El viernes pasado, en El Monumental, Iron Maiden tocó para casi 60.000 personas. Aprovechamos esta visita para hablar un poco de ellos y conectarlos con lo que le compete a este sitio: el fútbol.

Hace rato que andábamos dando vueltas con escribir algo sobre fútbol y música. El reciente paso de la banda británica, Iron Maiden, por nuestro país es la excusa perfecta para meter algo de rock en un sitio íntegramente futbolero. Para empezar, trataremos de hacer un repaso por la trayectoria de este emblemático conjunto. Y como hablamos de más de tres décadas de vida, lo haremos casi a modo de haiku (?).

Nos ubicamos en tiempo y lugar: fines del ’75, Leyton, al este de Londres. Stephen Percy Harris decide abandonar Smiler, una banda tributo a Riquelme (?), para formar su propio grupo, al que bautiza con el nombre de Iron Maiden. El éxito no fue inmediato. Costaba salir del este londinense. Peor aún: costaba formar un grupo estable. Habían pasado múltiples integrantes: desde un tecladista, hasta un cantante fana de Kiss que se subía al escenario completamente maquillado y con manchas de sangre (falsa, por supuesto). También había pasado un baterista que tocaba con una máscara de cuero y encerrado en una jaula: se hacía llamar Thunderstick y fue echado por hacer lo que se le cantaba sobre el escenario -desde mandarse con solos descolgados, hasta quedarse dormido on stage (!)-. Entre tanto reciclaje de músicos, hubo uno que quedaría para siempre: David Michael Murray. Más tarde, se sumaría un tal Paul Andrews, más conocido como Paul Di’Anno.

En vísperas de 1978, la banda graba un demo con cuatro temas y lo acerca a un pub del norte de Londres llamado The Soundhouse Tapes. Uno de esos temas, Prowler, empieza a sonar y a pegar. Los demos empiezan a venderse. Uno llega a Ron Smallwood, que inmediatamente se convierte en manager de la banda. Graban el estended pléi (?) The Soundhouse Tapes. Su música comienza a diseminarse por Londres. Smallwood consigue un contrato con EMI. Llegan a la banda Clive Burr (batería) y Dennis Stratton (guitarra). En 1980 sacan Iron Maiden, con clásicos como el mencionado Prowler, Running Free, Sanctuary, el tema homónimo y Phantom of the Opera. Meten cuarto puesto en el Reino Unido. Salen de gira con bandas como Kiss y Judas Priest. Se va Stratton. Llega Adrian Frederick Smith. Graban Killers al año siguiente. Meten tour mundial. Rajan a Di’Anno por drogón (?). Llega a la banda un tal Paul Bruce Dickinson, que era el cantante de la “bandita rival” de Maiden: Samson. 1982: el grupo graba un clásico, The Number of the Beast, que vendió más de 14 milllones de copias. Se va Burr. Llega Michael Henry Nicko McBrain, el batero con una de las caras más inexplicables del mundo. Sacan a la venta Piece of Mind, con clásicos como The Trooper y Flight of Icarus, y verdaderos temononones (?) como Where Eagles Dare, Revelations y To Tame a Land. 1984: graban Powerslave y salen de gira: el World Slavery Tour, que hizo honor a la nomenclatura al constar de 193 conciertos a lo largo de 13 meses, durante los cuales graban Live After Death y coincidien con Queen en el Rock in Rio. Se toman seis meses de descanso y vuelven con Somewhere in Time. Luego, primer álbum conceptual de la banda: Seventh Son of a Seventh Son. Adrian Smith deja la banda y, en su lugar, entra un conocido de Dickinson: Janick Robert Gers. Sacan No Prayer For The Dying, quizás el primer chasco del conjunto inglés. Se recomponen con Fear of the Dark. Pero vuelven a perder: Dickinson deja Maiden. Lo reemplaza el polémico (?) Blaze Bayley. Con él, se produce un cambio casi radical en la banda: no sólo en la voz, sino en la composición, la música en general, que adquiere tonalidades más oscuras, y algo densas. Luego de una prórroga de dos años, sacan The X Factor, que defrauda comercialmente, aunque contiene temas interesantes como Man on the Edge, Fortunes of War y Sign of the Cross. Año 1998: Virtual XI no alcanza para levantar el oso. Esto deviene en la salida de Bayley. Smallwood convence a Harris de que vuelva Dickinson. Bruce vuelve, pero pide que, con él, retorne Smith. El bueno de Adrian se reincorpora. Pero ni Gers ni Murray se van. La banda pasa a estar conformada por seis integrantes, tres de ellos guitarristas (!). Vuelven en gran forma con Brave New World. Después, sacan Dance of Death, A Matter of Life and Death (quizás lo más parecido a lo que se buscó en tiempos de Bayley) y, por último, The Final Frontier.

