A sus 35 años, Diego Milito volvió a Racing para salir campeón… otra vez (!). Humilde repaso por el pasado y presente de este enorme delantero, que se consagra como uno de los máximos ídolos en la historia del club.

Son épocas difíciles para andar poniendo rótulo de ídolo a un jugador de fútbol. Y no es que sea un concepto que ya no exista o que esté en vías de desaparición. Todavía sirve, todavía sirve existe. Pasa que hay cierta tendencia a tildar de ídolo a X jugador, sin pensar en la real dimensión de la palabra. En este contexto, podemos decir que sí puede que se hayan modificado o agregado algunos requisitos como para llegar a convertirse en una referencia histórica de una institución. Claro que estos términos y condiciones (?) tienen menos sustento que la libreta del CBC de Fantino (?), con lo cual preferimos mantener ahí, a un costado, eso de referencia histórica. Porque no es fácil convertirse en el ídolo absoluto de un club. Y mucho más en nuestro fútbol de hoy. Actualmente, estamos más cerca del «90 minutos de fama» que del «para la eternidad». Basta con repasar algunos nombres notables, como para entender lo que cuesta convertirse en leyenda: Ángel Labruna, Hugo Orlando Gatti, Ricardo Bochini, Alfio Basile, Héctor Veira, Carlos Bianchi, entre tantos otros. Y, sí. Eran otras épocas: los jugadores no sentían presiones para salir disparados de sus clubes. Pasaban años y años en una misma institución escribiendo su historia. Llegar a un club grande, jugar en un club grande era lo máximo a lo que se podía aspirar. Hoy, en muchos casos, es el paso previo a saltar el charco, para jugar, en muchos casos, en equipos de poca monta. En estas últimas décadas, es complicado encontrar algunos ejemplos. Pero, por suerte, los hay: Ariel Ortega, Juan Román Riquelme, Martín Palermo, Guillermo Barros Schelotto, Sebastián Battaglia, José Luis Chilavert. Jugadores que supieron permanecer vigentes en sus clubes y que deleitaron, durante muchos años, a sus hinchas. Podemos nombrar, también, a un Juan Sebastián Verón, que, en Estudiantes, logró en poco tiempo lo que tantos otros lograron en largos años. Y hasta podemos agregar a un Leandro Romagnoli, símbolo de un club que acaba de obtener su más ansiado lauro.

Nótese que la mayoría de estos auténticos ídolos se remiten a los dos clubes más grandes. River y Boca han sido, durante un buen tiempo, equipos dominantes en nuestro fútbol, llegando a alcanzar varios títulos, tanto locales como internacionales. Son clubes que tientan más fácilmente al jugador a quedarse: son una mayor vidriera, pelean más frecuentemente todos los frentes, juegan asiduamente torneos internacionales, pagan mejor, etc, etc, etc. En cambio, clubes grandes como Independiente, Racing y San Lorenzo, que, últimamente, han vivido más en la mala que en la buena, deben apelar hasta a lo que no tienen para poder retener a grandes jugadores, potenciales símbolos. Ni hablar del resto de los equipos. A todos, en mayor o menor medida, les cuesta sostener a sus figuras: el jugador presiona para salir, la plata que se ofrece tienta a los dirigentes, la identidad es algo que el jugador no tiene tanto en cuenta. En fin. Es muy complicado tanto para los clubes como para los jugadores.

Hoy, la idolatría parece ser algo transitorio. O algo que se maneja con una liviandad casi alarmante. Surgir del club, #serhincha (?), tener grandes actuaciones contra el clásico rival, vender buen humo, ganar algún título. Con algunos de esos ítems en combo ya se puede ser ídolo. Pero difícilmente se lo sea para la eternidad. El jugador, en muchísimos casos, es vendido prematuramente. Ni hablar de aquellos que lo echan todo a perder y que, en un abrir y cerrar de ojos, pasan de ídolos a enemigos públicos número uno. Muchos de estos jugadores dejan una puerta abierta para el retorno: ya sea como jugador, o como DT o hasta como presidente, en el más Verón de los casos (?). Es ahí cuando pueden aprovechar la oportunidad para asentarse definitivamente en el olimpo -el de los dioses, no el de Bahía Blanca (?)-. Volver a la tierra que lo vio nacer y triunfar. Qué mejor que eso.

