Los romperredes son los últimos en llegar a esta saga. Pero no por eso menos importantes. Vamos a hacer un repaso por los tipos que se cansaron de inflar redes e irritar gargantas a lo largo de la historia.
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¿Que decir de los nueves? Los goles son su vida, el área su hábitat, y estos fueron los más destacados

Mención de Honor: Ángel Labruna – Martín Palermo

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Los dos goleadores históricos de los dos clubes ídem (?) de Argentina merecían su lugar. Más que nada por el hecho de que parece imposible que en las próximas décadas sean remplazados en esa condición, caso contrario al de Batistuta, máximo artillero de la selección, que su récord va a ser fulminado en los próximos dos años. Además, ambos killers son símbolos de las mejores épocas históricas de los dos clubes.

«¿Vos querés buscarle la explicación a Martín Palermo? No se la busqués. Ni por la estadística, ni por los goles, ni por la técnica, ni por todo lo que evolucionó como jugador. Buscásela en la mente y en el alma, buscásela en el corazón, buscásela en la familia.» Buena venta del Profe Córdoba

Palermo, máximo goleador de la historia de Boca y uno de los jugadores con mejor técnica como cabeceador que vieron las canchas del fútbol nacional, goza registros goleadores espectaculares y una historia de vida digna de contar. De comienzos en Estudiantes, con muchas dudas debido a su escaso nivel técnico, forma extraña de correr y raros peinados. Sus actuaciones lo llevaron a Boca y se convirtió en referencia en cuestión de meses. La primera etapa del Titán estuvo signada por una cantidad enorme de goles, de diferente factura e importancia. Su paso fallido por Villarreal y vuelta al club de la Rivera significó una vuelta triunfal repleta de títulos, catorce en total, ocho internacionales y seis locales. Sus más de 300 goles lo certifican por lo que fue, un animal del gol.

Ángel Labruna es River. Su carrera como futbolista solo es opacada por lo que significa como símbolo. Aunque jugaba como delantero por izquierda, es lógico ponerlo en este ranking, ya que se jugaba con dos referentes ofensivos fijos, en el esquema de 2-3-5 de la época. Jugador de las inferiores de basket y fútbol en River, se decidió por la segunda disciplina debido a la insistencia de su padre. Su carrera se extendió durante cuatro décadas(!) en el Millonario, desde el 39 al 61. Sus otros pasos fueron en Platense, Talleres, Rangers y Rampla Juniors. Máximo goleador de la historia de River con 313 y del Superclásico con 16, no quedan dudas que este hombre es un pedazo gigante de la vida del fútbol nacional. Su palmarés entre River y la selección alcanzan los 18 títulos. Otro animal del gol.

Cabe señalar el detalle siguiente: Palermo terminó su carrera con un promedio de gol de 0,54 y Labruna con 0,57. Dos distintos.

Puesto 15: Davor Suker

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Davor Šuker nació en la ciudad de Osijek en el año 1968, cuando Osijek formaba parte de Yugoslavia. En 1991, tras el desmembramiento del territorio yugoslavo y la aparición de nuevos países, entre ellos la actual Croacia, Osijek se convertiría en la cuarta ciudad croata en importancia, ubicada al este de la nueva nación. Como toda gran ciudad, Osijek tenía su propio equipo de fútbol homónimo.

En 1984, con 16 años, Davor Šuker hizo sus primeras apariciones en el Osijek. Cinco años más tarde, buenas actuaciones en la liga local y un gran desempeño en el Mundial Sub-20 de 1987, , lo llamaron para el Dinamo Zagreb, el equipo más poderoso de la liga croata. La Copa que se disputó en Chile en 1987 marcaría un antes y un después para la selección croata. Una nación joven que comenzaba a participar de competiciones deportivas se encontró con una generación de futbolistas espléndida: Šuker, Boban, Prosinečki, Jarni y Stanić entre otros, llevaron a la, en aquel entonces, selección de Yugoslavia a lo más alto del podio. Gran parte de ese poderoso plantel, tras las guerras de independencia en territorio eslavo, terminarían defendiendo los colores de Croacia.

La participación de Davor Šuker en ese mundial y su importancia dentro del equipo campeón lo potenciaron e hicieron que equipos de las grandes ligas europeas pusieran sus ojos en él. Goleador de su selección, anotó 6 goles y se adueñó del Balón de Plata, terminando como el segundo goleador del certamen. Sus compañeros Robert Prosinečki y Zvonimir Boban serían elegidos como los dos jugadores más valiosos de la Copa del Mundo.

Ese grupo de jóvenes sería el germen (?) de la Croacia que más de una década más tarde, en Francia ’98, no sólo conseguiría clasificarse por primera vez a un campeonato mundial, sino que también pondría a su selección entre las mejores del mundo.

El Sevilla FC fue el equipo que le abrió al artillero croata las puertas del fútbol español. Llegó en el año 1991. Poco a poco, Šuker fue convirtiéndose en ídolo de los blanquirrojos, llegando a explotar definitivamente de la mano de Bilardo. Permaneció allí hasta el año 1996 cuando lo compró el Real Madrid. Aunque no pudo obtener títulos con el Sevilla, con sus 156 partidos jugados y 76 goles anotados (0.48 de promedio de gol, altísimo), Šuker entró por la puerta grande al fútbol europeo.

Los años entre 1996 hasta 1998 serían los más importantes para el delantero. Su llegada al Real Madrid, y los primeros (y más importantes) logros comenzaron a galardonar a su carrera. La casa blanca sería para Šuker una vidriera internacional y un paso a la primera plana del fútbol mundial. En Madrid en esos años dio la vuelta olímpica en cuatro ocasiones: la Liga (1997), Supercopa de España (1997), Champions League (1998), Copa Intercontinental (1998).

