Ni enganches, ni delanteros. Los mediopuntas existieron desde siempre en el fútbol y hoy toca repasar la historia de los diez mejores de todos los tiempos.


La posición del mediopunta es difícil de catalogar como enganche o delantero generalmente, y es que en realidad, a diferencia de las otras posiciones, no se trata de una demarcación definida en un dibujo táctico, si no que es un rol que desempeña el futbolista en una cancha de fútbol.

Desde muy temprano en la historia del fútbol los mediopuntas estuvieron presentes ocupando distintas ubicaciones en las tantas variaciones tácticas de antaño. En el antiguo sistema de la pirámide invertida 2-3-5 generalmente al menos uno de los llamados «delanteros interiores» desempeñaba tal función cumpliendo no solo las labores de enlace entre la línea creativa y el ataque, si no jugando tanto como un mediocampista creativo como un delantero en sí.

Hoy por hoy muchos de los que en un pasado hubieran sido enganches cumplen esta función y, debido al tan completo perfil requerido, suelen ser aquellos con la más completa capacidad técnica y táctica ofensiva, tan capaces de ser hábiles conductores de juego como de ser prolíficos atacantes.

Sin más consideraciones, los mejores mediopuntas de la historia para LR!

Mención de Honor: Zbigniew Boniek

Cuando Polonia se clasificó para el Mundial de España 1982 nadie consideró a aquel equipo como favorito. Hasta que Boniek empezó a jugar. Uno de los mayores talentos europeos del fútbol de los 80, Boniek entendía el fútbol globalmente. Apoyado en aquella selección por otro gran jugador, Latto, Polonia se abrió paso por un Mundial plagado de grandes selecciones (la Argentina de Maradona y Kempes, el Brasil de Zico y Sócrates, la Francia de Platini y Kopa, la Alemania de Rummenigge…) hasta las semifinales.

Aquel talento duró poco en Polonia. Del impronunciable Zawisza Bydgoszcz pasó a la Juventus de Turín en donde que encontró a otro gran futbolista con el que conversar: Michel Platini. Los grandes jugadores hablan un idioma aparte, el del fútbol. Ese idioma no se juega con palabras, ni se dan gritos. Al menos esa es la sensación que da cuando se ve a dos cracks entenderse sin palabras sobre el verde césped.

Ese era el espectáculo que Boniek y Platini brindaban cada domingo y que les llevó a conquistar la Recopa de Europa de 1984 y la Copa de Europa de 1985. Considerado el mejor jugador polaco de todos los tiempos, Boniek tenía talento suficiente para jugar en Italia y triunfar. Y lo hizo. Podía jugar en el vértice del área y gambetear hasta encontrar un hueco o podía arrancar desde atrás e irse por velocidad. La manera en la que lo hacía era lo bonito.

Puesto 10: Ronaldinho

Quizás lo suyo fue efímero, pero que lindo que fue lo de este tipo. Ronaldinho ha sido uno de los mejores jugadores que jamás haya visto en un terreno de juego. Su llegada a Barcelona, tras 2 años en París, y dos antes en el Gremio, fue balsámica para el club. El astro brasileño contagió su alegría a la hinchada, y sus amagues y gambetas imposibles provocaban algún que otro frote de ojos que verificaba que sí, que lo que estaban viendo era real.

Ronaldinho llegó al Barcelona con 23 años. El club le recibió con los brazos abiertos como el mesías que revertiría la calamitosa situación que se había encontrado Joan Laporta, el nuevo presidente electo. 6 años sin títulos es mucho tiempo para los culés. Allí estaba Ronnie, sonrisa perenne de dibujo animado, despreocupado por la situación, conocedor en su fuero interno de la solución a los males blaugranas. Si bien Ronaldinho era ya un jugador campeón del mundo, aún no había despuntado a nivel de clubes. Al jugar en una liga menor como la francesa, sus actuaciones carecían del impacto mediático presumible para un jugador de su talla.

Con el club catalán, Ronaldinho ganó dos Ligas, dos Supercopas y la ansiada Copa de Europa. Más allá de los títulos, regalaría momentos sublimes. En su primera temporada en el Barcelona, el Gaucho ganaría el FIFA World Player y lideraría a su equipo hasta el subcampeonato en una segunda vuelta espectacular. Su personalidad en el campo, capacidad de liderazgo y eterna sonrisa, unido a su estratosférica calidad le convierten en un ídolo de talla global.

Los dos años que siguen a su debut serían los de su consagración. En 2005 consiguió su primera Liga, volvió a ganar el FIFA World Player y conquista su único Balón de Oro. El brasileño era el mejor jugador del Mundo y es por él que el Barcelona comenzó a recuperar el prestigio perdido años atrás. 2006 es el gran año de Ronaldinho, se recordará por el doblete en Liga y Champions y una actuación en el Bernabeu que luego fueron opacadas por otro muchacho que también usaba la 10. Dos goles que ponen el pie al Coliseo blanco, que reconoce la superioridad del máximo rival y ovaciona al brasileño tras su mágico partido.

El idilio del jugador con Barcelona parecía infinito. Ronnie proclamaba a los cuatro vientos que nunca se iría del club. Que la Ciudad Condal era un lugar ideal para vivir y que se quedaría muchos años más. ERROR (?). El Mundial 2006 lo liquidó a Ronnie. Pero mal. El fracaso de él y de su selección hicieron que baje mucho el nivel. Y con eso, llegaron los rumores de que el jugador no lleva una vida de deportista, salidas nocturnas, bongos y caipirinhas y para colmo el Barcelona pierde la Liga en la última jornada contra el eterno rival.

El último año dio bastante asquito, tanto por lesiones como por su bajo estado físico. Continuó su carrera en el Milán, club convertido en un lujoso asilo de futbolistas(?). En el club lombardo, Ronaldinho deja destellos de clase y poco más. Sus mejores años habían pasado y los que soñaban con una reencarnación de su ídolo, abren los ojos de par en par a modo de resignación. Las salidas nocturnas, su amor a la noche vuelven a ponerle contra la opinión pública y sus apariciones en el club rossonero fueron más esporádicas. Su vuelta a Brasil era cuestión de tiempo.

Volvió a Flamengo y marcaba diferencias en este fútbol maquillado brasilero. Sin embargo, las cosas no estaban del todo bien y se las tomó para el Mineiro, donde gastaría sus últimos cartuchos. Ganando la Libertadores, se convirtió en una leyenda viviente, al lograr Mundial, Libertadores y Champions. Hoy sigue jugando, al trotecito, en México por una torta de guita. Sigue dando gusto verlo jugar, eso sí.

Puesto 10 bis: Zizinho

En la ciudad de São Gonçalo, estado de Río de Janeiro, hacía de todo para ayudar a la familia comandada por la madre, viuda y enfermera. Con rasgos de indio y físico espigado, se fue al Carioca Football Club, dijo que era hijo de un ex-presidente y pidió jugar con los juveniles. Un director le hizo rellenar una ficha de jugador donde podíamos leer: Thomaz Soares da Silva. Él sabía todo con la pelota y allí jugó hasta los 16 años, cuando -para trabajar en la empresa estatal de navegación Lloyd Brasileira- se fue a vivir en Niterói, entonces capital del estado de Río. Se acomodó en la ciudad ingresando en el Byron, el equipo donde se revelaría. Eso ocurrió en partido del conjunto local que, en el campo de Caio Martins, enfrentaba al Fluminense carioca. A los 17 años, Zizinho fue el mejor del partido, marcó un gol y dio el pase del empate. Lo llamaron para el Flu, como era obvio. Pero él era hincha del América y fue a Campos Sales con el afán de ser visto. Allí, sin embargo, escuchó que el equipo no necesitaba alguien con su tamaño: 1,68. Sin frustración, el astro del Byron hizo un ensayo en el São Cristovão. En Figueira de Melo, iluminó pero saldrá lesionado, pues Afonsinho -volante izquierdo del equipo de São Cristóvão y de la selección de Brasil en el Mundial de 1938- por los tantos enganches que sufrió, le destruyó el pie sin piedad. Menos de un año después, a finales de 1939, Zizinho se lució en la Gávea, reducto inexpugnable del técnico Flávio Costa y de la pasión popular. Al firmar con el Flamengo a los 18 años, tendría tres veces el salario de la Lloyd.

