La noticia no es inesperada, pero no por ello es menos triste. Hace unas horas en Madrid murió Alfredo Di Stéfano, nada menos que uno de los 4 o 5 mejores futbolistas de todos los tiempos.

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Alfredo Di Stéfano. La Saeta rubia. El alemán. El tipo que convirtió a Barracas en un sinónimo de crack. El que hasta la aparición de Pelé fue considerado prácticamente de modo unánime como mejor futbolista de todos los tiempos. El que a casi 50 años de su retiro sigue apareciendo en las listas de los mejores de la historia en un selecto grupo junto al ya nombrado Pelé, Johan Cruyff y Diego Maradona, y, para algunos también, Lionel Messi.

Pretender resumir lo que fue Alfredo Di Stéfano en un post es una tarea imposible. Podría hacerse una página entera dedicada a la Saeta que de todos modos igual quedaría material afuera. Tampoco sería justo reducirlo a los meros números de sus estadísticas, que no obstante serán resaltados, porque han sido impresionantes.

Di Stéfano fue un crack. Fue un grande. Fue un ganador. Fue (es) un mito. Pero sobre todo Di Stéfano fue fútbol en toda la extensión del término. Fue el super profesional que ganó títulos y metió goles, pero también fue el eterno pibe que jugaba en los potreros y que ya grande y estrella hizo en su casa un monumento a la pelota con la inscripción «Gracias Vieja«.

Alfredo Di Stéfano nació en Buenos Aires, más precisamente en Barracas, el 4 de julio de 1926. Desde chico estuvo relacionado con el fútbol. Nieto de italianos, su padre, también llamado Alfredo, jugó algunos partidos en River durante el amateurismo hasta que una lesión lo obligó a dejar. Di Stéfano jugaba en el barrio, en la calle, en los potreros, según contó alguna vez jugaba todo el día a la pelota, con lo que fuera. Alguna vez también comentó que su dominio lo perfeccionó jugando en las calles adoquinadas con latas abolladas que hacían las veces de pelotas. Su primer equipo fue, como era natural, uno de amigos, de pibes del barrio, se llamaba Unidos y Venceremos.

La familia Di Stéfano se mudó, dejó Barracas y se fue a Flores.Allí su madre, Eulalia Laulhé Gilmont, se cruzó con Alejandro Luraschi, un ex jugador de River que había sido compañero de Alfredo padre. Así fue que finalmente se probó en River Plate, dónde quedó, y donde debutó en primera a los 18 años, contra Huracán. Di Stéfano comenzó a destacarse, pero no podía hacerse de un puesto como titular en el Millonario, y fue cedido a préstamo a ese Huracán contra el que había jugado su primer partido. Tomás Ducó, el presidente del Globo, quería llevárselo definitivo. En River insistían en que no, y finalmente llegó el préstamo con una opción por el pase definitivo de 80.000 pesos. El pase de Rubén Bravo, máximo fichaje en esos tiempos, de Central a Racing, había sido en 60.000 pesos….

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En Parque Patricios comenzó a ganarse un nombre, y tan sólo un año más tarde volvió a River, ya como titular, y para reemplazar nada menos que a Adolfo Pedernera. Alfredo metió 27 goles en 30 fechas y se consagró campeón, como ya lo había hecho en 1945, pero en este caso como estrella. Ya su primer apodo, El Alemán, había dejado lugar al que lo acompañaría toda su vida, La Saeta Rubia. Eran tiempos pletóricos en las canchas argentinas, siempre llenas, siempre con fútbol y goles. Epocas románticas y, mirándolas desde este momento, algo ingenuas e inocentes. De allí que suene naif el «Socorro, socorro, ahí viene la saeta con su propulsión a chorro» con el que se lo homenajeaba domingo a domingo.

Para ese entonces ya había sido convocado también a la Selección Argentina, con la que ganó el Sudamericano de 1947, en Guayaquil. Argentina arrasó ganando 6 partidos y empatando el restante de los 7 que disputó, en los que convirtió en 28 oportunidades para consagrarse campeón. Di Stéfano, junto a Tucho Méndez, fueron los máximos anotadores argentinos, con 6 goles cada uno.

