La llegada de Riquelme a La Paternal todavía hace eco en el fútbol argentino. Aquí un repaso de aquellos grandes jugadores que, por distintas cuestiones, decidieron bajar a la B Nacional.

A poco de su inicio, la cada vez más jerarquizada B Nacional no contará con las presencias de clubes habituados a la Primera División como River, Independiente y Rosario Central. Esas presencias trastocaron, en cierta medida, el mapa histórico del fútbol argentino y motivaron que amplios contingentes de público estuvieran muy pendientes del certamen durante los últimos 4 años.

Sin embargo, la divisional ofrecerá otro hecho digno de atención. No hablamos, esta vez, de clubes aunque el personaje en cuestión parece un club en sí mismo, sino de un jugador importantísimo del medio local, amado y odiado según colores, ideologías, gustos futbolísticos, conductas deportivas; protagonista de momentos gloriosos y no tan gloriosos con la camiseta de Boca y de otros que exceden a sus virtudes futbolísticas, enmarcados en narrativas propias de la farándula y el género policial. Hablamos, claro, del arribo de Juan Román Riquelme a la institución que lo proyectó a la fama y a la Selección Nacional que rechazó (?), Argentinos Juniors, entidad que produjo una revolución con la llegada del 10.

Polémicas periodísticas y reacciones del denominado Mundo Boca al margen, el desembarco de Riquelme en la B invita a reparar en historias similares, o parecidas, relativas a futbolistas que llegaron vigentes a las categorías del ascenso, junto a otros casos no menos relevantes teniendo en cuenta la resonancia de ciertos apellidos. A continuación, un somero repaso por jugadores de Primera que enaltecieron al ex fútbol de los sábados y viceversa, dado que el ascenso fortalece, enseña y dignifica. Te lo recomendamos Boca (?).

Ilustres, de vuelta

Comenzamos por los nombres más recientes y nos remontamos al River de Matías Almeyda 2011-2012. Fernando Cavenaghi y Alejandro Domínguez, de pasado luminoso en la entidad millonaria, volvieron provenientes del Inter de Porto Alegre y el Valencia de España, respectivamente, para sumarse a un club devastado por el descenso, que intentaba reconstruirse. Ambos, decía su representante Néstor Sívori, “resignan mucho dinero” y “tienen un espíritu amateur y un sentido de pertenencia para celebrar”. Más allá o más acá de los dichos de Sívori, lo concreto fue que la jerarquía de este binomio resultó determinante para que River encamine un trayecto farragoso por la divisional, con actuaciones meritorias en buena parte del maratónico certamen. El Torito, por caso, anotó 3 goles en la recordada goleada 7 a 1 ante Atlanta y marcó los 4 tantos en el 4 a 1 frente a Gimnasia de Jujuy, entre otras conquistas muy importantes, en tanto el Chori se erigió –en varios partidos- como gran conductor de un equipo que ofensivamente se revelaba infinitamente superior a sus adversarios. No se puede omitir, de todos modos, que Domínguez estuvo a un paso de ingresar a la lista negra de los hinchas millonarios cuando, a una fecha del final, malogró un penal que pudo costarle otro añito en la B a la institución.

A ellos, en la segunda rueda de esa misma temporada, se sumó otro apellido fuerte: el francoargentino David Trezeguet, campeón del mundo con Francia en 1998 y de la Eurocopa en el 2000, goleador y figura de la poderosa de Juventus de Italia durante 10 temporadas, por citar una parte de su robusta trayectoria. Trezeguet fue la otra pieza decisiva en el ascenso de River. Se ganó el puesto a fuerza de goles, mostró jerarquía, temperamento y compromiso con la causa, entre otras cosas porque asumió el liderazgo del equipo cuando se apagó la racha goleadora de Cavenaghi (con quien mantuvo una áspera competencia), Domínguez no encontraba su mejor versión, Funes Mori acertaba y derrapaba en simultáneo, Lucas Ocampos no gravitaba como la primera rueda y Carlos Sánchez ya no acreditaba tantos méritos para nacionalizarlo argentino (?). También cabe consignar que llegó un cuarto refuerzo de peso para acompañar al ex Platense en cuestiones de templanza y carácter: Leonardo Ponzio, quien arribó de Zaragoza y manchó de transpiración y de sangre la divisa millonaria. Pero fue David la carta ganadora. ¿Goles de Trezeguet en la B Nacional? Muchos. Destacamos dos anotaciones en un 3 a 3 vibrante ante Defensa y Justicia, una conquista fundamental ante Instituto, en el Monumental, y los gritos de la consagración ante Almirante Brown, la última fecha. El último día de River en la B Nacional, brilló. Y por eso el recuerdo de la campaña millonaria lo encuentra en el centro de la tapa.