En el equipo primero del Mengo él sólo debutó en vísperas de navidad, contra el Independiente argentino. Y ese día todos vieron que en la Gávea, además de Leônidas da Silva, el «Diamante Negro», había otra piedra preciosa. Tanto que Zizinho se volvería el crack más refinado que Brasil conociera. Era una nueva versión de Romeu Pellicciari, con el arte de Tim, el pase de Jair Rosa Pinto, la rapidez de Leônidas, la clase de Heleno y el mar de atributos que -dieciocho años más tarde- caracterizaría a Pelé.

En el Fla fue tricampeón del Campeonato Carioca (1942-1943-1944). Antes, el pueblo ya lo había definido como «Maestro Ziza». E hizo honor a la cátedra en la selección carioca y en la selección nacional en los Campeonatos Sudamericanos de 1942, 1945, 1946, 1949, 1953 y 1957. Sin contar torneos en que honró al País, siendo visto en el mundo como el mejor jugador de su tiempo. Pero en esa época, solo pudo ganarle a argentinos y uruguayo el del 49.

La valentía fue otra de sus armas. La utilizó alguna vez en contra de sus intereses porque, pequeño y frágil, para detenerlo, los defensores se echaban encima de él. No pudiendo evitarlos siempre con enganches o amagues, Ziza se afrentaba a ellos en legítima defensa. Así ocurrió en el estadio de Pacaembu, en 1942, en una lucha contra un defensor que le sacaba dos cabezas. Éste le aplicó una patada brutal y el Maestro saltando, cayó encima de su pierna que resultó totalmente quebrada. El tal jugador recurrió a la Justicia, Zizinho fue condenado pero eludió la prisión. Por eso, en São Paulo, era considerado como desleal. Y, cuando tocaba la pelota, la tribuna gritaba: Es ese… Es ese… grito de guerra que la afición del Vasco copiaría después. Ziza tuvo también la pierna fracturada en 1946. Entonces, sin procesar a quien lo agredió, quedó un año y medio (!) en el yeso. Volvió a los campos aún mejor, mucho mejor.

Su fracaso más grande ya podrán suponer cual es: el Mundial de 1950. justo antes de esto, el Flamengo lo vendió al Bangu en vísperas del Mundial. Zizinho se sintió una mercancía y se entregó a la selección brasileña concentrada en la ciudad de Araxá. Ahí quiso borrar de su memoria la humillación sufrida en la Gávea. Sin embargo, lesionado, el Mundial sólo empezó para él en el tercer partido, contra Yugoslavia, hizo dos goles -uno anulado- y dio el otro a Ademir para cerrar el 2 a 0. Fue el mejor partido de su vida. Sería además el mejor en los otros tres partidos -inclusive en el revés contra Uruguay, cuando sólo él y Bauer jugaron como sabían. Al verlo salir del Maracaná llorando, amparado por el uruguayo Máspoli, los expertos lo eligieron mejor jugador del Mundial. El reportero italiano Giordano Fattori lo comparó con Leonardo da Vinci. Tal vez, en la intimidad, Zizinho reconoció justo aquel 2 a 1, pues la selección de Brasil cambiaba de táctica en cada encuentro.

Ziza se quedó 7 años en el Bangu, y su magia se traducía en elogios musicales en los barrios que Ataulfo Alves, en Samba de Bangu, entonó así: «En el viejo deporte / tu fama no desliza / hubo Domingos da Guia/ sin hablar del Maestro Ziza». Como jugador del Bangu, fue al Campeonato Sudamericano de 1953, en Perú. En Lima, el periodista Armando Nogueira se acercó con Nilton Santos en el cuarto que éste compartía con el Maestro. Allí, temblando de frío, Ziza los saludó. Luego, extrañándose de la presencia del periodista, Nilton dijo que Armando era amigo de confianza. Entonces sacó de debajo de la cama una botella de aguardiente y se sirvió generosamente tras haber ofrecido un trago a los dos. Al día siguiente, en la crónica que envió, Nogueira escribía: «Zizinho, muerto de frío, improvisa una hoguera en la habitación de la concentración». Así que a partir de los acontecimientos de ese campeonato sudamericano, el Maestro fue prohibido de volver a la selección, durante dos años hasta que le levantaron la sanción para el Sudamericano 57. Justo después renunció, pero llegó a jugar 54 veces y marcó 31 tantos.

Hoy, analizando los prodigios de épocas distintas, en Río es comparado a Pelé, quien lo consideraba su mayor ídolo. Para el dramaturgo Nélson Rodrigues, «cuando el Maestro pasaba, un balón decía al otro: Allí va Ziza..» Y quien mejor lo definió fue Cláudio Melo e Souza: «Si los dioses concedieron la gracia del fútbol a Zizinho, el tiempo no lo alineó en la buena época». En Niterói, ese genial Thomaz Soares da Silva murió de infarto fulminante el 7 de febrero del 2002. Por todos sus méritos, será para siempre el símbolo del futebol-arte de Brasil. Y se merecía un lugar en esta lista.

Puesto 9: Fritz Walter

A los 81 años, el 17 junio de 2002, en pleno Mundial, el trofeo que lo había hecho héroe, Fritz Walter fallecía dejando paso a su leyenda. Su imagen en las pantallas gigantes de Corea y Japón, fue hasta reconocida por los más jóvenes, un mínimo apasionados del fútbol. Fritz Walter ya estaba en la memoria y en la historia del fútbol mundial.

Fritz Walter fue un coleccionista de hazañas: jugó su primer partido internacional a los 20 años. Toda la vida jugó en el mismo club, el de su ciudad natal, el Kaiserslautern, y eso durante 22 años entre 1937 y 1959. El club de toda su vida conquistó entonces sus dos primeros títulos de Campeón de Alemania en 1951 y 1953. El Kaiserslautern tuvo que esperar casi 40 años para conquistar, en la época moderna ya, dos títulos más en 1991 y 1998.

Fritz Walter es el primer gran capitán de la galería de «grandes capitanes» de la selección alemana: Uwe Seeler, Franz Beckenbauer, Karl Heinz Rummenige y Lothar Matthaus. En la mediapunta y capitanía, con Alemania, marcó 33 goles en 61 partidos internacionales y con su club, un total de 306 goles en 379 partidos oficiales. Y eso debido a que la II Guerra Mundial (1939-1945) le corta en plena juventud una trayectoria que habría sido aún más impresionante.

Alemania, condenada a no jugar el Mundial de 1950, por los quilombos que armó Adolfito (?), se tenía que rehabilitar frente al mundo con una victoria deportiva universal que la librara definitivamente de la derrota militar. La ocasión se presenta en el Mundial de 1954 de Suiza, y el gran capitán Fritz Walter lidera el equipo a sus 34 años. Contra todos los pronósticos, levanta la copa Jules Rimet. Fritz Walter firmaba ese día su mayor éxito, venciendo en la final (3-2) por primera vez a la Hungría invencible en cuatro años de los Puskas, Kocsis, Hidegkuti, Grosics, Czibor.

Fritz Walter pudo jugar de titular con Alemania, a sus 38 años, el Mundial de 1958, terminando cuarto y siguió jugando en el Kaiserslautern hasta junio de 1959, marcando contra el Racing de París, en el partido homenaje a la mayor estrella de la ciudad minera.

Fritz Walter era el prototipo del jugador clásico y que tanto se añora, fiel a sus colores, apasionado por la camiseta de su selección, y lo más importante, un inmenso futbolista, fuerte y técnico a la vez, goleador y pasador a la vez, entusiasta, comunicando su pasión a sus compañeros del Kaiserslautern o de la selección alemana, con el brazalete de gran capitán o no. En 1985 el estadio del Kaiserslautern se rebautiza Fritz Walter Stadion. Con Giuseppe Meazza en Milán, Fritz Walter tiene el rarísimo privilegio de haber dado su nombre tdavía vivo(!) al estadio emblemático de su ciudad eterna.