Su estancia en el Madrid tuvo otros condimentos. No tuvo un buen rendimiento a principios de la temporada ‘97 y los hinchas merengues le caían con todo por ser el refuerzo estrella. Davor Šuker tampoco solía callarse la boca con cosas de sus entrenadores que lo fastidiaban. Esto generó algunos cortocircuitos, primero con Fabio Capello, y luego con John Toshack. La relación con el entrenador galés se rompería por completo generando la salida del croata del Bernabéu.

Inglaterra sería su destino. Quizás los momentos más destacados de su carrera habían pasado. Llegaría al Arsenal, en el cual jugó sólo 22 partidos, y terminaría su carrera jugando en el West Ham United primero, y luego en el Munich 1860.

El 98 fue su año. Además de las Champions que metió bocha de goles, el de Francia fue su mundial. Šuker pasaba por su mejor momento en el Real Madrid y la selección de Croacia llegaba al Mundial de Francia a un gran nivel. Las condiciones estaban dadas para que ocurriera lo que ocurrió.

Davor Šuker marcó goles en seis de los siete partidos que su selección disputó. Con seis tantos en total, se consagró como el máximo goleador de la Copa del Mundo. Sólo en el tercer encuentro de la primera fase, donde Croacia cayó por 1 a 0 contra la selección Argentina, el delantero del Real Madrid no podría anotar.

Los goles más importantes del croata llegarían en la segunda fase. En octavos de final Croacia se cruzaría con la fuerte selección rumana. Un gol de Davor Šuker desde los once pasos sobre el final del primer tiempo aseguraría el pase y pondría a su selección entre las ocho mejores del mundo. Croacia jugaría tres partidos más en ese mundial, quizás los más importantes. Le tocaría enfrentar potencias mundiales: Alemania, Francia y Holanda. En los tres partidos Šuker estuvo presente y aportó goles.

En el encuentro contra la selección alemana, Šukerman, como lo llamaban, marcó el 3 a 0 sellando una goleada histórica y el pase a semifinales. Croacia ya estaba entre las mejores cuatro selecciones del mundo, algo impensado en la previa.

El partido contra Francia pondría freno a la racha croata. Si bien Davor Šuker anotó el gol de la victoria parcial, la selección francesa dio la vuelta al resultado con dos goles del defensor Lilian Thuram. Francia dejaba a Croacia fuera y sin el sueño de la final. Sólo quedaba la ilusión de un tercer puesto. En la otra semifinal, Brasil venció a Holanda en los penaltis y garantizó su pase al partido final. Holanda, eliminada, sería el rival a vencer por un lugar en el podio.

En Parque de los Príncipes el match por un lugar entre los tres mejores comenzó reñido pero con goles. Croacia dio el primer golpe de la mano de Prosinečki. La respuesta de Holanda no se haría esperar. Un gol de Zenden a los 21’ de la primera parte marcaría el empate parcial. Los futboleros solemos decir que cracks son aquellos jugadores que se visten de héroes en partidos importantes, cuando la pelota quema. Davor Šuker sacó diploma de crack en ese partido. A los 35’ de la primera mitad, desde el sector izquierdo, casi entrando al área grande, conectaría un zurdazo cruzado fuerte y rasante que dejaría sin nada que hacer al buen arquero holandés, Edwin van der Sar. Era el 2 a 1 final. Croacia, la revelación, se alzaría con la medalla de bronce en Francia ‘98. Šuker y esa gran generación de futbolistas croatas tendrían mucho que ver con eso.

Afuera de las canchas, Šuker fue elegido nuevo presidente de la Federación de Fútbol de Croacia, cargo que ostenta desde entonces. Los desafíos que tiene al frente de la máxima institución futbolística de su país son grandísimos. El fútbol croata y sus clubes se encuentran inmersos en una fuerte crisis económica y financiera, una bajísima concurrencia de espectadores en los partidos de liga y escándalos vinculados a las apuestas ilegales. Ese partido reñido es el que está jugando hoy el delantero croata

Puesto 14: Sandor Kocsis

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En las semifinales de los JJOO Helsinki 1952, Hungría llegó al descanso con un 3-0 a favor ante Suecia. Así las cosas, Zoltan Czibor entró en el vestuario rebosante de satisfacción por su excelente desempeño en la primera mitad. Motivos no le faltaban. En el minuto 1 de juego había servido en bandeja a Ferenc Puskás el 1-0, a continuación vio como el astro magiar estrellaba un potentísimo cañonazo en el larguero tras conectar con un certero centro suyo y después otro de sus brillantes pases, que iba dirigido al infalible pie izquierdo del “comandante galopante”, se convirtió en gol en propia puerta del sueco Gosta Lindh.

Czibor esperaba felicitaciones y parabienes, pero lo que recibió fueron críticas. Y en concreto de uno de sus propios compañeros. “Me dijo que dejara de enviar centros rasos a Puskás, y que si hubiese centrado alto más a menudo habríamos marcado más goles”, explicó Czibor. “Puskás era el mejor jugador del mundo. No creo que nadie más se hubiese atrevido a discrepar”.

Sin embargo, la voz discordante hablaba con conocimiento de causa. Czibor le hizo caso y empezó a alternar los centros rasos con los altos. Aquel valiente que se atrevió a llevar la contraria justificó su enfado en el vestuario con dos goles en el triunfo final de los suyos por 6-0. Dos tantos que contribuyeron a que ese mismo jugador colgara los botines con el increíble registro de 75 goles en 68 partidos internacionales, y casi 100 goles más en su cuenta personal que el brasileño Dario, segundo en la lista de los mejores cabeceadores de todos los tiempos. Estas cifras pasmosas explican por qué Sandor Kocsis tenía la autoridad y el peso específico suficientes como para desafiar al mismísimo Puskás.