Otro grande en desgracia también contó con un futbolista de primer nivel. Fue hace poco. Federico Insúa, jugador repudiado, querido, otra vez repudiado, finalmente en la mira de los hinchas rojos, regresó a Independiente en la segunda rueda de la temporada 2013/2014. El equipo dirigido por Omar De Felippe había levantado y mucho tras un flojísimo comienzo en su itinerario por la B Nacional. Basta recordar aquel inicio con Miguel Brindisi en el banco: 2 derrotas y 3 empates en los primeros 5 partidos, con papelones incluidos (la derrota inédita con Brown de Adrogué en el Libertadores de América). A la sexta fecha se fue Brindisi y ya con De Felippe, como se dijo, las cosas mejoraron notoriamente. No obstante Javier Cantero, pese a que al finalizar la primera ronda el equipo estaba en zona de ascenso, consideró que faltaba un plus, una pieza desequilibrante, un jugador que hiciera menos tortuosos los días desangelados del Rojo en la segunda divisional del fútbol argentino. Gestionó el entonces presidente la incorporación de Insúa (tercer ciclo en el club) y creció el entusiasmo. Claro que enseguida el entusiasmo por Insúa mutó en murmullo, escepticismo y furia colectiva. No solo por el rendimiento del segundo Pocho más sexy (?) sino también por los costos de una transferencia que cobró notoriedad pública. Independiente debió desembolsar casi 1 millón de dólares, en una operación que incluyó el contrato de 18 meses del enganche de 34 años, la deuda que Vélez –su club de procedencia- mantenía con él y los gastos de la transferencia. Es decir, demasiado dinero para un club cuyo pasivo rondaba los 400 millones de pesos. “Tengo una alegría inmensa de estar acá. Vuelvo por el momento que está pasando Independiente”, dijo en su vuelta Insúa, que jugó un puñado de partidos bien, otros muy mal y muchas veces ni siquiera no formó parte del once titular. En la campaña del cuadro de Avellaneda en la B figuran apenas dos goles del volante: números y actuaciones muy por debajo de sus pasos anteriores por el club. ¿Cantero? Luego de devolverle viejos privilegios a la ominosa barra roja, decidió renunciar consumada otra derrota histórica del club. En la noche fría de Misiones, luego de que el emprendimiento provincial Crucero del Norte superara por 3 a 1 a Independiente, entendió que debía ponerle fin a un mandato signado por conflictos y una suma de desaciertos inconcebibles.

En el mismo torneo que disputó Independiente, hubo otro retorno de relieve. Walter Erviti, emblema del Banfield campeón 2009 dirigido por Julio Falcioni, rescindió con el Atlante Méxicano para sumarse al equipo de Almeyda –técnico contratado para el operativo retorno- en la segunda mitad del campeonato. “Las ganas de Walter fueron determinantes para que hoy sea jugador de Banfield”, señaló el titular de la entidad del sur, Eduardo Spinosa, dirigente que se puso al frente con su comisión directiva para resolver los desastres dejados por Omar Portell, su antecesor. “Erviti es un jugador que vuelve a los 33 años, en la plenitud de su carrera. Cuando se fue de Boca había sido el mejor jugador del fútbol argentino y ahora lo necesitamos para conseguir los objetivos que tenemos”, agregó Spinosa, recordando que el nivel del futbolista no mermó en su tumultuoso paso por Boca (confrontó abiertamente con Riquelme). Así fue. Erviti, en 17 partidos, devino en uno de los baluartes del Banfield de Almeyda, acompañado por otras futbolistas de rendimiento altísimo como Nicolás Domingo, Juan Cazares, Andrés Chávez y Santiago Salcedo. Por tanto, y al igual que Cavenaghi, Domínguez y Trezeguet, aquí hablamos de un regreso fructífero. Paradojas del destino, mientras Erviti transitaba por algunos desvaídos escenarios de la B, Riquelme, con intermitencias, ayudaba a un Boca que sin su presencia empataba y perdía. Las cosas se invirtieron y uno y otro viven actualidades diferentes (Riquelme en la B, Erviti en la A), aunque lo más trascendente es que se encuentran en el lugar que desean estar, contentos, “arropados” como se dice ahora, con batallas más interesantes por librar. La incógnita, en todos estos casos recientes, sobrevuela: ¿se vuelve para “ayudar” al club querido?, o existen otros intereses, menos visibles, de corte económico o de corte estratégico y menos romántico, al advertir que hoy existe una delgadísima línea entre la Primera División y la B Nacional? Queda planteado el interrogante.