En 1948 comenzó la huelga de futbolistas que culminó en el gran éxodo de la mayoría de los mejores jugadores nacionales. Di Stéfano, como muchos otros, se fue a Colombia, que, sin estar asociada a la FIFA, formó una espectacular liga que pasó a la historia como El Dorado. Hacia allí encaró Alfredo, convencido por Pedernera, y junto a Pipo Rossi, entre otros, para dar lugar al mejor Millonarios de todos los tiempos. Nunca más volvería a jugar en un equipo argentino.

En Bogotá Di Stéfano la descosió. Fue campeón en 1949, primer título del Ballet Azul, subcampeón en 1950, y nuevamente campeón en 1951 y 1952, torneos ambos en los que además fue el máximo goleador con 31 y 19 tantos respectivamente. En Colombia Alfredo cimentó gran parte de su leyenda y fue allí desde dónde pegó el salto a la fama mundial.

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En 1952 Millonarios jugó en Madrid un torneo amistoso por los 50 años del Real Madrid. Un triangular en el que además jugó el IFK Norrköping de Suecia. Los colombianos ganaron el campeonato venciendo 4 a 2 a los madrileños en la final. Fue en ese momento que Santiago Bernabeu le echó el ojo al argentino. Meses más tarde, en Caracas, se jugó la Pequeña Copa del Mundo de Clubes, un torneo amistoso en el que participaron nuevamente Real Madrid y Millonarios, junto a Botafogo y el La Salle venezolano. El título fue para los españoles, pero lo más importante para la historia madridista no fue el trofeo, sino que allí, en tierras bolivarianas, Bernabeu convino el fichaje de Di Stéfano.

Sin emabargo la llegada de Don Alfredo a Madrid no fue sencilla. No sólo los merengues querían contar con sus servicios, sino también el Barcelona. Asimismo la liga colombiana había sido denunciada ante FIFA como «liga pirata» ya que contaba con el concurso de jugadores que habían dejado sus paises -fundamentalmente Argentina y Uruguay- rompiendo unilateralmente los contratos que los vinculaban con sus clubes. El Madrid negoció y acordó directamente con Millonarios, donde militaba el jugador. El Barça, con River, dueño de su pase según FIFA, que para ese entonces había decidido que los jugadores debían volver a sus clubes de origen, pero no inmediatamente, sino al finalizar sus contratos. De ese modo Di Stéfano debía volver a Nuñez, pero recién en 1955, y todo esto acontecía a principios de 1953.

Hubo una mediación en España, y se decidió que Di Stéfano podría jugar cuatro años en la liga ibérica, dos para el Real Madrid, y dos para Barcelona. Los catalanes no se mostraron de acuerdo e incluso el presidente del FC Barcelona renunció para mostrar su enojo. Todo se encaminó entonces para Bernabeu, y el jugador firmó contrato por 4 años con el Real Madrid, cuya camiseta vestiría durante 11 temporadas.

Tanta puja por el argentino, que no había disputado ningún mundial, y que ya tenía 27 años generó una suerte de escepticismo en el público madridista. En ese entonces, 1953, el Madrid era, obviamente, un club grande, uno de los más poderosos de España, pero llevaba 20 años sin salir campeón, desde antes de la Guerra Civil Española. El gran dominador del fútbol hispano durante esos primeros años franquistas había sido el Barcelona, con 7 títulos, seguido por el Atlético de Madrid, con 4, y el Valencia, con 3.

Di Stéfano en su primer partido oficial marcó un gol, al Racing de Santander. Ese año también ganó el primero de los 8 campeonatos que ganaria en los siguientes 10 torneos. En todos fue figura. En algunos con compañía de lujo -Puskas, Gento, Kopa, Rial-, pero siempre como gran estrella.