Lazslo Budai, otro fenomenal pasador en aquel equipo de ensueño, rememoró posteriormente: “Puskás tenía el mejor pie izquierdo, y Kocsis era el mejor rematador de cabeza que he visto. Lo malo era que cuando centrábamos el balón siempre teníamos que decepcionar a uno de los dos, porque uno lo quería raso y el otro alto. Lo mejor era que si el centro les llegaba bien, nueve de cada diez ocasiones se transformaban en gol”.

De hecho, la rivalidad entre Puskás y Kocsis empezó mucho antes de que este último se enfundara por primera vez la camiseta de Hungría, y continuó hasta que ambos dijeron adiós a la selección nacional. Kocsis, quien además de ser majestuoso en el aire también era muy potente y ambidiestro, debutó con el Kobanyai en 1946, a la edad de 17 años. No obstante, enseguida llamó la atención del coloso húngaro Ferencvaros. Cuando se consolidó como delantero titular, en la temporada 1948/49, comenzó su particular pugna con Puskás, que entonces militaba en las filas del Honved. A lo largo de esa campaña, Puskás, dos años y medio mayor que Kocsis, sumó 46 goles y su rival 33, y a la siguiente el cómputo ascendió a 31 y 30 respectivamente.

Gusztav Sebes seguía con atención el desarrollo de los acontecimientos. El seleccionador húngaro estaba convencido de que el Wunderteam austriaco de los años 1930 y la selección italiana que conquistó en dos ocasiones la Copa Mundial en esa misma década habían dado con la fórmula del éxito. Y es que el once inicial de Austria estaba compuesto en su mayoría por jugadores provenientes de unos pocos clubes, mientras que el grueso de la Nazionale Azzura lo conformaban futbolistas del Juventus.

Sebes ansiaba que sus titulares también jugasen juntos cada semana, y cuando Hungría pasó a ser un estado comunista, en enero de 1949, no dejó escapar la oportunidad. El Ministerio de Defensa asumió el control del Kispest, el club del ejército, que a partir de entonces cambió su denominación a Honved. Gracias a la influencia de Sebes, el conjunto, que ya contaba con los servicios de Jozsef Bozsik y Puskás, incorporó a sus filas a talentos como Kocsis, Gyula Grosics, Gyula Lorant, Budai y Czibor. El resultado fue poco menos que espectacular, tanto para el club como para el país. El Honved conquistó cinco títulos de liga entre 1949 y 1955, mientras que sus hombres conformaron la base del electrizante combinado húngaro.

Los “magiares mágicos» se colgaron el oro en Helsinki 1952. Un año después se adjudicaron la Copa Internacional (en la que participaban las selecciones centroeuropeas más poderosas de la época) y dieron la sorpresa ante la aclamada Inglaterra con un triunfo por 3-6 que los convirtió en la primera nación de fuera de las Islas Británicas que lograba salir victoriosa de Wembley. Y por si eso fuera poco, a los seis meses de aquella gesta volvieron a vapulear al mismo rival en Budapest, en una clase magistral que se saldó con un contundente 7-1.

Con semejantes antecedentes, no es de extrañar que Hungría abordara el Mundial del 1954 como clarísima favorita. En la primera fase no defraudó y pasó como un vendaval por encima de sus rivales del Grupo 2, la República de Corea (9-0) y la República Federal de Alemania (8-3). Kocsis, por su parte, le vio la cara a Dios (?) en tres ocasiones contra los asiáticos y en dos frente a los europeos. A continuación, los pupilos de Sebes dejaron por el camino a Brasil y Uruguay por idéntico resultado (4-2), con otras dos dianas en cada cita obra de “la cabeza de oro”. Ya en la final, que Puskás jugó lesionado, Hungría sufrió una de las derrotas más inesperadas de la historia del certamen. Su rival, Alemania occidental, remontó contra todo pronóstico un 0-2 en su contra y se proclamó campeona del mundo en el Wankdorfstadion.

Aquella resultó ser la única derrota de los “magiares mágicos” en los 49 encuentros que disputaron entre 1950 y 1956, el año en el que la Revolución Húngara provocó la abrupta disolución de uno de los equipos más extraordinarios y atractivos de la historia del fútbol internacional. Tras una breve estancia en el Young Fellows suizo, Kocsis siguió la estela de varios de sus compañeros exiliados y recaló en España.

Allí pasó a ser la punta de lanza del formidable Barcelona de Ladislao Kubala, Czibor, Luis Suárez y Evaristo. Por desgracia para el astro húngaro, su antiguo compañero en la vanguardia del Honved se incorporó al aún más formidable Real Madrid de la época, junto a José Santamaría, Luis del Sol, Francisco Gento, Raymond Kopa y Alfredo Di Stéfano. Así, mientras el prolífico Kocsis contribuyó a que el Barça conquistara dos ligas consecutivas y la Copa de Ferias durante sus siete temporadas en el Camp Nou, Puskás y el resto de los Merengues cosecharon nada menos que cinco Copas de Europa consecutivas.

«Puskás tenía el mejor pie izquierdo, y Kocsis era el mejor rematador de cabeza que he visto.» Lazslo Budai, ex compañero de Kocsis y Puskás

Kocsis también tuvo el codiciado trofeo continental al alcance de la mano en 1960/61. En la primera ronda, el Barcelona se convirtió en el primer club que consiguió imponerse al Real Madrid en la competición. Y aunque estuvo al borde de la eliminación en las semifinales, el dorsal número 8 surgió en el último suspiro entre dos defensas del Hamburgo y forzó el desempate por medio de un potentísimo remate de cabeza que fue a parar a la esquina inferior de la red. En la final, contra el Benfica, Kocsis adelantó a los catalanes en el marcador, de cabeza, naturalmente, pero los lisboetas se rehicieron y terminaron llevándose el partido por 3-2.