Llegamos a este Maiden England World Tour que trajo a Maiden a River. The Irons se presentaron pasadas las 21, luego de los shows de Ghost (los suecos arrancaron varios aplausos) y de Slayer (compacto, sólido, casi protocolar). Abrieron con uno de los temas más idóneos para dar inicio a un show: Moonchild. Explotó River con el 1 de Seventh Son. Pero a mitad de tema, Dickinson empieza a gesticular y a articular palabras que no tienen que ver con la lírica de la canción. Termina el tema, toma un micrófono, no funciona, (caliente) lo tira a la mierda, agarra el de Harris y empieza: “problema adelante”, “dos pasos atrás”, “valla de seguridad”, “no queremos gente lastimada”, “tenemos toda la noche para hacer el show”. Intempestivamente, uno de los vallados había cedido y eso preocupaba al cantante que, en el intento de elucidar sobre lo sucedido, hace subir a un plomo a tratar de comunicarlo en español, para asegurarse de que se entienda el pedido. Resulta que el tipo tiene menos castellano que Angelici (?). Pide al incauto y díscolo público rockero que colaboren. Cuesta mucho, pero empiezan a retroceder (muy lentamente) y el personal de seguridad comienza a trabajar en la reposición del vallado. Eso iba a tomar su tiempo. Es por eso que, a fines de mitigar la espera, Dickinson se ve obligado a desplegar todas sus cualidades de frontman y, casi estoicamente y sin ningún tipo de histrionismos, empieza saludando a la gente sector por sector, luego se sube a tocar la batería, se baja e invita a McBrain a improvisar un solo, hace sonar William Tell golpeándose las mejillas con los dedos (!), pregunta cómo va el laburo, solicita 5 minutos más, chicanea al público preguntando si está en Brasil (lo cual exacerba el “Ar-gen-tina! Ar-gen-tina!”), felicita y alienta a quienes están trabajando en el vallado bajo una aparente golpiza por parte de los fans. Llega a preguntar si alguien vio el partido que se había jugado la noche anterior allí entre River y Liga de Loja (la banda estuvo presente viendo el encuentro del equipo de Ramón). El tema es que ya íbamos camino a los 30 minutos de demora. Los silbidos y abucheos eran cada vez más notorios.

Cuando el “jugaaaadooooreeeee’” parecía inexorable (?), Dickinson miró a un costado, asintió, estallaron las luces y eclosionó Can I Play With Madness. El tenso cariz se disipó instantáneamente y la cofradía metalera empezó a saltar. El Monumental no temblaba: latía. Ah, no… eso era para La Bombonera ¿Pero cómo? Si Boca siempre tiene la cancha a medio llenar. Y buena parte son turistas ¿Será por los parlantes? Perdón, me fui de tema (?) ¿Dónde estábamos? Ah, sí: siguieron con The Prisoner, 2 Minutes to Midnight y con (para mi gusto) uno de los temas más bonitos de Maiden: Afraid to Shoot Strangers. Después, palo y palo: The Trooper, The Number of The Beast, Run to the Hills (donde sale a escena el Eddie gigante disfrazado de soldado y esgrimiendo un sable) y Phantom of the Opera. Continúan con la querible Wasted Years y su pegadizo y ameno estribillo, para luego meter la casi maratónica Seventh Son of the Seventh Son (uno de los picos de la noche). The Clairvoyant antecede a uno de los himnos más emblemáticos de la banda: Fear of the Dark. Amagan a cerrar con Iron Maiden. Se van, y vuelven para despedirse con Aces High (previa intro con discurso de Winston Churchill), The Evil That Men Do y Running Free.

En fin, excelente show: 9 puntos. No es 10 por el parate. Aunque podemos subirlo a 9.50 por el hecho de haber presenciado la demostración de cómo bogar ante una multitud por parte de Dickinson. Una escenografía muy buena; no es la que te pela un Waters, aunque ha sido de las mejores que han presentado: fuegos, explosiones, destellos de luces, humo, muñecos, una gigantografía por cada tema; las pantallas bastante pedorras, eso sí. Falló un tanto el sonido, también. De todas maneras, quizás haya sido el mejor recital que dio la banda inglesa en nuestro país: buena performance de sus músicos, que le pusieron cuerpo y alma a la empresa, corriendo de acá para allá, saltando, gritando, dándolo todo en un show que lo exigía todo.