Puesto 8: Andrés Iniesta

Andrés Iniesta destacaba de chiquito en las filas del Albacete, y a los 12 años, tal como estila el Barcelona, se lo robó para llevárselo a la infladísima Masía. Después de unos años en la Mazzzzzía donde su progresión siempre fue bastante rápida, pasó, a mediados de la temporada 00-01, del juvenil al Barça B, donde se convirtió en el cerebro del equipo. Debutó como profesional, en octubre de 2002, en un partido de la Liga de Campeones que el Barcelona jugó y ganó en Brujas, con Louis Van Gaal en el banco.

Jugando de volante, con mucho sacrificio para un tipo de su talento, Iniesta supo ganarse un puesto en el equipo. Tanto como con Van Gaal primero, con Antic y con Rijkaard después, le tocaba correr mucho más de lo que tenía que jugar, pero fue este holandés que lo puso más adelante, a moverse entre líneas y fue cuando terminó de explotar.

En la temporada 2005-06 fue la de su consagración como jugador. Aprovechando la larga ausencia de Xavi por lesión, Iniesta se convirtió en un de los referentes del Barça campeón de Liga y de la Liga de Campeones. La evolución de Iniesta no se frenó en la temporada 2006-07 y se ganó a pulso ser uno de los jugadores más utilizados por Frank Rijkaard durante aquella temporada. Su versatilidad le permitía jugar en muchas posiciones de la cancha, ya sea desde organizador en la base del mediocampo, como interior o como extremo. Pero siempre pisando el área y nunca quedándose quieto. La llegada de Guardiola hizo esto mucho más notorio.

Las lesiones minaron su rendimiento en la temporada 2009/10, pese a todo, su gran papel con la selección le permite situarse como segundo mejor jugador del mundo en la lucha por el Balón de Oro, solo por detrás de Lionel Messi, en una de las votaciones más injustas de ese sobrevalorado premio. En la temporada 2010/11 Iniesta recupera su mejor nivel, dice adiós a las lesiones y ayuda al equipo a lograr una nueva Liga y otra Champions.

En 2012 llegó a tener una racha de 55(!) partidos sin perder en Liga, la mejor marca de la historia. La última derrota de Andrés Iniesta se remontaba a septiembre de 2010, cuando el Barça, con Iniesta en el terreno de juego, cayó ante el Hércules en la segunda jornada de Liga. Un animal.

Participa en un total de 46 partidos en la temporada 2011/12, marcando ocho goles durante todo el curso. Andrés Iniesta colabora en la consecución de más títulos, ayudando con grandes dosis de fútbol a ganar la Supercopa de España, la Supercopa de Europa, el Mundial de Clubes y la Copa del Rey. Además, es la figura de la Eurocopa de ese año, que vuelve a ganara España, logrando el bicampeonato.

Desde ese pico de rendimiento, su fútbol se ha ido apagando de a poco, quizás por lo lamentable de la renovación del plantel, o porque las numerosas lesiones lo han mechado en su rendimiento. Pero resta repasar un poquito la carrera de este hombre para ver a uno de los futbolistas más totales y ganadores de la historia de este juego.

Puesto 7: Ruud Gullit

Ruud Gullit nació el 1 de septiembre de 1962 en Amsterdam, Holanda. Se probó en el Ajax y lo echaron por no reunir las condiciones necesarias. El morocho lo siguió intentando y el Haarlem lo aceptó. Los ojeadores supieron descubrir en aquel joven defensor el potencial de uno de los mejores jugadores que ha dado Holanda en todos los tiempos. La primera medida que tomaron fue la de cambiarle de posición. Gullit jugaba en aquel entonces de líbero, posición que no aprovechaba una de sus mejores cualidades, la velocidad (11 segundos en los 100 metros). Ruud abandonaría esa posición y no volvería a desempeñarla hasta el final de su carrera, cuando ocupó el papel de entrenador y jugador del Chelsea.

A pesar del excedente de estrellas, el fútbol holandés sabe reconocer el talento emergente y tres años después de debutar en el Haarlem, ya estaba convocado por la selección nacional holandesa. Del Haarlem pasó al Feyenoord en 1982 y de ahí al PSV en 1985 antes de abandonar definitivamente el fútbol holandés. Al marchar en dirección al calcio italiano en 1987, Gullit dejaba detrás de él tres Ligas Holandesas (con el Feyenoord en 1984 y con el PSV en 1986 y 1987) y una Copa (con el Feyenoord en 1984). La llamada del Milan, respaldada por cinco millones de dólares era demasiado potente como para ignorarla.

El proyecto de Berlusconi y Sacchi se basaba en el talento holandés y en el orden de Baresi. Van Basten, Rijkaard y Gullit fueron el triangulo básico de aquel Milan que asombró a Europa y que destrozó a todos los rivales que se pusieron en su camino. Si Van Basten fue el puñal de aquel Milan histórico, Gullit fue el espíritu, la base del equipo y el eje que lo hacía funcionar. Hábil, inteligente, dotado de gran clase y con llegada al gol, Gullit fue elegido Balón de Oro del año en 1988, año en el que ganó la Eurocopa con Holanda y la Liga Italiana con el Milan (ganaría otras dos Ligas en 1992 y 1993 y dos Copas de Europa y dos Copas Intercontinentales en 1989 y 1990).

Los rivales de Holanda respiraron aliviados cuando Gullit anunció que no iría al Mundial de Estados Unidos de 1994. En una decisión difícil de comprender, Ruud Gullit privó a Holanda de su mejor jugador, él mismo, alterando el curso de aquel Mundial en el que Holanda, una vez más no triunfó. Tras un breve y fugaz paso por la Sampdoria, donde ganó la Copa de Italia en 1994, el Tulipán negro regresó al Milan. Poco más tarde escuchó otra llamada, esta vez la del Chelsea. Allí volvió a jugar de líbero, retomando el puesto de su juventud e inició una nueva carrera, la de técnico que alternó con la de jugador una temporada. En Inglaterra dejó otro título, el de la Copa Inglesa en 1997, al igual que en Holanda y Italia con anterioridad. En toda su carrera, marcaría 235 goles en 629 partidos oficiales.

Puesto 6: Omar Sívori

Siempre se habla del «Maradona de tal lado» o que tal u otro pueden ser el sucesor del Diego en tal o cual lado. Pero hubo un Maradona antes que el mismo Diego, y fue el Cabezón. También formado en la calle, también genial con una zurda mágica, también alcanzó la gloria en Italia, también enloqueció a defensas de medio planeta con pases, gambetas y goles. También haría grande al Nápoli. Omar Sívori siempre jugaba sin canilleras, las medias blancas caídas, y es el jugador que auguró Maradona. Con Di Stéfano y Messi, aquí están los cuatro grandes de la historia del fútbol argentino, y también de los más grandes de la historia del fútbol.

También, como los indiscutibles grandes, debutó al máximo nivel muy joven, a los 17 años en River, donde cosechó dos títulos en 1955 y 1956. En 1957, en Chile, fue el líder de la Albiceleste campeona de América del Sur. River acabó entonces el estadio Monumental con su millonaria venta a la Juventus. Enseguida, con Boniperti y John Charles, encantó a los tifosi con sus famosos caños, enganches y goles de su zurda perfecta. En el primer año, la Juventus se lleva el título, con escandalosa cantidad de pases y 22 goles de Sívori, tercer goleador italiano, John Charles fue el goleador con 28, más de veinte de esos fueron por pases del Cabezón. La Juve repitió en 1960, con Sívori massimo canioneriere con 28 y John Charles tercero, con 22. En 253 partidos oficiales y 7 años hizo 135 tantos, cifras extraordinarias.

El Cabezón, apodo ganado por un carácter que le valió unas cuantas expulsiones, fue otra vez campeón en 1961, además de ganar dos Coppas en 1959 y 1960. Con tal palmarés, una clase y un arte deslumbrante, un dribbling que iluminaba las tinieblas del catenaccio naciente, fue consagrado Balón de Oro en 1961, una vez nacionalizado. Un año más tarde disputó el Mundial 1962 con la Azzura, en Chile, para Italia, pero llegó demasiado roto y no pudo demostrar las condiciones que lo habían hecho ganar el premio de la France Football.

