniglia ordenó: “Hay que ir al ataque, que ellos se caen…”. ¡Qué espíritu sabía infundirnos Carniglia! ¡Si nos estábamos cayendo nosotros! Apenas empezó el segundo tiempo del alargue, Gento metió el tercero y entonces sí, todo el mundo a defender el gol… Hasta Carniglia.

– Y pensar que la final más fácil, la que teníamos servida, la fuimos a perder.

– Tenés razón… La de Amsterdam contra el Benfica. A los 20 minutos íbamos ganando 2 a 0. Dos zurdazos de Pancho. Descontaron y nos e
mpataron con dos tiros desde afuera del área. Pancho hizo el tercero. En el segundo tiempo el referí Horn nos negó un penal grande como una casa que me hicieron a mí y al rato les dio un penal a ellos. Nos empataron y Eusebio metió otros dos desde fuera del área. Terminamos perdiendo por goleada el partido más fácil de la historia de la Copa…

EL ADIÓS

Otra final de copa, esta vez perdida, significó para Alfredo Di Stéfano el adiós a diez años de excepcional campaña en las filas madridistas. En Viena, mayo de 1964, el Inter de H. H. derrotó al Real Madrid 3 a 1. Después del partido hubo una cena con participación de dirigentes y jugadores de los dos equipos. Alfredo estaba conversando con un muchacho argentino del Inter, y todavía no se habían servido los postres cuando de pronto miró alrededor de sí y no vio a nadie del Madrid.

– Imaginate: no podía quedarme allí mientras el resto de la delegación se iba. Me despedí precipitadamente, y al pasar frente a Moratti, presidente del Inter, me guiñó el ojo mientras me decía: “Estaban apurados… No esperaron ni al postre”. Al llegar a la calle vi que varios compañeros se estaban poniendo los abrigos y solté una frase que me iba a costar la salida del Real: “¿Pero es que hemos perdido la clase…?”. Yo sabía que “alguien” no me lo iba a perdonar. Y no me lo perdonó. Pero no les di el gusto a los directivos del Real: ellos pretendían que cuando un jugador está terminado para el club no juegue en ningún otro lado. Que se termine para el fútbol. Y no sólo seguí jugando sino que he ganado en el Español lo que nunca he ganado en el Madrid… Es un club más modesto pero dirigido por gente de fortuna.

Las pesetas que se acumulan en la cuenta bancaria de Di Stéfano tienen fuerza de presente. Su espíritu de luchador indomable, también. Quiere seguir jugando y se siente capaz de hacerlo. Pero su presente está lleno de recuerdos. Y esos recuerdos, al tiempo que forman el pedestal de su gloria, son sus más encarnizados adversarios. Cada vez que sale a la cancha, Di Stéfano tiene que jugar contra aquel otro Di Stéfano que fue cinco años seguidos goleador de Liga y cinco veces campeón de Europa y una vez campeón del mundo… Contra aquel Di Stéfano que es casi leyenda.

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