Kocsis tuvo que conformarse nuevamente con el segundo puesto en el Wankdorfstadion y en el olimpo de los grandes jugadores húngaros, donde siempre estará detrás del legendario Puskás.

Sebes dijo en una ocasión: “Nunca ha habido nadie que jugara mejor de cabeza. Se elevaba muy bien y aunaba una gran potencia con una precisión milimétrica. Además era un delantero muy completo, que sabía mantener el balón y podía rematar con ambos pies. Nunca se rendía, y marcó muchos goles, algunos cruciales justo en el último suspiro. Era un jugador extraordinario, uno de los mejores que he visto. Su rendimiento en 1954 merecía el trofeo”.

Sin embargo, en su caso no es cierto aquello de que nadie recuerda al segundo. Una media internacional de 1,10 goles por encuentro (algo inaudito para cualquier futbolista con más de 43 convocatorias en su haber) y más de 400 goles de cabeza a lo largo de su carrera garantizan a Sandor Kocsis un lugar destacado entre los mejores delanteros de la historia del deporte rey.

Puesto 13: Gary Lineker

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Por sus 48 goles en 80 partidos internacionales, incluidos 10 en los 12 encuentros disputados en dos fases finales de la Copa Mundial, las de 1986 y 1990, muchos hinchas ingleses consideran que Gary Lineker es el mejor artillero que ha dado el país. Lineker ganó el Botín de Oro en México 1986 y el Premio Fair Play de la FIFA cuatro años más tarde por su ejemplar registro disciplinario, perpetuado hasta el final de una carrera futbolística compuesta por un total de 568 partidos, en los que jamás recibió ni una sola tarjeta. Actualmente, es presentador de programas deportivos de la BBC.

Lineker llegó a México 1986 con el increíble promedio de 38 goles en 52 partidos con el Everton que se había anotado en su cuenta particular a lo largo de la temporada 1985/86. Pese a tan extraordinario total, el entonces futbolista de 25 años terminó las competiciones nacionales sin un solo trofeo que llevarse a la vitrina, pues el Liverpool, rival local de los Toffees, se hizo con el doblete de Liga y Copa. Ya en tierras mexicanas, no pudo meter gol alguno en ninguno de los dos primeros partidos que disputó la selección inglesa, saldados con un empate con Marruecos y una derrota ante Portugal. Contra Polonia en Monterrey, Lineker rompió el maleficio a lo grande: con un triplete conseguida en los primeros 25 minutos de aquel tercer encuentro.

A continuación, acertó dos goles contra Paraguay en octavos de final y anotó el tanto del honor en la derrota por 2-1 que Argentina infligió a Inglaterra en cuartos de final. Cuando se habla de los tres goles marcados aquel 22 de junio de 1986 en el Azteca, casi nunca se menciona el de Lineker, eclipsado completamente por el increíble doblete de Diego Armando Maradona. El inglés, que no guarda resquemor alguno contra el número 10 argentino, prefiere sacar a colación la derrota a los penales ante Alemania Occidental en 1990 cuando relata su mayor decepción en un certamen mundial.

«Diría que mis momentos más importantes en los dos Mundiales que he jugado son el partido contra Polonia de 1986 y marcar aquel triplete», «Y no porque fueran goles excelentes; debo admitir que ninguno de los míos me lo ha parecido nunca. Como saben, había hecho una temporada muy buena con el Everton y había anotado muchos tantos, pero llevaba cinco o seis partidos sin meterla con la selección de Inglaterra y me sentía un tanto presionado, especialmente en un Mundial, que es una competición grandiosa. El partido contra Polonia me cambió muchas cosas desde el punto de vista personal: marqué unos cuantos goles más, gané la Bota de Oro y, como consecuencia, fiché por el Barcelona. Sin lugar a dudas, fue mi gran momento. En ese sentido fue un partido excepcional».

«La Copa Mundial es muy especial. Se trata del escenario más importante en el que puede actuar un futbolista. Te coloca en primer plano, en el punto de mira. Pero también te ofrece la mejor oportunidad que tendrás jamás de medirte con los mejores jugadores del mundo. El Azteca es un estadio fantástico y el ambiente que se respira en él es absolutamente increíble. Jugar allí me resultó una experiencia indescriptible. ¡Pero el terreno de juego estaba hecho una pena! Le habían colocado el césped justo antes de la competición, de manera que se levantaban trozos por todas partes. Cada vez que ponías el pie en el suelo, se movía todo el campo. Por eso el gol de Maradona es todavía más portentoso; el segundo, quiero decir, no el que metió de un puñetazo».

Una de las frases más famosas de Lineker reza: «El fútbol es un juego muy fácil: 22 hombres se pasan 90 minutos corriendo detrás de un balón, y al final ganan los alemanes». El 4 de julio de 1990 en Turín, a Inglaterra se le cayó el alma a los pies cuando el lanzamiento de Chris Waddle desde el punto penal se perdió por encima del travesaño y Alemania Occidental se metió en la final, de nuevo contra Argentina. No obstante, como el delantero no duda en admitir, los hombres de Bobby Robson tuvieron suerte de llegar a aquellas semifinales por lo mucho que habían subestimado a Camerún en el partido de cuartos.