En 1965, Heriberto Herrera, técnico de la Juve, no le cabía ni un poco el carácter de Sívori, que se fue al Napoli por tres años, que transformará en un contendiente en Italia, 20 años antes de Maradona. En esos primeros años, con Sívori y el goleador brasileño Altafini, Nápoles, a la lucha con Inter, Milán y Juve, acabaría la Lega 4º, 3º y 2º, augurando la llegada del más grande zurdo argentino, Maradona. Unos problemas crónicos con la rodilla izquierda, precipitaron su retiro anticipado a los 32 años.

Gianni Rivera, principal rival de Sívori en las canchas dijo, el día de su muerte, 17 de febrero 2005, que «incluso para un adversario, era un placer verle jugar… pensaba antes que todos, ha sido el más grande».

Puesto 5: Juan Schiaffino

En Uruguay, el nombre de Juan Schiaffino representa una institución en sí mismo. No hay esquina o bar en todo el país donde Pepe, como lo llamaban en su época, no sea reverenciado a la hora de hablar de fútbol. Sin embargo, al norte de la nación charrúa, pasando la frontera, el simple recuerdo de aquel talentoso futbolista en la década del 50 despierta escalofríos al por mayor. Más precisamente en Brasil, donde el Dios del fútbol -apodo recibido en Italia-, es recordado aún como uno de los demonios del eterno e inolvidable Maracanazo.

Hijo de padre italiano y madre paraguaya, Juan Alberto Schiaffino Villano difícilmente imaginara que su segundo apellido sería tomado al pie de la letra por todo Brasil cuando, con su remate preciso, estampó el 1-1 que comenzó a definir el partido decisivo de la Copa de 1950.

“Se hizo un gran silencio. En aquel instante, tengo la certeza de que todos los brasileños sintieron miedo de perder”, manifestaba el arquero Roque Máspoli. Minutos más tarde se cumpliría su premonición: tras el gol de Pepe, llegó el de Alcides Ghiggia y Uruguay festejó el inesperado título ante una multitud atónita que apenas logró reaccionar para secarse las lágrimas de los ojos.

“Dios no quiso que nos gane Brasil. Esa selección nos metía tres y cuatro goles en los partidos amistosos”, admitiría Schiaffino años antes de su muerte sobre una de las finales más recordadas de la historia: la indudable calidad técnica de ese equipo liderado desde el talento de Pepe, ha sido eclipsada por la leyenda de la garra charrúa que supo encarnar Obdulio Varela. “Yo corro, pero vos dámela al pie como te la doy yo”, le dijo el artillero al capitán ante un reclamo por su supuesta falta de compromiso con un partido, recuerdan quienes lo vieron jugar aquel año que lo coronó como el mejor jugador del certamen.

Pepe participó en nueve partidos y anotó 5 tantos entre 1950 y 1954, aunque ninguno alcanzó la repercusión del que le marcara a Barbosa en el Maracaná. Años más tarde llegó a vestir la camiseta de la selección italiana, con la que participó de dos partidos correspondientes a la eliminatoria para Suecia 1958.

Nacido el 28 de julio de 1925, Schiaffino llegó a trabajar en una panadería y una fábrica de aluminio, antes de recibir un llamado para probar suerte en Peñarol. “Yo no tenía profesión. Trabajaba acá y allá. Pero no tuve suerte, el destino era ese”, explicó Pepe en distintas entrevistas. Y tenía razón: el destino, y su indudable calidad, lo llevaron a convertirse en ídolo carbonero antes de protagonizar un pase récord para la época al Milan.

Sus goles y pases milimétricos eran tan grandes como su humildad. Sólo así pueden explicarse sus argumentos para entender semejante carrera: “Tuve la suerte de jugar en equipos grandes, donde se hacen más fáciles las cosas. En mi época se jugaba más lento, no se marcaba tanto. Hoy hay tanta lucha y preparación física que no se permite desarrollar el fútbol que uno quisiera ver”.

Cesare Maldini, compañero suyo en la entidad rossonera, fue un poco menos cauto y lo definió como un jugador que “tenía un radar en lugar de cerebro”. Allí terminó de escribir su historia con tres títulos y una nueva transferencia, esta vez al Roma. Ya retirado, luego de convertirse en una verdadera leyenda en Italia, volvió a Uruguay a vivir el resto de su vida.

Atrás había quedado su apodo de Dios y la polémica en la región sobre quién ocupaba el trono al mejor jugador del planeta: él o Alfredo Di Stéfano. Su gol ante Brasil en el Maracanazo, y la certeza de muchos que lo incluyen entre los diez mejores futbolistas de la historia, ya habían dejado su huella.

Puesto 4: José Manuel Moreno

Dicen las crónicas de la época que revolucionó el fútbol en las décadas del 30 y el 40. Otros, los que lo vieron en vivo y en directo, afirman que estuvo a la altura de Pelé, Diego Maradona y el mismísimo Alfredo Di Stéfano. Tampoco faltan aquellos que afirman que su estampa de galán, adornada con vistoso bigote y pelo engominado, hacía estragos fuera de las canchas. Lo cierto es que José Manuel Moreno, marcó una época dorada en los inicios del fútbol y que, pese a no coronarlo en un Mundial, pasó a la historia como uno de los más grandes que haya pisado un campo de juego jamás.

La crueldad del paso del tiempo privará a las generaciones más jóvenes de disfrutar las genialidades del Charro, que supo pasear su magia por el fútbol grande de Argentina, México, Chile, Uruguay y Colombia. No obstante, aquellos que dudan del periodismo gráfico de la época, por ahí pueden encontrar archivos visuales en Internet, y podrán rememorar algunas breves imágenes del jugador que encabezó a la famosa Máquina de River, una de las delanteras más talentosas y recordadas en la historia del fútbol argentino que resultó, para muchos, la antecesora de la Naranja Mecánica holandesa de los años 70.

Nacido en 1916, Moreno pateó una pelota por primera vez en el barrio de la Boca, cerca de su casa, donde se enamoró rápidamente del club de la rivera. Sin embargo, el club Xeneize le cerró las puertas tras una prueba y el Charro, aún pequeño y soñador, se marchó indignado prometiendo revancha. Años más tarde brillaría con la camiseta de al frente.

Moreno era así: tan luchador… como habilidoso. De hecho, las crónicas que han quedado de su época de futbolista hablan de un jugador con llamativa técnica, capacidad de definición y estupendo cabezazo. Algo fácilmente comprobable al observar los números de su carrera: sólo en River Plate, donde protagonizó dos etapas a lo largo de 12 años, conquistó nada menos que 156 goles.

La entidad Millonaria fue su cuna futbolística, pues allí dio sus primeros pasos en una gira amistosa de 1934 por Brasil. “Tranquilos, muchachos. A estos les hacemos cinco. Miren lo que es el que me tiene que marcar a mí, es muy feo. Lo voy a bailar”, le dijo a sus compañeros en la previa al choque con Vasco da Gama. Tenía apenas 18 años, y cumplió con su palabra: con un gol suyo, River goleó aquel día 5-1. Sin embargo, no se hizo con un lugar en el equipo de primera división sino hasta 1935. El fútbol ya era un verdadero furor en el Río de La Plata.

Y Moreno, que rápidamente se convirtió en ídolo de la institución Millonaria, se volvió también un referente tanto en el vestuario como en las tribunas, donde los hinchas llenaban los estadios para verlo jugar. “Cuando la AFA me eligió como mejor futbolista argentino de todos los tiempos estaba fascinado, pero a la vez me daba vergüenza dejar atrás a nombres como Moreno”, explica Diego Armando Maradona en su biografía “Yo soy el Diego”, en clara referencia a lo que fue el Charro para los amantes del fútbol en Argentina.