Años antes de que clubes de renombre animaran la competencia, la B Nacional fue escenario de una vuelta que provocó sorpresa, incertidumbre y desde luego muchísimo interés teniendo en cuenta el porte y los antecedentes del futbolista. En una operación rápida, Independiente Rivadavia de Mendoza contrató en la temporada 2008/2009 al burrito Ariel Ortega, quien venía de sufrir más de un cortocircuito en otro de sus regresos a River. Y cuando hablamos de cortocircuitos, inevitablemente, se alude a la conducta del jujeño, preso de excesos que comprometían no solo su salud sino de la sus compañeros, la del equipo, la del técnico, la de los hinchas. Daniel Vila, presidente por entonces de la institución mendocina, dueño de un multimedios que hace del panelismo su máxima virtud, apostó a la recuperación del burrito. Cariño y un estricto tratamiento médico fueron las condiciones para fichar a Ortega, visualizado por Vila como una plataforma de crecimiento del club a partir de la exposición y la expectativa que genera el jugador de Ledesma en cualquier parte del país. “Ortega es un jugador fuera de serie y necesita ayuda, y nosotros estamos dispuestos a brindársela. Además, Independiente quiere constituirse en un club grande del interior del país”, declaró el marido de la modelo que por mérito propio conduce un magazine en América (?).. La jugada salió pesíma. Ortega no sostuvo su tratamiento, mostró leves destellos de su talento, hizo poquísimos goles, no fue conductor ni referente del Independiente grande que soñaba Vila y se peleó con los hinchas conforme lo expulsaban, no jugaba, declaraba entre mal y muy mal, gesticulaba hartazgo y su presencia ya era nociva para todos. Independiente Rivadavia, la lepra, finalizó en la mitad de la tabla esa temporada –muy lejos del objetivo que planteó la dirigencia- y Ortega cerró este ´primer paso por el fútbol del ascenso con los siguientes números: 25 partidos jugados, 4 goles (3 de penal) y 3 expulsiones. Dos años después, Defensores de Belgrano le abría las puertas al gran ídolo millonario, aunque el tiempo, implacable, le indicó que el retiro rondaba cerca, muy cerca, del bajo nuñez.

Continuando el repaso, nos vamos a las décadas del 80 y 90. Otros dos casos que tienen a Racing como punto de coincidencia. El primero remite a Claudio García, muy querido en la Academia por sus goles y por ser un poco verdugo de Independiente, de grandes rendimientos en el primer ciclo de Alfio Basile en el seleccionado, emblema de Huracán. Precisamente del club de Parque Patricios emigró, luego de un nuevo regreso, para recalar en All Boys, que por esos años se desempeñaba en la B Nacional. ¿Temporada¿ 1998/1999. Las causas de la partida del Turco de Huracan fueron varias, entre ellas el conflicto que mantuvo con Omar Larrosa –DT quemero en ese entonces- y la posibilidad de jugar con Diego Maradona, compañero de emociones fuertes en la nocturnidad más profunda, en el club de Floresta. Todavía lejos del retiro, Claudio García fue una de las figuras del All Boys dirigido por Ricardo Rodríguez y estuvo a punto de concretar el ascenso con el blanco y negro, de no mediar disputas económicas entre el fornido plantel con la dirigencia alba. Cabe decir que nunca All Boys, en esa década, estuvo tan cerca de consumar su vuelta a Primera. Llegó, con buen fútbol, a las semifinales del octogonal por el segundo ascenso y cayó ante Juventud Antoniana en esa instancia: perdió en Salta y fue goleado 5 a 2, un domingo lluvioso, en Jonte y Chivilcoy, con un gol de Velárdez insólito como huella indeleble de aquella serie.El Turco, quien jugó una temporada en Floresta (20 partidos 5 goles), dejó un gratísimo recuerdo en los hinchas, en el marco de un auténtico equipazo reforzado con hombres surgidos de la cantera de Argentinos Juniors, quienes también llegaban a la B sin mucha experiencia en la ríspida divisional. Sergio Batista (ya volveremos con él), Walter Pescado Paz, Carlos Mayor y Carlos Olarán fueron compañeros del Turco en una aventura que nostálgicos del ascenso recuerdan hasta hoy. García siguió en las categorías del descenso dos temporadas más –en Independiente Rivadavia de Mendoza y Chacarita- hasta despidirse definitivamente de las canchas en el Real Jaen de España.