En las temporadas 1986/87 y 1987/88 marcó respectivamente 20 y 16 goles en liga, más los anotados en copa y competiciones europeas. En la temporada siguiente bajó ostensiblemente sus marcas goleadoras a causa de que el nuevo entrenador, un tal Johan Cruyff, lo alineó como extremo izquierdo. En su etapa barcelonista conquistó una Copa del Rey (1988) y una Recopa de Europa (1989).

En 1989 volvió a Inglaterra, enrolado en las filas del Tottenham Hotspur. Estuvo tres temporadas con los Spurs, con los que conquistó la Copa inglesa en 1991. Ese mismo año aceptó una multimillonaria oferta del Nagoya Grampus Eight, un equipo de la liga japonesa, donde Lineker puso punto final a su carrera en 1994.

Un jugador, que a base del sacrificio y entendimiento del juego, llegó a estar a la altura de los mejores de todos los tiempos.

Puesto 12: Rafael «Pichichi» Moreno Aranzadi

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Rafael Moreno Aranzadi, que este era el verdadero nombre del jugador, era sobrino y sobrino nieto, respectivamente, del gran antropólogo y naturalista (botánico y zoólogo), don Teodoro Aranzadi (1860-1945) y del gran pensador, filósofo y escritor don Miguel de Unamuno y Jugo (1864-1936).

De estas y otras boludeces (?) sobre la vida del legendario Pichichi, uno se puede enterar por la lectura de un folleto editado en enero de 1992 por BBC titulado “Pichichi. Historia y leyenda de un mito” del que es autor el periodista y escritor Alberto López Echevarrieta y que afortunadamente se puede encontrar buscando un poco en internet.

Apoyándonos en este libro y en alguna que otra cita de la web del Athletic de Bilbao, es que se pueden escribir algunas líneas de la semblanza personal y deportiva de este fenómeno futbolístico, que no son pocos los historiadores de este deporte que no dudan en afirmar que fue el primer goleador de la historia del fútbol, el que generó la creación del puesto de centrodelantero. Por eso su lugar en este ranking.

Rafael Moreno Aranzadi nació en Bilbao, el 23 de mayo de 1892, en el piso tercero izquierda de la calle de Santa María nº 10 2, segundo hijo de la familia formada por el matrimonio de Joaquin Moreno Goñi con Dalmacia Aranzadi y Unamuno. El padre tenía una posición acomodada, pues era abogado y secretario del Ayuntamiento de la Villa. Además de Rafael, el matrimonio tuvo otros cinco hijos: Raimundo (el mayor), Teresa, María Victoria, Felisa y Juan.

Sus primeros pelotazos los pegó siendo alumno de Los Luises contra el equipo del colegio rival, el Santiago Apostol de los Escolapios. De ahí paso a jugar con mayores en la Campa de los Ingleses. Parece que por entonces empezó a conocersele con el apelativo de “Pichichi”, tal vez en derivación de “pichón”, “pichín” o “pichinchu”, terminología dedicada cariñosamente a personas allegadas de corta estatura; otros aventuran que un ojeador del Athletic pasó por la campa y se fijó en un joven jugador desconocido y al ignorar como se llamaba el chaval, le apunto como ”pichichi”, al pasar su informe a la directiva del equipo.

El hecho es que Rafael Moreno comenzó a jugar en el Athletic en 1910, cuando tenía 18 años de edad y era estudiante en la Universidad de Deusto. Como jugador conoció los tres campos que utilizó el primer equipo a lo largo de su historia: Lamiaco, Jolaseta (Neguri) y San Mamés, destacando desde el primer día como un futbolista excepcional hasta el punto que en la primera referencia futbolística que se le conoce, el cronista termina por bautizarle como “El rey del shoot”. Pronto sus compañeros en el Athletic (Zuazo, Arrate, Belauste Travieso, Acedo) se deshicieron en elogios a sus cualidades como gran jugador, pero quizás la mejor semblanza del ídolo se deba a un primo suyo, jesuita, Alfonso María Moreno quien en un libro que escribió titulado “Vivir no es fácil”, lo retrató así:

… Mi primo “Pichichi” es el mejor jugador del Athletic y el mejor jugador de España. Todos lo dicen. Tiene un shoot tremendo, por bajo y muy bien dirigido, que no hay goal keeper que pueda pararlo. Pero sobre todo sabe driblar como nadie y es capaz de correr todo el campo, de un goal a otro, con el pelotón pegado a los pies sin que nadie se lo pueda quitar, hasta meter un goal genial. También es extraordinario en los remates de cabeza, sobre todo en los corners. Cuando el Athletic va mal en algún partido, el público espera siempre una de estas genialidades de “Pichichi” que remedie la situación y Mario Ugarte, Rolando y muchos otros le gritan pidiendo un esfuerzo heroico. Lo malo es que a veces juega individualmente y esto le pierde. Varios equipos ingleses se lo han querido llevar a jugar con ellos de profesiona , pero a Rafael ni se le ha pasado por la cabeza irse de Bilbao …” .

«Pichichi», y esto no lo olvidan en Bilbao, anotó el primer gol que se ha marcado en San Mamés. Fue el día de la inauguración del estadio, el 21 de agosto de 1913, hace más de cien años, y su rival el Racing de Irún. Rafael Moreno fue un jugador mítico, el símbolo más grande del Athletic. Su pañuelo de cuatro nudos encasquetado en la cabeza “para protegerse de las costuras del balón” (!!!!!!!!!!!!!!), llenó toda una época heroica del club rojiblanco. Su vida profesional estuvo emparejada a sus triunfos en el Athletic (cuatro Campeonatos de Copa, tres de ellos seguidos y un Subcampeonato). Cuando tenía una de sus grandes tardes, que no eran todas, “sus jugadas rematadas habilidosamente eran coreadas desde las tribunas y, como muestra de júbilo, se tiraban la aire gabardinas, sombreros, paraguas y cuantos objeto se tenían a mano”.