Su talento en ambas bandas era innegable, y de a poco fue gestando uno de los grandes equipos de todos los tiempos con el que conquistó los campeonatos nacionales de 1936, 1937, 1941 y 1942. Es cierto que La Máquina estaba integrada por notables futbolistas como Juan Carlos Muñoz, Adolfo Pedernera, Ángel Labruna y Félix Lousteau. Sin embargo, el Poeta de la Zurda era sin dudas el de mayor popularidad, tanto dentro como fuera del campo de juego: era amante de la noche, asiduo concurrente a locales nocturnos y fanático del tango. “Es el mejor entrenamiento”, aseguraba, pues “llevás el ritmo, lo cambiás en un instante, manejás todos los perfiles y hacés trabajo de cintura y de piernas”. Un maestro

Los que se deleitaron con el fútbol del Charro , apodo heredado se su paso por México, aclaran que el ídolo no forjó su imagen a base de talento y nada más. Por el contrario, desparramó carácter en más de un campo de juego y a los puños, como cuando en 1947 se cruzó con los hinchas de Estudiantes de La Plata que ingresaron al campo de juego a discutir con el árbitro. O ese mismo año, cuando luego de recibir un piedrazo desde la tribuna de Tigre, se enojó con los médicos de River, su propio equipo. “¿Para qué me voy a hacer atender antes? ¿Para darles el gusto a ésos y que después anden cantando que se la dieron a Moreno? ¡No viejo! Cuando me atiendan en la cancha es porque me van a sacar en camilla”, les dijo.

Su carácter y talento le abrieron rápidamente las puertas de la selección, en la que permaneció por 14 años. Y aunque el contexto político internacional le haya privado jugar la Copa Mundial, el ámbito sudamericano vio lo mejor de su repertorio. Con la camiseta albiceleste se adjudicó tres torneos sudamericanos, antecesores de la Copa América actual, en 1941, 1945 y 1947. Pero no sólo con títulos inscribió su nombre en la historia del certamen: marcó el gol 500 en 1942 y resultó elegido mejor jugador en 1947.

Antes de colgar las botines en Independiente Medellín de Colombia, se dio el lujo de vestir la camiseta de Boca, mismo club en el que lo habían rechazado en su niñez. Falleció en 1978, dos meses después de que el fútbol argentino se adjudicara su primera estrella mundialista. Una ironía del destino a la que no siquiera él, el mismísimo Charro, pudo gambetear.

Puesto 3: Giuseppe Meazza

Giuseppe Meazza, considerado el jugador italiano más grande de todos los tiempos, era mucho más que un genio del fútbol. En efecto, este superdotado, capaz de todos los excesos en su vida privada, representó durante mucho tiempo el éxito social en Italia. Procedente de un entorno modesto, Meazza entró en la leyenda del fútbol tras proclamarse dos veces campeón mundial, antes de dar su nombre al prestigioso estadio de Milán.

«Tenerle en tu equipo significaba empezar un partido ganando por 1-0. Era el atacante nato por excelencia. Leía el juego, comprendía las situaciones, y hacía funcionar a la totalidad del ataque con una concepción del juego siempre basada en la técnica”, analizaba su seleccionador en la Nazionale, Vittorio Pozzo.

Originario del barrio milanés de Porta Vittoria, el pequeño Meazza (en todos los sentidos del término, con su 1,69 de altura) se vio abandonado a su suerte tras la muerte de su padre en el frente, en 1917. Ya desde los 7 años, dio rienda suelta a su pasión por el fútbol en los terrenos de juego improvisados de la periferia milanesa, donde aprendió a dominar la pelota de trapo. La cosa empezó a ir en serio a los 12 años, cuando hizo su debut en un campo de verdad con sus compañeros del Gloria FC.

Tras fijarse en él varios tifosi, que lo recomendaron al Milan, fue rechazado no obstante por el grande rossonero, que lo encontró demasiado endeble. Así, fue Fulvio Bernardini, un ex jugador del gran rival interista, quien tuvo una corazonada con el joven Meazza, que entonces tenía 14 años. El influyente Bernardini no perdió el tiempo a la hora de presentárselo al entrenador húngaro Arpad Weisz. Durante tres temporadas, el joven prodigio iba a formarse en la cantera del Inter de Milán, entonces rebautizado como Ambrosiana-Inter. Tres años más tarde, celebró su debut con el primer equipo metiéndole dos goles al Milanese Unione Sportiva. Su carrera estaba lanzada.

De ser un desconocido para el gran público, en una época en la que la comunicación apenas daba sus primeros balbuceos, tardó menos de una temporada en convertirse en el ojito derecho de toda Italia. Basándose en una técnica excepcional, disfrutaba intentando, y por lo general consiguiendo, las jugadas más atrevidas. Se negaba a hacer lo más fácil, y tenía debilidad por la provocación. Así, era capaz de cruzarse todo el campo con la bocha pegada a los pies e ir deshaciéndose de sus marcadores antes de detener su carrera frente al arquero, provocarlo e incitarlo a salir; para seguidamente superarle con un último amague y entrar en el arco caminando. Es decir, el tipo de jugada que desataba el delirio en toda la cancha, y el odio sistemático en sus rivales.

Pero Meazza también destacaba por un sentido innato de la intuición, por sus tiros libres desconcertantes con la técnica de folha seca, y por sus pases milimétricos. Para colmo, a pesar de su reducida estatura, solía imponerse en numerosos duelos por arriba, metiendo varios goles de cabeza gracias a un mágico don niellistico(?) para marcar los tiempos en el cabezazo.

En sus dos primeras campañas como titular, se apuntó respectivamente 33 y 31 goles, incluidos seis tantos al Venecia el 12 de mayo de 1929 (10-2) y un par de “manitas” de goles. Vittorio Pozzo, el intransigente seleccionador azzurro, se quedó fascinado con Meazza y le hizo debutar como internacional con 19 años, el 9 de febrero de 1930 en Roma, contra Suiza. Il Balline le devolvió inmediatamente la pelota, marcando su primer doblete con la camiseta de Italia (4-2). Tres meses después, firmó su primera obra maestra en Budapest, en la final de la Copa Internacional Centroeuropea, en el campo de la gran selección de Hungría. La Nazionale dio un auténtico recital ganando 5-0, con tres goles de Meazza de propina. Nunca un jugador menor de 20 años había protagonizado unos comienzos semejantes, con 10 goles en 7 partidos.

Cuando Italia albergó la Copa del 1934, Giuseppe Meazza tenía 24 años y sumaba una veintena de partidos internacionales. Debido a la riqueza de su plantel gracias a los nacionalizados, Pozzo le desplazó del eje del ataque hacia la banda derecha, donde sus gambetas desequilibraban a los defensas a la vez que sus compañeros se deleitaban con sus asistencias. Ignorando la presión que pesaba sobre el equipo, pues la victoria de Italia era un imperativo para el régimen de Benito Mussolini, Meazza afrontó el campeonato con total relajación. Participó en todos los encuentros y desempeñó un papel decisivo en cada uno de ellos.

En el primer partido, cerró el marcador ante Estados Unidos (7-1). En cuartos de final, contra España, logró el gol de la clasificación (1-0) en el partido de desempate. En la semifinal frente a Austria (1-0), sirvió el tanto de la clasificación a Enrique Guaita. Por último, en la final contra Checoslovaquia, Meazza se lesionó enseguida, pero apretó los dientes y siguió jugando. Ya en la prórroga, Karel Petru, el seleccionador checoslovaco, al verle muy debilitado, hizo aflojar el marcaje sobre él. Fue un grave error táctico, pues Meazza volvió a aparecer en el origen del gol que valió el título, marcado por Angelo Schiavio (2-1).

Cinco meses después, Italia iba a disputar «la batalla de Highbury» para “oficializar” su título contra una Inglaterra que todavía no disputaba la Copa Mundial. Los italianos, asfixiados por una selección inglesa muy agresiva, se comieron tres goles en los 12 primeros minutos, y se quedaron con diez jugadores tras la lesión de Luis Monti. Durante 80 minutos, Meazza iba a hacer maravillas, marcando dos goles y ganándose el respeto de los aficionados ingleses. Pero su gesta más admirable la firmó el 17 de mayo de 1936 en Roma, en un amistoso contra Austria (2-2). Tras recibir una pelota en profundidad, vio cómo dos defensas contrarios le iban alcanzando por cada lado. En el último momento, detuvo el esférico con la punta del botín y frenó la carrera. Los dos defensores, lanzados, se chocaron justo por delante de él. Así, sólo tuvo que deshacerse del arquero con su clásico amague de disparo para entrar, como solía hacer, con pelota y todo en el arco. Un gol inimaginable 70 años después, ni siquiera con un videojuego.