El otro caso es el de Miguel Ángel Brindisi y se circunscribe al Racing que perdió la categoría en 1984, justo el primer año en que se implementaron los promedios. Proveniente de Unión de Santa Fe, Miguelito arribó a Avellaneda con la ilusión de conseguir el rápido retorno y, de alguna manera, redimirse de un hecho involuntario, imposible de soslayar. Una fecha antes del fatídico encuentro con Racing de Córdoba, todavía en la A, Racing conseguía una valiosa victoria ante Unión de Santa Fe por 2 a 1, en el Cilindro. Sin embargo el cuadro tatengue, cuestionado por los hinchas académicos debido al excesivo sudor que derrocharon esa noche sin incentivo deportivo que lo justifique, empató sobre la hora y complicó demasiado al equipo de Avellaneda. ¿Quién convirtió el tanto del empate? Si, Brindisi. Todo muy Racing. La dirigencia, no obstante, fichó al volante, quien inició su estada en el ascenso del mejor modo: convirtió un gol de penal ante Los Andes en la cancha de Vélez. En total, Brindisi disputó 38 partidos y convirtió 9 goles con la camiseta albiceleste, cifra insuficiente teniendo en cuenta que la Academia no logró ascender ese año. Redondeó una campaña irregular aunque tuvo una chance concreta de ascenso al acceder a la final del octogonal. Gimnasia y esgrima La Plata impidió el regreso de Racing al derrotarlo con amplísima claridad 3 a 1 y 4 a 2 en los dos encuentros decisivos. Al año siguiente, sin Brindisi y sus goles, Racing ganó la liguilla y retornó a Primera, siendo hasta el momento el único club de los denominados grandes que disputa más de una temporada en el ascenso.

Regresos mundiales

El ascenso no solo es un refugio, un lugar de descanso o un ámbito de descarte para futbolistas consagrados. Constan en su larguísimo recorrido la irrupción de jugadores que dejaron su sello y acrecentaron su figura en el ocaso de sus carreras. Otros, se dijo, encontraron en las categorías más bajas del fútbol argentino la puerta de salida a la brevedad. Un dato importante en lo que respecta a glorias arrumbadas en la B, remite a la cantidad de futbolistas campeones del mundo con la Selección Argentina que jugaron en diversas divisionales de este particular mundo. El número es extenso, por lo que conviene reparar en algunos casos singulares y consignar otros a modo de mención honorífica.

Sergio Batista, pilar del seleccionado campeón en México 86, arribó a Nueva Chicago en 1992 en un momento difícil de su carrera forjada a base de sacrificio y temperamento. Intentaba recuperarse de su adicción a las drogas (merca para ser precisos) –coincidente con el fallecimiento de su padre, muy importante en la vida del Checho-, motivo por el cual buscó nuevos horizontes en Mataderos. No le fue bien aunque más tarde tuvo una especie de revancha. Fue en All Boys, el clásico rival de Chicago. Llegó desde el Chacapío de Japón –a partir de este nombre podemos advertir que hubo mucho ascenso en la carrera de Batista(?)- para incorporarse al club de Floresta en 1997. Regular, sólido en el mediocampo, en buena medida líder del equipo, el Checho integró las dos mejores formaciones albas en la década: la de 1997/1998 (con Mayor, Olarán, Paz, el Tanque Bordi y Fernándo Sánchez, entre otros) y la citada 1998/1999 (con el Turco García, y muchos de los antes mencionados, protagonistas de ese ciclo dichoso en la historia de la entidad). El paso del Checho por Floresta dejó más de 60 partidos disputados, 1 gol y dos hechos enlazados entre sí, trascendentes para el Batista del futuro: su retiro y el lanzamiento de su carrera como técnico, precisamente en All Boys.

