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#12añosdeLR!: Liberté

No nos íbamos a ir sin dejarles una breve infrahistoria de tablón en la que desandamos los primeros pasos de un prepúber en su camino a la realización personal mediante la persecución de valores nobles y la aplicación de justicia.
hincha nene celtic
Luis era el más chico del grado. Por no aguantarse una semana más en la panza de la madre se perdió de ser el más grande del curso para morfarse las jodas de ser el más peque del grado. La altura por debajo de la media, el pelo rubio pálido, la cara de bueno y una mirada sin picardía lo hacían parecer más chico de lo que era.

Retraído en el colegio, aplicado lo justo y necesario para aprobar sin estridencias de abanderado y manteniendo una conducta adecuada para evitar un llamado a los padres. En el club del barrio desertó sucesivamente de las clases de natación, karate y básquet en las que fue anotado para que haga algo, porque a los nueve años Luis no hacía nada. Casi no miraba tele, no jugaba con sus hermanitos y a los primos los ignoraba. Su única actividad social era andar en bicicleta con los chicos de la cuadra. Leía, eso sí, leía mucho, sus ojos devoraban todo lo que caía en sus manos. Quien lo incorporó al mundo real fue el tío Saúl, un domingo a la tarde.

Después de un almuerzo familiar, el tío le preguntó a Luis qué tenía que hacer a la tarde. El sobrino dijo que nada. Entonces vamos a la cancha. El tío soñaba con revertir los colores del pibe, por lo que lo subió al auto junto a sus dos hijos y enfiló para Núñez. Las crónicas hablan de un 4-0 del local sobre San Lorenzo y una actuación consagratoria del diez de La Banda. Luis apenas miró el partido, para él la excursión fue un festín de panchos, cocas, el famoso autotrol y carteles publicitarios de tamaño impactante.

Al día siguiente le contó a sus compañeros de pedaleada que había ido a la cancha. Se multiplicaron los ooohhh y uy. El interés y la emoción de los otros chicos despertaron memorias del que evidentemente había sido un partido memorable. Situaciones de gol, un mano a mano que dio en el poste, una expulsión, un gol anulado, cada una de ellas seguidas del correspondiente murmullo, grito o aplauso generalizado. Algo comenzó a despertar en él. No pasó mucho antes de que le diga a su padre que quería ir a la cancha, pero no a la del tío, a la de su equipo. El viejo aceptó y semanas más tarde Luis debutó de local.

Dos años más tarde Luis no se perdía ningún partido de local. A veces lo acompañaba su padre, otras un amigo de éste, al que trataba de tío, hincha del mismo equipo. A veces viajaba solo y se encontraba con el tío postizo antes de entrar. De a poco ganó en independencia. Viajaba solo, hacía la cola para comprar su entrada, se ubicaba en la tribuna cada vez más cerca del corazón de la hinchada y terminado el encuentro se volvía solo masticando resultados que, no tan de a poco, enflaquecían el promedio y espesaban el aire en una tribuna que empezaba a tener escaramuzas contra rivales y policías.

El clima enrarecido de los fines de semana no afectó a Luis. Tampoco lo hizo dejar la primaria para pasar al secundario ni el hecho de que la familia se mudase a un barrio nuevo sin chicos en las calles. Apenas sintió un leve y efímero aguijón con el primer no de una chica. Todo pasaba. Imágenes del paisaje. Lo único perdurable, por su latente persistencia, era la inminente erupción de lo que la tribuna iba acumulando mientras él observaba.

Hasta ese domingo de mayo en que un policía, bastón en mano, intentó torpemente desatar una bandera del alambrado. Los tres dueños de la bandera se le fueron al humo. Otros cuatro ratis sonrieron al encontrar respuesta a su plan y la emprendieron contra los tres muchachos. Tres pibes encima del primer poli, cuatro uniformados arriba de los pibes, y quince hinchas que en forma espontánea rodearon y aplicaron su justicia sobre los botones. Sonó una orden en lo alto de la tribuna y el cuerpo de la Guardia de Infantería hizo sonar sus botas abriéndose paso a tropel por los escalones para poner orden en la parte baja de la popular. La situación pronosticaba un rápido triunfo policial. Pero, sin que medie grito ni orden alguna, la conciencia general se hizo presente y la popular entera se descolgó en persecución de los cabeza de tortuga.

Luis no dudó. Bajó a la par del resto tan rápido como pudo y rápidamente se vio envuelto en un revoleo de gritos, golpes y bastonazos a lo que salga. Con el puño derecho cerrado trató de ubicarse en el quilombo sin perder detalle de lo que ocurría. La policía fue rápidamente superada en número y recibió más de lo que repartía. La infantería perdió su formación y cada uniformado quedó por la suya. Con la revuelta casi dominada por los hinchas y la policía comenzando la retirada el interés de Luis decayó. Buscaba la forma de salir del tumulto para volver a su lugar en la tribuna cuando se ofreció ante él una nuca, abierta, horizontal, disponible, apuntando al cielo, blanca como pechuga de pollo, flanqueada por un cuello azul oscuro y la parte baja de un casco. Su puño derecho se levantó, osciló en el aire, midió distancias y cayó con violencia sobre la carne descubierta.

La energía descargada aclaró su visión, confirmó con un paneo que ningún policía lo había visto. Aliviado, resoluto, liberado, confiado, sonreía. Subió los escalones hasta ubicarse en su lugar. Rebosaba felicidad. A los doce años había descubierto la libertad.


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