La fama de Pichichi trascendió de lo deportivo y pintores de la talla de Arrúe o Arteta le inmortalizaron con sus pinceles, especialmente este último en el conocido cuadro “Idilio en los campos de sport” donde aparece Pichichi vestido de futbolista flirteando con una dama, que resulto ser su futura esposa, la joven Avelina Rodriguez Miguel, con la que tuvo una hija.

Los Juegos Olímpicos de Amberes de 1920 fue el momento cúlmine de un Pichichi ya en decadencia en la que el equipo español, consiguió la medalla de plata.

En mayo de 1921, Pichichi anunció su retiro del fútbol, a los veintinueve años de edad. El último gol de su vida se lo metió al equipo inglés del West Ham. Su intención era convertirse en árbitro, pero esta actividad no acabó de llenarle. Al final fue presa de un trágico destino: en febrero de 1922 ingirió una ración de ostras, una de las cuales debía estar en mal estado. Cayó enfermo y el médico le diagnosticó tifus. Murió el 1 de marzo de 1922 en su casa de la calle de Iturribide.

Los aficionados del Athletic Club que son muchos, dentro y fuera de Bilbao y fieles “se puede cambiar de señora – o nos cambia ella- de periódico, de cepillo de dientes, de partido, de amigos, de coche, de marca de whisky, de desoderante, pero no de Athletic”

Puesto 11: George Weah

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El liberiano George Weah fue un auténtico fenómeno del fútbol mundial en la década de 1990, y hoy en día sigue siendo una gran estrella en África. Su selección nacional no le permitió, sin embargo, poder participar en ninguna Copa Mundial, pero él compensó este hecho con una fantástica carrera en el fútbol de clubes.

George Weah dejó una profunda huella en el fútbol en la década de 1990. Fue un goleador excepcional, y puede considerarse el primer ejemplo de lo que generalmente llamamos «un delantero moderno», es decir, polivalente. Era rápido, técnico y fornido (1,84 metros de estatura y 82 kilos de peso en su apogeo), y poseía un potente disparo y una eficacia increíble frente al arco contrario. En resumen, tenía prácticamente todas las bazas necesarias para convertirse en uno de los más grandes. Y así fue.

Weah fichó por el Mónaco en 1988, a la edad de 21 años, después de pasar una temporada en el Tonnerre de Yaundé, uno de los clubes más importantes de Camerún. Arsène Wenger, entrenador del equipo del principado en aquella época, dijo posteriormente de él: «Weah sí que fue una sorpresa. Igual que cuando un niño encuentra un huevo de chocolate el domingo de Pascua. No he visto a ningún otro jugador eclosionar como lo hizo él». Las estadísticas refrendan las palabras y las impresiones del técnico alsaciano: a lo largo de cuatro temporadas, Weah marcó 47 goles en 103 partidos de liga. En 1992 fichó por el París Saint-Germain y se dio a conocer a lo largo y ancho del Viejo Continente en las competiciones europeas. Algunos de sus 16 tantos en sus 25 encuentros continentales fueron tan bonitos e importantes como su obra maestra frente al Bayern de Múnich.

Su título de máximo goleador en la Liga de Campeones de 1995 con el conjunto parisino, le abrió las puertas del Milan. Los tifosi cayeron inmediatamente rendidos a sus pies. Ya en su primera temporada, conquistó el título de liga (y otro más en 1999), además del premio al Jugador del Año en Europa (1995) y en África (1996). Sumó 46 tantos en 114 partidos con la camiseta rossonera, y aunque todos fueron de excelente factura, el más destacado sigue siendo su inolvidable cabalgada por todo el terreno de juego frente al Verona, en la que se pasó a siete jugadores antes de amagarle al arquero.

A partir de 1999, Weah militó sucesivamente en el Chelsea, el Manchester City, el Olympique de Marsella y el Al Jazirah, antes de colgar los botines en agosto de 2003.

El liberiano también acumuló numerosas recompensas personales a lo largo del camino: en 1995, se convirtió en el primer, y hasta la fecha único, futbolista africano que ha recibido el títudo de Jugador Mundial de la FIFA; se proclamó Jugador Africano del Año en dos ocasiones, en 1989 y 1994; conquistó el Balón de Oro europeo en 1995; y la prensa continental lo proclamó Jugador Africano del Siglo.

Weah es un verdadero ídolo en África, y en especial en Liberia. En su país natal hizo todo lo posible por hacer progresar a la selección nacional, a la que condujo a la Copa Africana de Naciones en una ocasión, en 1996, junto con la generación de oro del fútbol nacional (Christopher Wreh, James Debbah, etc.). Desde que puso fin a su carrera, ha colaborado con diferentes organizaciones benéficas, antes de lanzarse al ruedo político en su país.

Puesto 10: Eric Cantoná

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«No podemos juzgarle como a cualquier otro jugador. Detrás de usted hay un rastro de olor a azufre», sentencia el presidente del comité disciplinario de la federación francesa. El acusado es un marsellés arrogante de 25 años. En su largo camino hasta el tribunal, la joven promesa se ha transformado en un violento fracaso: ha agotado la paciencia de presidentes, entrenadores y aficionados de cinco equipos de la liga francesa, ha arrojado su botín a un compañero de vestuario, ha destrozado su camiseta al ser sustituido en un partido amistoso y, en una última pirueta mediática, ha dado por concluido su debate con el árbitro lanzándole un pelotazo a la cara. «Olor a azufre», dice el juez. Y el chico de 25 años, cuyo primer mandamiento reza «quien se arrepiente nunca podrá mirarse en el espejo», escucha, asiente y, antes de abandonar la sala, se despide uno a uno de los miembros del tribunal: «Usted es un idiota, usted es un idiota, usted es un idiota, usted es un idiota, usted es un idiota…».