Marcelo Trobbiani, otro integrante del plantel de México 86, formó parte de un Deportivo Laferrere que soñaba, en base a un ambicioso proyecto deportivo, con ascender a la A por primera vez en su corta historia (la entidad fue fundada en 1956). Con el apoyo de influyentes empresarios, entre los cuales sobresalía el diputado del PJ Roberto Cruz, –célebre por fundir, literalmente, a Deportivo Mandiyú de Corrientes-, el mencionado proyecto devino en ruidoso fracaso. Tobbiani, seducido por la propuesta, jugó 17 partidos en la temporada 1993/1994 y decidió cerrar su dilatada carrera a los 38 años, lejos del éxito y el reconocimiento de otrora. Además del ex Estudiantes, Boca y Talleres de Córdoba, arribaron esa temporada a Laferrere un puñado de futbolistas con pasado en Primera: Luis (Lucho) Málvarez, de Alvarado de Mar del Plata; Mario Hernán Videla, de Independiente; y Oscar Tedini, de Marte de El Salvador. Sí, de otro planeta la iniciativa(?). Entre las claves que explican el final poco feliz del proyecto, emerge en escena la figura de Roberto Cruz, quien se peleó con los otros accionistas y abandonó la idea de proyectarse a la escena pública desde ese club. Cruz, titular del Ceamse por ese entonces, no conforme con vender ilusiones de papel en Laferrere y con declarar desde su condición de funcionario público “que en 3 años la gente podrá bañarse en el Riachuelo”, al año siguiente encabezó el proyecto que desguazó a Mandiyú de Corrientes, con Maradona como cara visible de esa iniciativa desafortunada. Por su parte Laferrere redondeó una campaña irregular, que desde luego no alcanzó para subir a Primera. Lo único positivo: el debut de José Luis Sánchez ese campeonato, un ilustre villero. La temporada siguiente, el Verde descendió a la Primera B Metropolitana, iniciando un declive deportivo pronunciado que perdura hasta hoy.

Del resto de los mártires del 86, cabe subrayar el regreso de Héctor Enrique a Lanús, el club de sus amores, en 1991. En medio de una conflictiva situación deportiva e institucional, el Negro se convirtió en referente del plantel que ascendió a Primera en 1992 al disputar 39 partidos y convertir 3 goles. Ante Deportivo Maipú, un 24 de mayo, Enrique sumó un segundo ascenso a su carrera dado que con el Granate había obtenido el campeonato de la Primera C en 1981, mucho antes de que llegaran a su vida el River campeón de todo en 1986 y la Selección argentina ese mismo año. Del equipo del 92, no solo brilló el Negro sino también un grupo de jugadores que nutren la rica memoria de los hinchas granates como Gabriel Schurrer, Domingo Angelello, Gilmar Villagrán, Miguel Angel Gambier, Fabián Mainardi, Marcelo Ojeda, Ricardo Kuzemka y hasta el Plumero Rubén Darío Gómez. Menos resonantes fueron los casos de Néstor Clausen (jugó y se retiró en Arsenal en 1997/98, con 12 partidos disputados), Oscar Alfredo Garré (arribó a Huracán en 1988/89, 18 partidos disputados, 2 goles). Sergio Amirón, aquél wing izquierdo que deslumbró Newell’s y también integró el seleccionado campeón en México, tuvo un recorrido más fructífero en la B Nacional cuando estuvo a punto de ascender con Central Córdoba de Rosario en las dos temporadas disputadas con el Charrúa (del 92 al 94). Con Luis Islas, el suplente de Pumpido, cerramos –provisoriamente- la nómina de mundialistas del 86: llegó a préstamo para jugar en Tigre en 2000/2001, aunque solo completó 12 partidos. Sin embargo, el apellido Islas es recordado en Victoria ya que su hermano Daniel, también arquero, honró con creces el arco de un Matador que se instaló en Primera y de momento no da señales de regresar al ascenso que lo cobijó unos cuantos años.