Es el caso de Diego Alberto Milito, hermano mayor de Gabriel, símbolo del equipo rival, Independiente. Diego Alberto Milito no necesitó permanecer una eternidad en el club, no precisó competir en múltiples competencias internacionales, ni tuvo que hacer miles de goles. Pero antes de meternos de lleno en la historieta de este post dedicado al actual capitán de Racing, es menester repasar brevemente sus inicios en La Academia y su exitoso peregrinar europeo.

Diego Alberto Milito -no vamos a estar llamándolo así todo el post, tranquilos (?)- nació en Bernal, el 12 de junio de 1979. Debutó en la primera de Racing Club en un 3 a 3 ante Unión, en 1999. No era un lindo momento para debutar (en Racing nunca había buen momento): el Racing de Cappa, con el Mago Capria, con Matute Morales, con el Chelo Delgado, con Diego Latorre, había sido un oasis en el vasto arenal de la miseria en el que La Academia se encontraba perdida. Se venían, otra vez, momentos críticos: el equipo se desmanteló y sólo quedó Delgado, a quien había que sumarle jugadores como el Diablo Monserrat (!), Sixto Peralta, Garaycochea, Sergio Zanetti, Osvaldo Terminator (!) Canobbio, Cubito Cáceres y unos recientemente bautizados Bastía y Arano. Después, se sumarían más muertos (?) como Gustavo Falaschi (!), Bressán, Diez, Principiano, Loscri, Zanello, los choros (?) Neira y Vega, el fantasma del Chango Moreno, más el innecesariamente retornado Marcelo Saralegui. Llegó un tal Reinaldo Carlos Merlo y, luego de una caliginosa primer campaña, en 2001, llegaron casi una quincena de jugadores nuevos (oh, casualidad) y se pudo gritar campeón después de un tercio de siglo. En ese campeonato, Milito arrancó como titular, haciendo dupla con Maceratesi (que luego perdió el puesto a manos de Maxi Estévez). Tuvo una gran primera parte, jugando a buen nivel y marcando tres goles (dos a Newell’s y uno a Colón). Después, su rendimiento mermó ostensiblemente y perdió el puesto con Maceratesi. De todas formas, Milito ingresaba siempre desde el banco y, así, pudo ser uno de los pocos que estuvo presente en los 19 partidos de aquel torneo de aquel caótico 2001.

Diego continuó en Racing, afirmándose, aún más, en la primera del equipo de Avellaneda. La Academia estuvo inmiscuida en la pelea al campeonato siguiente (abdicando en la defensa de su corona en el Monumental, con aquel insólito gol de Cuevas). Luego, Merlo, a poco de empezar el torneo siguiente, pegó un portazo de los suyos y se fue. Después, llegó el maestro, Osvaldo Ardiles, quien armó un buen equipo que terminó disputando una gran Copa Libertadores (la última que Racing jugó, hasta el momento), quedándose afuera por penales ante América de Cali; justo Milito había marcado el gol para el 1 a 1 en Colombia, cuando no valía el gol de visitante; el 0 a 0 en Avellaneda, más los dos penales errados por Rueda, despidieron de la copa a Racing, que se fue invicto; luego de ese partido, Ardiles renunció. Llegó Ángel Cappa, pero ya nada sería lo mismo. Sobre todo para Racing, que empezaba a encarar una nueva sequía de títulos. Justo cuando se empezaba a ver lo mejor de Diego, el club decidió que era el momento de desprenderse de él. En el 2003, terminó yéndose por muy poco dinero. Su destino era la Serie B italiana: Diego Milito era nuevo jugador del Genoa. Cerraba un ciclo en Racing, que constó de 145 partidos jugados, con 36 goles convertidos. Se marchaba uno de los tantos hijos de la casa. Uno de los pocos hijos que pudo sobrevivir a esa clínica clandestina de abortos que era Racing por ese entonces. Le costó, porque no estaba del todo maduro cuando le tocó debutar (encima, el entorno no era muy afable que digamos). No deslumbró desde un primer momento. Lo suyo parecía ser puro ensayo y error. Pero supo defender su lugar y, lenta y silenciosamente, fue afirmándose y evolucionando.