El 16 de diciembre de 1991, Eric Cantona, con 25 años, anuncia su retiro del fútbol. Ese mismo año el Manchester United cumple 26 años sin ganar la Liga. En el banco estaba el escocés Alex Ferguson, quien había conseguido reunir un equipo prometedor: domina los partidos, ronda el área y la pelota –tradicionalmente condenado a volar por los aires– había vuelto tímidamente a rodar por el césped en un meritorio, pero de momento inútil, intento por resucitar un fútbol de toque solo defendido en la isla por el fabuloso Nottingham Forest de Brian Clough. Pero los goles no llegan y Alex Ferguson no es todavía ni Sir, ni intocable, ni siquiera muy viejo; y una Copa de la UEFA en cinco años no hace sombra a la leyenda de Busby, Charlton, George Best y la Copa de Europa del 68.

Al otro lado del Canal de la Mancha, el psicólogo de Cantona le recomendaba un cambio de aires. La misma solución rondaba la cabeza de Michel Platini, ex jugador y entrenador de la selección francesa, uno de los pocos visionarios que seguía confiando en el futuro de Cantona.

Lo necesitaba en la selección. Así que el futuro de Francia depende de Inglaterra. Platini movió hilos, inició conversaciones y allanó el camino para que en 1992 Eric Cantona pise suelo inglés: tras un fugaz paso por el Sheffield Wednesday, Cantona aterrizó en el Leeds United, que ese año ganará la Liga, por primera vez desde 1973, con una actuación decisiva del francés. Pero al entrenador Howard Wilkinson no le gusta Cantona y a Cantona no le gusta el fútbol musculoso del Leeds. El galo entonces llegó al Manchester.

Permaneció una temporada en las filas del Leeds, pero sus roces con la directiva y el deseo de Alex Ferguson hicieron que acabase firmando por los diablos rojos, donde se hizo verdaderamente un nombre internacional y cosechó sus mayores éxitos. En toda su carrera, Cantona ganó siete Ligas, en Francia dos con el Marsella, en Inglaterra una con el Leeds United y cuatro con el Manchester United; tres Copas, una en Francia con el Montpellier y dos inglesas con los Diablos Rojos; y dos Charity Shield, con Leeds y United. El gran lunar de su carrera fue la selección francesa. El delantero nunca destacó y únicamente disputó una competición internacional, la Eurocopa de Suecia de 1992, donde encima los franceses no pasaron de primera ronda. No jugó ningún Mundial porque Francia no estuvo presente ni en Italia 90 ni en USA 94 y su trayectoria será recordada con más luces que sombras y repleta de conflictos con los seleccionadores de turno.

En 1997 decidió abandonar el fútbol antes de acabar arrastrándose por los terrenos de juego. Pero ni mucho menos dejó de captar la atención de los focos, puesto que siguió practicando su deporte favorito sobre la fina arena de la playa, portando el brazalete de capitán de la selección francesa. Actualmente es jugador y a la vez entrenador del combinado nacional. Tampoco la firma Nike se ha olvidado de él, siendo imagen de la marca en múltiples spots publicitarios, cuando jugaba y una vez retirado. También ha hecho su gracia en el séptimo arte, así como en política aprovechando su popularidad. En 2011 comenzó su nueva aventura como director deportivo del New York Cosmos, de la NASL. Fan declarado del Barcelona, de Johan Cruyff y de Leo Messi, era un ferviente defensor del fútbol de la calle, del talento puro y duro, de lo que no se aprende en ninguna escuela.

Un genio disfrazado de diablo en muchas ocasiones. Distaba mucho de la imagen que ofrecían el resto de futbolistas, siempre tendentes a realzar los tópicos de este deporte. Sus declaraciones así lo atestiguaban, con frases memorables cuanto menos sorprendentes y que hacían fruncir el ceño a más de uno. La más célebre fue la que pronunció en Inglaterra tras la patada al más puro estilo Jackie Chan. En una rueda de prensa se limitó a decir “Cuando las gaviotas persiguen al pesquero, es porque piensan que las sardinas serán lanzadas al mar”. No dijo nada más y se marchó. Otras también extravagantes como “El fútbol es como hacer el amor. Si no puedes aguantar 90 minutos como yo, no ganas” o “yo soy Dios”. Especial mención merece la respuesta a la pregunta sobre su mejor momento profesional. Ni corto ni perezoso, el francés declaró: “¿mi mejor momento? cuando le tiré la patada a ese hooligan”.

Así era Cantoná, soberbio y talentoso, sin pelos en la lengua y capaz de poner a la tribuna en pie con sus goles, si bien tampoco se olvidará fácilmente su imagen de conflictivo, algo a lo que él también ayudó en numerosas ocasiones.

Puesto 9: Arsenio Erico

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Arsenio Pastor Erico nació en Asunción, Paraguay, el 30 de marzo de 1915 y se inició en el club Nacional de la Liga Paraguaya. Por uno de esos avatares del destino llegó a ser una de las figuras máximas del fútbol sudamericano.

A comienzos de la década del 30, Erico integraba el equipo de la delegación de la Cruz Roja que hacía giras para recaudar fondos para la Guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia. Sus goles eran el mayor atractivo de esos partidos y las canchas se llenaban solo para verlo. Era una leyenda ahí donde iba.