Respecto de los campeones del 78, la nómina es menos numerosa aunque no por eso menos importante. Ricardo Julio Villa, ex Quilmes, integrante del plantel de Menotti, gloria del Totenham inglés incluido en el Salón de la fama de esa entidad junto a Osvaldo Ardiles, provocó un cimbronazo en el Nacional B al desembarcar en Defensa y Justicia. Durante 3 años –de 1986 a 1989- vistió los colores del Halcón de Varela en buen nivel, al punto de que logró contagiar a los hinchas e identificarse con esa institución que, de alguna manera, debe su actual lugar en Primera División a algún aporte de este futbolista. Sin ir más lejos, y luego de su retiro en Defensa, Villa dirigió a ese equipo del sur del Gran Buenos Aires en tres ciclos, con resultado dispar. Rubén Galván, tras su destacado paso por Independiente y Estudiantes, llegó a Deportivo Morón en 1981, donde jugó unos cuantos partidos antes de pasar a otro club del ascenso, All Boys , en el que se retiró al cabo de 32 encuentros disputados. Un caso curiosísimo es el del rosarino Daniel Pedro Killer, uno de los 12 futbolistas que se desempeñó en Newell’s y Rosario Central. Llegó a Argentino de Rosario para la temporada 1988/89 de la B Metropolitana con otros experimentados como Ricardo Ferrero, Villi Trebino y Raúl Almada, a los que se sumaban una camada de jóvenes formados en el club como Abel Paiva, emblema salaito. La campaña de Argentino fue sensacional, de hecho terminó subcampeón, pero los polémicos promedios lo condenaron a disputar el torneo de Primera C la siguiente temporada. El 11 de marzo del 89, pese a ganar su último partido, el Salaito de Killer descendió a la cuarta categoría del fútbol argentino en el marco de una campaña en la que descontó 8 puntos a Defensores de Belgrano, su rival en esa pelea, al que casualmente le ocurrió algo similar en el último campeonato de la B Metro.

Mención especial merece el caso de Juan Barbas, quien no fue campeón del mundo en 1978 pero si del Juvenil del 79 e integró el seleccionado dirigido por Menotti en el mundial del 82. Su regreso a la Argentina a fines de 1993 coincidió, justamente, con la vuelta del entrenador que combate a los poderes fácticos fortaleciendo a esos mismos poderes, en Alvarado de Mar del Plata. La empresa Telemarketer gerenció el fútbol de ese club e invirtió muchísimo dinero para contratar no solo a Menotti y su ladero Cayetano Rodríguez sino a un grupo de jugadores de renombre como Silvio Rudman, Hugo Musladini, la Rata Rodríguez, Obdulio Trasante y, el apellido que nos ocupa, Barbas. Pues bien, la experiencia no trajo resultados esperados y Barbas voló por los aires junto a Menotti, Telemarket, Musladini y los lobos marinos (?) al quedar eliminado en la segunda fase del Torneo regional 1993/94. La época de los embates privatistas, como se advierte en los casos de Mandiyú, Laferrere, Alvarado y le agregamos Argentinos Juniors (gerenciado por Torneos y Competencias) terminaron previsiblemente mal. No obstante, Barbas volvió al ascenso y tuvo recompensa. All Boys, otra vez este club (?), le abrió las puertas en 1994 y el ex Racing y Huracán mantuvo buenos rendimientos a lo largo de tres temporadas. La primera de ellas, cuyo campeón fue Estudiantes de la Plata, resultó la mejor: un gran equipo blanco y negro concretó una gran campaña, aunque no logró ascender. Balances opuestos, entonces, a la hora de analizar el paso de Barbas por el fútbol del ascenso: más que aceptable en All Boys y negativo por donde se lo mire en Alvarado. Basta repasar los dichos de Néstor Lotártaro, arquero del cuadro marplatense, para entender lo que le dejó a Barbas su estada como futbolista en la feliz: “Hubo tipos como Hugo Jenkims y el Flaco Menotti que nos estafaron. Nadie nos había dicho que para cobrar teníamos que ganar. Lo que le hicieron a Barbitas fue inadmisible”.

Historias máximas

Ricardo Bochini y René Houseman, otros dos campeones del mundo con el Seleccionado, también pisaron los queridos pastizales del ascenso en el epílogo de sus carreras. Aunque de modo simbólico, sobre todo en el caso del 10 rojo, estos dos episodios no pueden omitirse.