Ganó 5 Copas de Campeones -la actual Champions League-, todas de manera consecutiva, y es el único jugador que marcó en 5 finales de esa competencia. Alzó también la Copa Intercontinental en 1960, y ganó la Copa del Generalísimo (antes Copa del Rey, Copa de la República, y actualmente nuevamente Copa del Rey) en 1961. En total jugó 396 partidos oficiales con la camiseta del Real Madrid, en los que anotó 307 goles. Los números totales de su carrera, contando todos sus equipos y todos sus partidos, incluyendo amistosos,hablan por sí solos. Salió 897 veces a la cancha y marcó 694 goles. A nivel oficial, y sólo en clubes, jugó 664 partidos anotando 498 goles. Fue goleador del campeonato argentino (1947), colombiano (1951 y 1952), español (1953/54, 55/56, 56/57, 57/58, y 58/59) y de la Copa de Campeones de Europa (1957/58 y 1961/62)

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Tras su paso por el Real Madrid pasó por el Espanyol de Barcelona dónde jugó dos temporadas hasta su retiro con ya 40 años cumplidos. No tuvo una gran trayectoria a nivel selecciones. En Argentina sólo jugó el mencionado Sudamericano de 1947. 6 partidos, 6 goles. Con la camiseta de España jugó en 31 oportunidades, señalando 23 tantos. Fue parte del plantel español que jugó el Mundial de Chile 1962, pero una lesión le impidió jugar un solo minuto de los 270 que duró la excursión hispana allende los Andes. Fue quizá su única falta, si es que tuvo alguna.

Como entrenador fue campeón con Boca Juniors (Nacional 1969), Valencia (liga 1970/71 y Recopa Europea 1979/80), Real Madrid (Supercopa Española 1981) y River Plate (Nacional 1981).

Alfredo Di Stéfano, uno de esos tipos que siempre serán mencionados cuando se hable de los mejores de todos los tiempos. Uno de esos nombres que cualquiera ha escuchado en boca del padre, abuelo, tíos, vecinos o en la cancha. Uno de los que les puede discutir de tú a tú (?) a Pelé, a Maradona, a Cruyff, a Messi y a quién sea. Ese que dejó de jugar en la década del 60 y que aún hoy gente que no sabe nada de fútbol sabe de quién se habla.

El primer gran futbolista todo terreno. El que jugaba, hacía goles, hacía jugar, daba una mano en defensa y además ganaba y ganaba. Un tipo que en Argentina quizá sonaba españolizado en su hablar, tras más de 50 años en la península, pero que seguía usando los términos y la forma de ver el fútbol de cualquier argentino. Tal es así que hasta no hace tanto en España se seguía sonriendo cuando Don Alfredo en algún comentario decía «corner, referi, orsai y penal» en vez de «tiro de esquina, árbitro, fuera de juego y penalty».

Un personaje con una fuerte personalidad, mordaz, calentón, cascarrabias y verborrágico. Autor de grandes frases como «Marcar goles es como hacer el amor, todo el mundo sabe cómo se hace, pero ninguno lo hace como yo«; «Un partido de fútbol sin goles es como un domingo sin sol«; «Ningún jugador es tan bueno como todos juntos«; y «Todo lo que hacemos con los pies lo hemos de hacer antes con la cabeza«, entre muchas otras.

Sin embargo la mejor, al menos para este posteador, es otra, que viene con anécdota previa, y que resume lo que era el fútbol para Alfredo Di Stéfano. Rogelio Dominguez, arquero argentino, fue compañero de la Saeta en el Real Madrid, y alguna vez contó: «En un partido por la Copa de Europa, Alfredo pegó un tiro en el palo. La contra nos tomó mal parados: salí a cubrir y el delantero me la tiró por arriba. Resignado iba a buscarla adentro pero, de repente, vi una casaca blanca que se esforzaba para sacarla en la línea. Era Alfredo, el mismo que segundos antes había errado el gol en el arco contrario. No lo podía creer«. Cuando Domínguez le comentó, tras el partido a Di Stéfano lo sorprendido que estaba por esa jugada, Alfredo le contestó con una verdadera declaración de principios: «Es que mi quintita mide 105 x 70«. La quintita de Alfredo Di Stéfano era ni más, ni menos que toda la cancha.

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Se fue Don Alfredo. El respeto y la admiración eterna para un grande de todos los tiempos. Uno de cinco, si se habla de los mejores futbolistas de la historia. Uno de los tres argentinos que componen ese quinteto.

Para conocer un poco más de como pensaba Alfredo Di Stéfano se recomienda esta entrevista de la revista Sport, en 1966.


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