Y esa evolución se confirmó en Europa. Diego Alberto Milito se hizo gigante en el Viejo Continente. Dos años permaneció en el Genoa, convirtiéndose rápidamente en uno de los favoritos de la hinchada. Milito jugó 65 partidos en el equipo genovés, anotando 34 goles y alcanzando el ascenso a la Serie A, aunque por una de las matufias típicas del fútbol italiano el Genoa fue descendido administrativamente a la Serie C1. Año 2005 y Milito salió eyectado al Zaragoza de España, donde estaba su hermano Gabriel. Llegó a préstamo por dos años, a cambio de dos millones de euros, con opción de compra de cinco millones. Llegaba para reemplazar a David Villa, que se había ido al Valencia. Se acomodó rápidamente en La Romareda, donde saltó a la fama con los cuatro goles que le hizo al Real Madrid de los Galácticos por la semifinal de la Copa del Rey (antes, por cuartos de final, le había hecho dos al Barcelona, que no era moda todavía, eliminándolos en cuartos de final). Para la temporada siguiente, contribuyó a la clasificación de los Maños a la Copa UEFA, terminando como sub-Pichichi (?), al hacer 23 goles, dos menos que un tal Ruud van Nistelrooy. Los españoles le compraron el pase de una y le fijaron una cláusula de rescisión de 100.000.000 de euros (!). Pero, llamativamente, el equipo se cayó a pedazos y terminó descendiendo. Milito se veía obligado, una vez más, a buscarse un nuevo destino (en España completó 125 partidos, en los que marcó 61 goles). Mientras el Zaragoza descendía en España, en Italia, el Genoa concretaba el ascenso a la Serie A. Entonces, Diego aprovechó para terminar con lo que había empezado unos años atrás. Pese a tener ofertas más importantes, eligió volver al club genovés, que puso 12.000.000 de euros para repatriarlo, en lo que fue una de las transacciones más bizarras de la historia: a minutos del cierre del mercado de pases, el representante del jugador tuvo que saltar un tapial (!) y tirar el contrato, en papel, por la ventana (!!!) de la sede de la Federación Italiana, llegando a ser tomado y tramitado. En su retorno al Rossoblú hizo 26 goles en 34 partidos, terminando como sub-Capo Cannoniere (?), dos goles por detrás de un tal Zlatan Ibrahimovic. Su fútbol llamó la atención de José Mourinho, técnico del Inter, que exigió a Moratti que ponga los 25.000.000 de euros que el Genoa pedía por él. En su primera temporada jugó 51 partidos e hizo 30 goles, incluidos los dos que le marcó al Bayern Münich en la final de Champions League, ganando, además, liga y copa de liga. Fue elegido el mejor jugador de Europa por la UEFA. Diego Milito, definitivamente, se consagraba como uno de los mejores jugadores del mundo. Luego de haber alcanzado el cenit, empezaron los problemas con las lesiones (a su vez, el nivel de competitividad del Inter, que ya no tenía a Mou, se iba diluyendo alarmantemente). En 2013, una lesión de ligamentos en su rodilla lo empujó al cierre de su proceso europeo. Se recuperó, volvió, jugó, hizo algún gol, pero el ciclo ya estaba cumplido. Se despidió del Neroazzuro con 75 goles en 160 encuentros disputados. Abandonaba Europa con un promedio de gol cercano a una anotación cada dos partidos. Brutal.

Pudo haber firmado con petróleo en Medio Oriente, pudo haber disparado para la Major League Soccer, pudo haberse cagado en todo e irse a jugar a China o, peor, a la India o, peor que peor (?), a Malasia. Pero tenía que volver. Todo Racing lo estaba esperando con ansias. Ya no era el delantero que partió dejando de ser un atacante del montón, sino que pegó la vuelta siendo un jugador mundialmente reconocido. Fue así que acabó llegando a Racing, casi en simultáneo a la partida de Mostaza Merlo. Mientras una estatua tambaleaba, empezaba a erigirse otra.