Ahora sí. Yendo a lo que realmente nos compete: Iron Maiden y el fútbol. Esta conexión se realiza casi exclusivamente a través del bajista y líder de la banda, Steve Harris. Harris es un futbolero de ley y fanático del West Ham United. De hecho, su bajo tiene estampado el escudo del equipo y Harris luce en todos sus conciertos una muñequera de los Irons. Y, de no haber sido músico, muy probablemente hubiese sido futbolista. Es que Harris jugó algunos años para las juveniles de los Hammers.

Steve fue descubierto por un tal Wally St. Pier. Este señor supo jugar para el West Ham a fines de la década del 20, principios de los ’30. Se retiró y se quedó laburando en el club como scout a pedido de Charlie Paynter, mano derecha del ya reseñado Syd King. Estuvo en el club casi 40 años, período durante el cual descubrió a cucos (?) como Bobby Moore, Martin Peters y Geoffrey Hurst (los tres, fundamentales en la única conquista inglesa a nivel mundial en 1966), y a Frank Lampard padre, entre otros.

Fútbol ochentoso

A los 9 pirulos fue que ingresó el bueno de Steve a las filas de los Irons. Estuvo unos años. Pero la pasión por la música, más un poco de sentido común (nunca creyó que podría convertirse en un jugador de primera) lo hicieron abdicar. Aunque, a través de su banda, intentó (y logró) mantener la llama de la pasión futbolera encendida. En la mayoría de los países donde tocan suelen hacerse tiempo y lugar para jugarse un picado contra combinados que incluyen periodistas y músicos locales, y demás gente del ambiente. Por ejemplo, la primera vez que vinieron a la Argentina, jugaron contra un combinado de EMI y la Rock & Pop para el que atajó el gran Ruso Verea, que recuerda lo siguiente de aquel encuentro.

Por lo que se puede ver, Harris es el que la mueve: es el goleador, el que patea penales, tiros libres, tiros de esquina, es el capitán/director técnico/presidente (?). La verdad, juega bien. Otro al que se lo ve poco, pero que muestra algunas aptitudes técnicas, no así físicas (?), es Adrian Smith, que suele desenvolverse como un buen wing derecho. Bruce Dickinson, un aficionado a la esgrima, se prende a veces, aunque, pese a ser ligero y movedizo, no pasa de entusiasta -aunque seguro rinda más que Pillud (?)-, siendo su función principal la de transportar a la delegación por los aires. McBrain se viste de arquero, aunque anda más como animador -una suerte de Scaloni (?)-. Y Gers y Murray son unos paquetes (?).

Después, son muchos los guiños que hace la banda al fútbol y, sobre todo, al West Ham. En 1998, año en el que salió a la venta el Virtual XI, diseñaron el uniforme oficial del equipo y se sacaron fotos que fueron incluidas en el disco para promocionarlas. En la tapa del Somewhere in Time pueden verse dos “homenajes” al West Ham: por un lado, una de las calles se llama Upton Park (nombre del estadio del conjunto londinense) y, por otra parte, un cartel anuncia un West Ham: 7 – Arsenal: 3 (no sabemos si hace referencia a algún partido en particular, o si sólo es un deseo; lo más parecido que pudimos encontrar fue un 7 a 0 a favor de los Hammers en el año 1927, por la Division One de la Football League). Y ni hablemos de la leyenda que figura en cada disco de Iron Maiden: “Up The Irons!”.

Muchachos como Stuart Pearce, Faustino Asprilla, Paul Gascoigne, Ian Wright, Patrick Vieira y Marc Overmars se prestaron a la movida y posaron para el equipo

Bueh, eso ha sido todo. Lamentablemente, no podemos explayarnos más sobre Maiden y la música porque, primero, nos iríamos al carajo (?) y, segundo, porque esto es un sitio de fútbol. Afortunadamente, encontramos la excusa para escribir algo sobre ellos. Una de las bandas más grandes del Heavy Metal. No creemos que sea la más grande, porque existe algo llamado Black Sabbath (que toca en La Plata el fin de semana que viene), que casi que le dio vida al género. Pero está ahí cerca. Si bien en sus últimos discos no mostraron nada novedoso (hasta se vuelven algo repetitivos), con el tremendo recital que brindaron el viernes pasado, estos muchachitos de más de 50 pirulos que están en las postrimerías de su carrera demostraron a el mar de gente que cundió el estadio de River que Iron Maiden está más vigente que nunca.

Lemmy no se quiere quedar atrás y ya está preparando a su equipo