Como capitán de la Nazionale que debía defender su título en Francia 1938, Giuseppe Meazza no había perdido ni un ápice de su eficacia, como demostraban sus 28 tantos marcados en 30 partidos durante la temporada de 1938. Ya en el campeonato, sin embargo, no iba a meter más que un solo gol (el último con la camiseta azzurra), al transformar un penal en la semifinal contra Brasil (2-1). En todo caso, fue el principal abastecedor de Silvio Piola, máximo artillero del certamen con 5 dianas. Con su capitán llevando la manija, Italia no se iba a ver realmente inquietada en ningún momento, como demostró con su cómoda victoria en la final contra Hungría, el 19 de junio en París (4-2).

Incluso en los momentos más importantes de su carrera, Giuseppe Meazza siempre fue un vividor que coleccionaba conquistas, adoraba los juegos de azar, bailaba el tango con una gardenia blanca en la oreja, y era el único jugador que podía fumar abiertamente delante de Vittorio Pozzo. Durante una decena de años, iba a proseguir su carrera en diversos clubes, antes de hacerse cargo de las categorías menores del Inter, donde hizo despuntar a un tal Sandro Mazzola (otro huérfano al que llevó hacia la gloria).

A su muerte en 1979, el Inter de Milán decidió rebautizar el estadio de San Siro en su honor, con el acuerdo del gran rival Milan; club en el que, por otra parte, Meazza militó durante dos temporadas, entre 1940 y 1942.

Puesto 2: Rivelino

Rivelino era fanático mal del Palmeiras y a los 16 se enfrentaba en la final del torneo juvenil paulista. Destacó tanto en ese partido que un dirigente del club de su corazón lo llamó para hacer unas pruebas en el equipo principal. Rivellino fue. Entrenó una vez, dos veces, y en la tercera, el técnico Mário Travaglini les dijo a él y a otro grupo de pibes que se probaban: «Miren, si quieren ponerse el uniforme, pónganselo. Pero no sé si van a entrenar».

A aquellas alturas, el joven zurdo ya sabía que no era uno del montón, que aquella su pierna izquierda tenía algo especial. No sólo no se puso el uniforme sino que salió del Palmeiras furioso. Furioso y, al cabo de unos meses, corintiano.

Los responsables de los juveniles del Corinthians enseguida percibieron que Rivellino tenía un talento merecedor de atención especial, que no estaba hecho para disputar la plaza en competencia con decenas de aspirantes, y que sabía lo que hacía. Por esa perspicacia, el club se agenció los servicios del que probablemente haya sido el mayor ídolo de su historia, y el temperamental jovencito la oportunidad que necesitaba. «El Corinthians me acogió con los brazos abiertos y me permitió conquistar todo lo que conquisté en la vida. Fue mi segunda casa», diría después.

Las conquistas a las que Rivellino se refiere son, sobre todo, las que consiguió con la camiseta de la Seleção. Y una en especial: Mundial 1970 en México. Rivellino vistió la camiseta amarilla por primera vez en 1965, a los 19 años, pero fue a partir de 1968 cuando empezó a ser un asiduo integrante de las convocatorias.

Aun así, a pesar de ser uno de los jugadores más admirados del país, en aquel tiempo no se podía afirmar con certeza que sería tarea fácil para el corintiano hacerse un hueco de titular en la Canarinha. La razón era que Riva, uno de sus tantos apodos, portaba el dorsal número 10 y era punta de lanza, la misma función que ejercía Tostão en el Cruzeiro. Y, de cierta forma, Jairzinho en el Botafogo. E incluso un tal Pelé en el Santos.

Fue después de la competición preliminar, sólo unos meses antes del Mundial, cuando la situación se despejó para Rivellino. El técnico João Saldanha cedió su puesto de seleccionador a Zagallo. El nuevo estratega se propuso cambiar la formación y, de alguna manera, configurar un entramado con todos aquellos portentos juntos. La camiseta número 10 de Rivellino se convirtió en 11, y el delantero del Corinthians pasó a jugar retrasado y partiendo desde la izquierda. Poco importaba la posición: él, Pelé, Tostão, Jairzinho, Gérson y compañía se entendían.

La selección de 1970 fue un paradigma de fútbol eficiente y elegante, y en México Roberto Rivellino alcanzó la mayor gloria de su carrera con tres goles sobresalientes: en el estreno contra Checoslovaquia, en cuartos de final contra Perú, y en la semifinal frente a Uruguay.

Aquélla fue la primera de las tres Copas Mundiales que disputó Rivellino. El Reizinho do Parque —sobrenombre que le pusieron como contrapunto al que ya era el auténtico Rey, Pelé— heredó la casaca número 10 del combinado nacional. Pero a pesar de ser el líder y la figura sobresaliente del equipo, vivió con ella la frustración de terminar en cuarto lugar en Alemania 1974. Cuatro años más tarde, acudió también a la cita mundialista de Argentina, pero intervino poco en el conjunto de Claudio Coutinho, que se subió al tercer escalón del podio.

Lo curioso de la historia de Roberto Rivellino con el Corinthians es que, incluso habiéndose convertido en uno de los grandes símbolos del club, su trayectoria en el Parque San Jorge se distinguió tanto por las gambetas geniales y los goles desde fuera del área como por los títulos que no conquistó.

En efecto, el Reicito del Parque reinó justamente en la época en la que el club vivió sus mayores penurias. Toda su carrera como albinegro coincidió con un ayuno de títulos de 23 años(!) de duración. Es verdad que Riva conquistó algo, sí: el Torneo Río-São Paulo de 1966, que debido a un inverosímil problema de calendario, se repartió entre los cuatro semifinalistas: Corinthians, Botafogo, Santos y Vasco. Pero lo que la hinchada ansiaba era el Campeonato Paulista, ése que se habían llevado por última vez en 1954.

Hubo varias ocasiones para ello, pero sobre todas una: la final del Paulista de 1974 frente al Palmeiras. Parecía que, por fin, había llegado la hora. Pero en un Morumbi abarrotado de corintianos y de expectativas, los palmeirenses salieron victoriosos por 1-0. Rivellino salió del vestuario, agarró su mochila y se marchó a casa a pie, en medio de la multitud, con la cabeza baja. Él aún no lo sabía pero ésa había sido su melancólica despedida del club que tanto había amado.

La ira de la hinchada se desmandó y se descargó sobre él, atribuyéndole fama de mufa, incapaz de guiar al Corinthians hasta los títulos. «Fue la mayor tristeza de mi vida», repetiría después Rivellino, que a la sazón llegó a decir que cambiaría el título mundialista de 1970 por aquel trofeo paulista. «Lo cual es absurdo, está claro. Pero en el calor del momento, la gente dice esas cosas. No sé, creo que realmente no estaba en mi sino ser campeón con el Corinthians», señalaría después.

Ante la idolatría degenerada en inconformismo, el Corinthians negoció la salida de Roberto Rivellino con el Fluminense. El tricolor carioca no tardó mucho en comprender que había hecho un negocio redondo: en el estreno del flamante fichaje con su nuevo club, un amistoso contra el propio Corinthians en el Maracaná ante más de 100.000 personas, el Flu ganó por 4-1, con tres goles de Rivellino.

Ése fue el primer paso de un itinerario relumbrante: el dorsal número 10 se transformó en ídolo máximo de la Máquina Tricolor que se adjudicó el bicampeonato carioca en 1975 y 1976, el segundo de los cuales, curiosamente, al mando del mismo Mário Travaglini que lo descartara del juvenil del Palmeiras 14 años antes. Se ve que el mufa no era él. No fue sino hasta 1977 que el Corinthians acabaría con su ayuno de 23 años, en una final a la que Rivellino fue hasta San Pablo y que celebró «feliz y aliviado», según cuenta.

Para entonces, todas las cuentas pendientes estaban saldadas, pues Riva, por fin, ya había alcanzado el rango de crack. Porque una cosa siempre estuvo clara: con independencia de los resultados al final de cada torneo, no había nadie que no quedara impresionado por lo que Rivellino era capaz de hacer con su pierna izquierda. Nadie.