Es difícil determinar si Milito se fue de Racing, en 2003, como ídolo. Era un tipo del club, sí; era un tipo campeón, sí; pero no se fue como se fue, por ejemplo, Saviola de River (es decir, rompiéndola ininterrumpidamente desde el debut hasta su venta, haciendo un vagón de goles); se fue muy bien, quedando en la historia del club sólo por el hecho de haber salido campeón; pero no estaba como para ponerse a la par de muchachos como Corbatta, Cárdenas, Basile, Cejas, Perfumo. Igual, quién pudiera. Hay que convertirse en una leyenda en un club que estuvo casi medio siglo zozobrando y hasta, a veces, coqueteando con la muerte, si se me permite la analogía (?). En aquel misérrimo interregno el club supo albergar a tipos como Rubén Paz, el Pato Fillol, Gustavo Costas, Miguel Colombatti, Walter Fernández, el Toti Iglesias, entre otros, que supieron ganarse un status al poner la Supercopa en las vitrinas del club ¿Quién los dirigía? El Coco Basile, nada menos. Después, pasaron montones de jugadores que, con no tantos motivos, supieron colgarse el cartelito de ídolos (algunos de ellos, con fecha de vencimiento). Podemos nombrar a Claudio López, el Turco García, Nacho González, Rubén Capria, Marcelo Delgado, Ángel Morales, Teté Quiroz, Pablo Michelini (pre-Apertura 2001) o el Cholo Simeone, Lisandro López, Gio Moreno, Pablo Lugüercio (!), Teo Gutiérrez, Maxi Moralez, entre tantos otros (post-Apertura 2001). Véase la volatilidad de algunos nombres. El hincha, entre tanta miseria, como que se obligaba a encontrar rápidamente a alguien a quien ovacionar o aplaudir, alguien por quien gritar. Pero era muy complicado sostener ese cariño. Es todo muy lábil. Racing se devoró a muchos de esos jugadores tan queridos por la hinchada. Hasta se lo ha llegado a putear al mismísimo Mostaza.

A sabiendas de todo eso volvía Diego Milito a su casa. Con algunas dudas, por qué no. Llegaba con 35 años, no tenía la continuidad de sus años mozos (?). Pero, a diferencia de anteriores retornados, el Príncipe era una verdadera eminencia: multicampeón europeo, con un Mundial encima ¿Le quedaría algún resto de ambición? Los hinchas de Racing no lo sabíamos. Aunque sí teníamos en claro algo: no volvía para robar, como suele decirse en muchos de estos casos. Diego Alberto Milito venía con serias intenciones de ayudar a Racing. Venía a dar algo, lo que sea. Y todos teníamos enormes expectativas puestas en él. No en Cocca, no en Nelson oncepalos (?) Acevedo, no en Videla, mucho menos en Pillud (?). El tipo que podía darle el salto de calidad al equipo era Diego Alberto Milito.

Y vaya si volvió vigente. Marcó un gol en el debut ante Defensa y Justicia (y participó en los dos tantos de Hauche), hizo el gol del triunfo ante Arsenal (un penal, en el epílogo del encuentro), metió el gol de Racing en la derrota ante Independiente (en ese partido sale lesionado), fue clave en la reanudación del match ante Boca (se la bajó magistralmente de pecho a Bou en el gol del empate), asistió a Acuña en uno de los goles ante Belgrano, abrió el partido contra Estudiantes, asistió a Bou en el segundo tanto contra Vélez, participó en el gol de Hauche ante Olimpo, volvió a asistir a Bou (esta vez, para el gol del triunfo ante Banfield), catalizó el gol en contra de Funes Mori en el partido decisivo ante River, y fue determinante en el triunfo ante Central, que casi que abrocha el título para Racing (armó un jugadón para destrabar el partido y anotó dos golazos para liquidarlo). Y ni hablamos de su influencia en el plantel, colaborando con el DT, hablando con los jugadores tanto dentro como fuera de la cancha, de su bajo perfil, de su profesionalismo.

Diego Milito fue determinante para la obtención del Transición. No hay dudas de ello. Desde la era cenozoica (?) que Racing no tenía un jugador tan influyente en su equipo. Y, así, el tipo, calladito, se alza con dos títulos en diferentes momentos de la vida de Racing. Es decir, el tipo sale campeón dos veces en un club que da la sensación de que no va a salir campeón nunca ¿M’entendéh? (?) Y Milito no vendió humo, no rompió récords. Ni siquiera suma más de cinco temporadas completas en el club. Pero supo salir campeón y cortar una interminable racha negativa de 35 años. Y no sólo eso: volvió luego de casi una década y, de movida, le dio otro título a La Academia y, en consecuencia, la posibilidad de jugar una nueva Copa Libertadores, lo cual no es poco para un club que, en los últimos 25 años, la jugó en contadas ocasiones. Diego Milito ya se ubicó en la foto, entre los Perinetti, los Ohaco, los Ochoa, los Pizzutti, los Bravo, los Méndez, los Corbatta, los Sosa, los Belén, los Perfumo, los Basile, los Cárdenas, los Cejas, los Maschio, los Paz y Los Palmeras (?). Ya ha dejado de ser Príncipe. Ahora es Rey.