Houseman, quien debutó en Defensores de Belgrano, nunca ocultó su pasión por el acérrimo rival del Dragón, Excursionistas. Tan fuerte es el vínculo del Loco con el Verde del Bajo Belgrano que René no tuvo empachó en gritarle detrás de la línea de cal un gol a Huracán, su otra pasión, en un encuentro definitorio por la Copa Argentina. En 1985, Houseman se dio el gusto y jugó 1 partido con Excursio en la Primera C ante Deportivo Armenio. No lució, se lo vio fuera de ritmo incluso, pero el objetivo era otro: que figure el apellido Houseman en la biografia del club de su vida. Dos historiadores de Excursionistas, Pablo Wildau y Federico Topet, señalaron que tras el partido el Loco decidió no jugar más. “Devolvió el cheque de cincuenta millones pesos que le dieron cuando acordaron el vínculo y que aún no había cobrado”, señalan. Lo de Bochini es distinto, si bien con aristas que pueden ligar un hecho y otro. Ya retirado del fútbol, el periodista-empresario Enrique Sacco, hombre que transformó al viejo Sportivo Barracas en un club desterritorializado y sin ningún vestigio de su tradición (mudó la localía, le cambiaron nombre y colores a la entidad), convocó al Bocha para jugar un partido oficial en Barracas Bolívar a sus 53 años, a modo de homenaje de esa localidad con el astro. Jugó 42 minutos ante Deportivo Argentino de Pehuajó, en un encuentro correspondiente al Argentino C, bajo una copiosa lluvia.Al igual que Houseman, tampoco sobresalió, aunque intentó un taco y concretó una de las tantas paredes que forman parte de lo mejor de su carrera. Suficiente para los hinchas que acudieron al encuentro y, sobre todo, para la profusa historia del fútbol de ascenso.

El cierre, de momento, culmina con apellidos asociados a San Lorenzo, el primer grande que jugó en la B. Héctor “Gorrión” López y Pablo Comelles, dos laterales que integraron el River multicampeón de Ángel Labruna, arribaron al cuadro azulgrana en 1982 con el objetivo de aportar con su experiencia al rápido retorno del Ciclón. Cumplieron y cómo. López disputó 33 partidos y fue titular indiscutido en casi todos los partidos de San Lorenzo, en tanto Comelles completó 35 encuentros y anotó un gol. Una anécdota que circula por sitios partidarios de San Lorenzo tiene como protagonista a Héctor López. Dos hinchas del Ciclón se encontraron hablando de San Lorenzo arriba de un taxi cuando el chofer, de anteojos y muy excedido de peso, les advierte que él jugó en San Lorenzo, en la primera, un año.

-“Perdoname pero no tengo, no sé quién sos”, le señaló uno de los pasajeros.
-“Héctor Osvaldo López”, respondió el chofer.
-“¿El Gorrión López? ¿El número 3?, repregunta el pasajero.
-“Claro”.
-“¿Por qué elegiste San Lorenzo en el 82, en la B”, insiste el pasajero
-“Por mi viejo. Era un fanático. Le quise dar el gusto”, contestó el chofer, lejos de cualquier cámara y lejos también de cualquier frase de ocasión.

Otro Héctor cuervo hizo historia en el ascenso. No con San Lorenzo –el club donde en 1975 anotó 60 goles, récord absoluto en una temporada- sino en clubes como Villa Dálmine, San Miguel, Nueva Chicago y All Boys. En el Trueno Verde estuvo cerca de subir con los 15 gritos de un Scotta vigente: cayó en semifinales del reducido ante Deportivo Merlo en la temporada 1987/1988. En Campana, en Mataderos y en Floresta el Gringo se cansó de hacer goles y por eso su apellido es una reverencia para estas categorías muchas veces olvidadas y maltratadas.

Hasta aquí, el repaso de glorias que jugaron en el ascenso. Posiblemente haya olvidos, alguna omisión. Diego Maradona amagó con jugar en la B aunque nunca pasó por estas canchas. Otros nombres se consignaron en esta nota, a los que se le suma Juan Román Riquelme. Habrá que ver si su campaña en la B redunda en hecho excepcional, o un aporte para los que laten por equipos del ascenso crean que no se trata solo de dinero, de egos, de batallas personales en nombre de otras batallas más importantes: la de los clubes.