«Yo era chico y veía los partidos de Brasil. Pelé iba para un lado y a mí no me importaba: miraba para el otro, para donde iba Rivellino. Él era todo lo que yo quería ser como jugador de fútbol: los regates perfectos, los pases precisos, el tiro imparable… Y todo lo hacía siempre con la pierna izquierda. La derecha podía estar muerta, pero la izquierda hacía de todo. Me parecía lindo».

Esas palabras no son de un zurdo cualquiera, sino de Diego Armando Maradona, que en esas declaraciones no hizo sino constatar lo que Rivellino ya sabía: aquella pierna izquierda tenía algo especial.

Puesto 1: Johann Cryuff

Hendrik Johannes Cruijff nació en Amsterdam, Holanda, el 25 de abril de 1947. Se puede decir, sin ponerse colorado, que este hombre es el mejor jugador nacido en Europa de todos los tiempos. La infancia de Johan estuvo ligada a una pelota de fútbol y al Ajax de Amsterdam, pues con sólo diez años fue escogido entre 300 niños para formar parte de las categorías inferiores del club, creciendo en la universidad (?) del fútbol de ataque.

A la edad de doce años perdió a su padre, por lo que se vio obligado a ayudar a su hermano con la economía familiar. Un par de años después, encontraría una nueva figura paterna en el cuidador del campo del Ajax al que ayudaba en su trabajo. Dentro de la estructura de los ajacied pasó rápidamente por todas las categorías inferiores (incluidos trabajos como el de limpiabotas y cuidador del vestuario), hasta que consiguió llegar a primera, y debutar en la Liga Holandesa a la tierna edad de 16 años.

El partido del debut se celebró el 15 de noviembre de 1964, enfrentándose al GVAV Groningen. Se producía así el inicio de la carrera de este crack, que contribuiría en hacer al Ajax el claro dominador del fútbol del viejo continente, consiguiendo 6 Ligas y 4 Copas Holandesas, 3 Copas de Europa, 1 Copa Intercontinental y 1 Supercopa de Europa.

Cuando el Ajax destrozó al Liverpool por 5-1 fue evidente que aquel delgado adolescente de pelo largo no era un jugador corriente y cuando levantó su tercera Copa de Europa consecutiva en 1973 todo el mundo sabía ya que era uno de los mejores jugadores de la historia. Su figura se convirtió en un referente del mundo del fútbol, consiguiendo en tres ocasiones el Balón de Oro, en los años 1971, 1973 y 1974.

Si Maradona y Pelé son recordados por lucir el número 10 en sus camisetas, Cruyff lo es por el dorsal 14, algo en principio extraño, pues en los años 1970, cuando no existían las camisetas personalizadas, los números superiores al 11 estaba reservados a los suplentes.

La ruptura con el Ajax llegó en la temporada 1973-74, cuando el club de la capital holandesa negoció el traspaso de Cruyff al Real Madrid. Al saberlo el jugador, hizo muestra de una rebeldía que también le caracterizó durante toda su carrera, y decidió no ir al Madrid, sino por su máximo rival, el Barcelona, club por el que tenía mayor estima en su juventud. El traspaso de Cruyff al Barcelona se convirtió en el más caro en la historia del fútbol hasta ese momento (60 millones de pesetas) y firmó un contrato de 12.000 dólares mensuales. Si lo ponemos en perspectiva con lo que se cobra ahora en el mundo del fútbol, no se compara.

Cruyff fue recibido en Barcelona como un auténtico ídolo, y es que la afición blaugrana veía en él la única esperanza de que su equipo saliese a flote, porque hacía catorce años que no ganaba la Liga. Y Johann no defraudó a nadie. El equipo dio un giro desde entonces, consiguiendo no perder ni un sÓlo encuentro desde la llegada del Flaco, y logrando ganar por fin el Campeonato. Además, estuvo el famoso 5-0 en el Bernabeu en el cual la descosió toda Johann. Acabó esa primera temporada con 24 goles en su haber.

En el verano de 1974 disputó como capitán de la selección holandesa el Mundial de Alemania. El conjunto holandés desplegó un juego que pasaría a la posteridad como fútbol total, y que giraba en torno a la figura de Cruyff. Esta selección de los Países Bajos sería recordada como la Naranja Mecánica, siendo considerada uno de los equipos más grandes de la historia del fútbol. La final la disputó contra Alemania Federal, tras machacar a Brasil y a Argentina en rondas anteriores. Los anfitriones, encabezados por Franz Beckenbauer, se impusieron 2 a 1. Pero Cruyff fue designado como el mejor jugador del Mundial.

En 1978 decidió no participar del Mundial de Argentina debido a la violación masiva de derechos humanos que realizaba la dictadura imperante. Su estancia en el Barcelona duraría tres temporadas más, en las que sólo conseguiría ganar una Copa del Rey, aunque continuó marcando diferencias como estrella futbolística. Problemas con la directiva le llevaron a tomar la decisión de abandonar el club. Sin embargo, su estancia en Barcelona dejó una gran huella en su persona, pues se integró muy rápidamente en la cultura catalana.

Tras un breve período de inactividad, en el que se le hizo un partido homenaje por parte del Ajax, decidió enrolarse en la Liga Estadounidense, firmando en 1979 por Los Angeles Aztecs. La temporada siguiente la jugaría con los Washington Diplomats, y el año de 1981 lo empezaría la segunda división española, jugando varios meses con el Levante, para posteriormente finalizarlo en Washington de nuevo.

La carrera de Cruyff parecía estar llegando a su fin, pero sorprendentemente fichó de nuevo por el Ajax con la edad de 34 años. Durante sus dos temporadas en el club de su infancia consiguió ganar las dos veces la Liga Holandea, además de una Copa. En su última temporada en el Ajax, la 1982-83 , Cruyff, creó el penal indirecto. En lugar de pegarle, dio una asistencia para su compañero Jesper Olsen, quien le devolvió el pase para que Cruyff pudiera meterlo. Esa última temporada resultó especialmente complicada para el jugador, ya que se produjo la muerte del que había sido para él su segundo padre. Cruyff cayó en un bajo estado de ánimo, y el presidente del Ajax llegó a declarar que al jugador ya le faltaban capacidades para seguir jugando en la primera división holandesa.

Y es así como salió a relucir de nuevo el espíritu rebelde de Cruyff, que decidió irse al máximo rival, el Feyenoord de Rotterdam, contando ya con 37 años en sus espaldas. En la que fue su última temporada consiguió hacer doblete, ganando la Liga y la Copa, además de ser designado como mejor jugador del campeonato liguero. Su carrera como jugador no pudo terminar de manera más triunfal.

Cruyff jugaba en el centro del campo, pero al igual que anteriormente Pelé, Di Stéfano o Beckenbauer, Cruyff rediseñó su posición y trajo al fútbol algo nunca visto hasta entonces, el fútbol total. Para Cruyff el fútbol era ataque y en este residía la belleza del juego. Además de dirigir a sus compañeros con una inteligencia poco común, individualmente Cruiff era un jugador superdotado. Es difícil describir las cosas que hacía con el balón, pero basta un ejemplo.

Tras sufrir un infarto de miocardio que estuvo a punto de costarle la vida, Cruyff hizo un comercial en España contra el tabaco. Filmado en una sola toma Johan sacó una cajita de tabaco y por veinte segundos la tocó con el pie, la rodilla, la cabeza, el pecho, se la preparó y en una media volea la sacó de la imagen. Eso era lo que hacía con una cajita de tabaco. Imaginénse con una pelota.

No pasó mucho tiempo desde su retiro como jugador profesional hasta su vuelta a los terrenos de juego. Como entrenador del Ajax conquistó una Recopa de Europa y dos Copas Holandesas. De nuevo fue llamado por el Barcelona y lo que no conquistó como jugador blaugrana lo hizo como entrenador ensamblando el que se llamó Dream Team. Cuatro Ligas consecutivas, una Copa del Rey, una Recopa de Europa y finalmente la Copa de Europa en 1992. Más o menos. Hoy la sanfilipea toda con el Barcelona, diciéndole a Messi que tiene que hacer y pavadas por el estilo.

Nota de La Redo!: Hay que mencionar que esta fue la histórica posición que más talento brindó el futbol rioplatense a lo largo de su historia. Por eso, es menester destacar unos nombres un tanto olvidados, pero no por eso gloriosos.

Humberto Maschio

El Bocha Maschio fue uno de los más talentosos mediopuntas sudamericanos entre los 50’s y 60’s. Un creativo nato, un tanto displicente, se convirtió en una gran figura de Racing Club, con el que en 1967 ganó la Copa Libertadores y la Copa Intercontinental. En Italia jugó en Bologna, Atalanta, Inter de Milán y Fiorentina. Con la selección argentina fue el cerebro de la famosa delantera denominada la de «Los Carasucias» junto a Omar Corbatta, Antonio Angelillo, Omar Sívori y Osvaldo Cruz con los que ganó la Copa América de 1957, torneo en el que además se consagró como máximo goleador con 6 anotaciones. También jugó para Italia cof cof traidor cof cof capitaneándola en la Copa Mundial de 1962.

Ermindo Onega

Ermindo Onega fue uno de los mejores mediopuntas sudamericanos de los 60’s, considerado por algunos como el mejor futbolista de la Liga Argentina durante aquella década. Elegante conductor de juego de gran capacidad para la definición, poseía además un gran pique corto y un potente disparo. Jugó la mayor parte de su carrera con River Plate, aunque curiosamente solo pudo obtener un título de liga con aquel club en 1957 poco después de su debut, e integró un gran trío atacante junto a Luis Artime y Óscar Más, los mismos con los que también jugó por Argentina durante la Copa Mundial de 1966. Con el club «millonario» jugó en total 222 partidos y anotó 98 goles, luego también jugó por Peñarol, con el que ganó la Supercopa de Campeones Intercontinentales en 1969, y por Vélez Sársfield.

Ernesto Grillo

Líder de la escena sudamericana de los 50’s, Grillo es considerado legendario por ser el autor de un gol denominado «El Gol Imposible» en el primer encuentro internacional en el que Argentina venció a Inglaterra en 1953 y que originó la creación del Día del Futbolista Argentino. Dueño de una estupenda habilidad técnica y una inusual fortaleza física, jugó la mayor parte de su carrera con Independiente, club en el cual formó una gran línea ofensiva y con el que alguna vez derrotó al Real Madrid de Alfredo Di Stéfano por 6 a 0. En 1957 fichó por el Milan, con el que ganó la Serie A en 1959, y posteriormente también jugó en Boca Juniors, ganando con 3 veces la Liga Argentina. Con su selección nacional también se proclamó campeón continental en 1955.

Manuel Ferreira

Manuel Ferreira, apodado «Nolo», fue uno de los mejores mediopuntas sudamericanos entre los 20’s y los 30’s y uno de los más talentosos de la historia de Argentina. Jugó casi toda su carrera con Estudiantes de la Plata, club donde integró una famosa línea ofensiva denominada la de «Los Profesores» junto a Alejandro Scopelli, Enrique Guaita, Miguel Ángel Lauri y Alberto Zozaya y con los que brilló en su liga mostrando una endiablada gambeta, gran visión de juego y extraordinaria inventiva con la pelota en los pies. Con Argentina obtuvo las Copas América de 1927 y 1929, además fue capitán de su selección durante la obtención de la Medalla de Plata de los Juegos Olímpicos de 1928 y el subcampeonato mundial en 1930.

Walter Gómez

De pie señores. Este uruguayo fue uno de los mejores mediopuntas sudamericanos entre los 40’s y 50’s y una de las más legendarias figuras del fútbol uruguayo. Poseedor de una extraordinaria técnica, gran visión de juego y endiablado dribbling, integró las filas del brillante Nacional de finales de los 40’s con el que conquistó 2 veces la Liga Uruguaya, hasta que en 1950 pasó por River Plate formando la Maquinita junto a Félix Loustau y Ángel Labruna. Su impresionante nivel enamoró a la hinchada del club «millonario» que hizo popular el dicho bonaerense «La gente ya no come por ver a Walter Gómez». Con Uruguay apenas participó en 4 ocasiones debido a la norma de no poder convocar a jugadores que vivían fuera del país que regía en aquel entonces.

Rinaldo Martino

Rinaldo Martino fue una de las grandes figuras de la notable generación de futbolistas argentinos que aparecieron durante los 40’s. Apodado «Mamucho», poseía un elegante juego y una extraordinaria habilidad para gambetear, una excelente creatividad y una gran capacidad para anotar goles mediante potentes zapatazos. Jugó la mayor parte de su carrera para San Lorenzo, club donde formó un trío letal en el ataque que fue bautizado como «El Terceto de Oro» junto a René Pontoni y Armando Farro, conquistando la Liga Argentina en 1946 y ganando fama mundial tras participar de una gira por Europa aquel mismo año. Con Argentina ganó 2 veces la Copa América, en 1945 definiendo el título con un muy famoso gol que fue llamado «El Gol de América».

Pedro Rocha

Este crack fue uno de los mejores mediopuntas sudamericanos entre los 60’s y 70’s. De una excelente técnica y gran habilidad para la asistencia y definición, inició su meteórica carrera con Peñarol, club con el que dominó la escena sudamericana durante una década obteniendo 8 veces la Liga Uruguaya, 3 veces la Copa Libertadores, 2 veces la Copa Intercontinental y 1 Supercopa de Campeones Intercontinentales. En 1970 fichó por el Sao Paulo convirtiéndose en uno de sus jugadores más emblemáticos y una de las mayores figuras de la Liga Brasileña de aquella época ganando 2 veces el Campeonato Paulista y, por primera vez en la historia del club, conquistando el Brasileirao en 1977. Con Uruguay asistió a 4 Copas Mundiales y fue la gran figura de la Copa América de 1967.

Antonio Sastre

Dueño de las décadas del 30’s y los 40’s y considerado uno de los jugadores más completos que produjo Argentina, Sastre, es además señalado por algunos como el precursor del puesto del atacante organizador, tan notable para la creación y distribución transitando el mediocampo como para la definición en puestos de ataque. Jugó la mayor parte de su carrera por Independiente, club con el que obtuvo 2 veces la Liga Argentina y en donde se erigió como una figura histórica, aunque además tuvo un sensacional período con el Sao Paulo en Brasil, con el que obtuvo 3 veces el Campeonato Paulista y en donde también es considerado en un nivel legendario. Con Argentina fue campeón de la Copa América en 1937 y 1941.

Héctor Scarone

Este hombre fue probablemente el mejor futbolista del mundo durante los 20’s y es uno de los mejores jugadores uruguayos de la historia. Apodado «El Mago», fue un entreala izquierdo de gran habilidad técnica, ágil, veloz, ambidiestro, de excelente capacidad para gambetear y un potente y certero disparo. Jugó la mayor parte de su carrera por el Nacional, con el que obtuvo 8 veces la Liga Uruguaya, jugó en total 369 partidos y anotó 301 goles erigiéndose como una auténtica leyenda del club. También jugó por Barcelona, Inter de Milán y Palermo. Con Uruguay fue protagonista de un grupo que dominó su era ganando 4 veces la Copa América, 2 veces la Medalla de Oro de los Juegos Olímpicos y la Copa Mundial de 1930 anotando en total 31 goles.

Adolfo Pedernera

El Maestro fue uno de los mejores jugadores del mundo entre los 30’s y 40’s. Poseía extraordinarias cualidades técnicas y una gran visión de juego, además de una impredecible gambeta y una genial habilidad para crearse espacios en el área rival. Debutó profesionalmente con River, donde se convirtió en el principal conductor ofensivo de una de las líneas de ataque más célebres del fútbol sudamericano, la denominada «La Máquina», junto a Juan Carlos Muñoz, José Manuel Moreno, Ángel Labruna y Félix Loustau. Luego también fue figura en el fútbol colombiano con el Millonarios. Con Argentina fue internacional en 20 ocasiones ganando 3 veces la Copa América.

Edición anteriores de los TOP TEN históricos:
– Arqueros
– Laterales derechos
– Centrales
– Laterales izquierdos
– Mediocampistas defensivos
– Mediocampistas oefensivos
– Enganches