En una de esas giras la delegación llegó a Argentina donde tenía pactado una serie de encuentros. Directivos del club Independiente observaron al jugador guaraní y no dudaron en contratarlo. Así comenzó una de las leyendas de la institución de la casaca roja y a la vez a conformarse un verdadero mito en el fútbol rioplatense.

Erico fue, es y será el «fuera de serie», un jugador sin molde que pudo haber jugado en cualquier época. Dueño de un estilo demoledor y fantasioso, poseía en la cancha una personalidad especial que generaba respeto entre compañeros y contrincantes. Era hábil en espacios chicos y de excelente pegada. Dueño además de un salto electrizante que rubricó con la cantidad de goles que marcó con la cabeza. En su momento fue el astro indiscutido de Independiente y del fútbol argentino, lo que entonces se optaba por llamar un CRACK en mayúsculas.

Jugó para Independiente desde 1934 hasta 1946, coronándose campeón en 1938 y 1939, y formando una trilogía de ataque que causó sensación en suelo gaucho: Vicente de la Mata, Arsenio Erico y Antonio Sastre (entre los tres marcaron 556 goles, sólo Erico 293). Llegó a marcar seis goles en un partido (a Quilmes en 1937, con un resultado final de 7-1) y cinco en otros dos encuentros.

Su estilo tan propio y agresivo y su récord de goleador lo convirtieron en uno de los favoritos de la hinchada de Independiente, y son muchos los hinchas que lo ubican un escalón más arriba del notable Bochini, hijo predilecto del club. Se dice que desde ahí ambos miran al resto de los mortales.

Cierta vez antes del Mundial de 1938 en Francia, Argentina quiso armar un equipo potente en pos de lograr la Copa Mundial e intentó convencer a Erico para que se nacionalizara por la friolera suma de 200.000 pesos de la época (una suma principesca ya que un automóvil último modelo valía 5.000 pesos). Erico dijo simplemente que “no”, antes que nada, era paraguayo. Eso llegó al conocimiento público entre los hinchas argentinos y llegaron a aplaudirlo a rabiar por ese acto de noble y sencillo patriotismo. Un periodista porteño escribió “El Hombre de Mimbre, el Paraguayo de Oro, cuanto nos lamentamos que no fuera argentino…”.

Arsenio Erico, el goleador máximo de la historia del fútbol argentino, falleció en Buenos Aires en 1977, a los 62 años de edad.

Puesto 8: Alberto Spencer

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Alberto Spencer Herrera fue uno de los jugadores más importantes de la historia de Peñarol y del fútbol sudamericano todo. Goleador letal y apodado como “Cabeza Mágica”, nació el 6 de diciembre de 1937 en Ecuador donde se crió y comenzó a formarse como futbolista. Debutó en primera en el Everest de dicho país en el año 1953, y jugó ahí hasta 1959. Fue su gran actuación en el Sudamericano del 59 defendiendo a su selección lo que cautivó a los dirigentes de Peñarol, quienes lo trajeron inmediatamente al club.

Como gran rompe redes que fue, debutó en el carbonero marcando tres goles en un amistoso frente a Atlanta, el 8 de marzo de 1960. Su trayectoria en Peñarol fue impecable: obtuvo un sinfín de títulos e integró los equipos que en la década del 60 derrotaron a los más poderosos de América y Europa.

Hombre récord por donde se lo mire, Alberto Spencer es el máximo goleador en la historia de la Copa Libertadores con 54 tantos, 48 de ellos con Peñarol, y segundo de la Copa Intercontinental (con 6 tantos, a 1 de Pelé). A nivel local, fue 4 veces el máximo goleador del Campeonato Uruguayo, en los años 1961, 1962, 1967 y 1968, consumando un total de 326 anotaciones.

“Fue una figura extraordinaria que llenó una época, mostrando una capacidad impresionante para definir. Sus duelos frente a los arqueros rivales terminaban con su triunfo y la pelota iba a parar a la red. Un jugador que daba esa situación de gol reservada para unos pocos elegidos y que hacía levantar a los hinchas para cerebrar la mayor emoción del fútbol” (Memorias de la pelota, A. Etchandy).

Se consagró campeón uruguayo en siete oportunidades (parte del primer quinquenio), campeón de la Libertadores en tres ocasiones (1960, 1961 y 1966) y campeón Intercontinental en dos (1961 y 1966). Se caracterizó por marcar goles claves y decisivos en todas las competencias: En la primera Libertadores marcó los dos tantos de la tercera semifinal ante San Lorenzo y el único en la primera final ante Olimpia. Al siguiente año, colaboró con dos en la goleada a Universitario por los cuartos de final, y nuevamente marcó en el partido decisivo de ida, esta vez ante el Palmeiras. Y en el 66 también fue decisivo, anotando entre otros partidos, en la histórica final ante River en Santiago de Chile. La Intercontinental también lo tuvo como protagonista ya que le marcó dos goles al Benfica en la goleada por 5 a 0 y tres de los cuatro goles al Real Madrid en 1966.

Tanto descolló en Uruguay que las autoridades de dicho país le insistieron para que se haga ciudadano y así poder representar a la selección charrúa. Spencer desistió de tal pedido y continuó manteniendo la ciudadanía ecuatoriana. Será siempre una incógnita hasta donde habría llegado su fama de haber defendido el uniforme celeste.

Luego de su pasaje exitoso con la amarilla y negra, volvió a su país natal donde se retiró en 1971 jugando para el Barcelona. Fue catalogado por el pueblo ecuatoriano como el mejor jugador de la historia de su país y según la Federación Internacional de Historia y Estadística de Fútbol (IFFHS) es uno de los 20 mejores futbolistas de América del Sur del Siglo XX.

Su vínculo con el fútbol no terminó ya que continuó con el camino de entrenador, dirigiendo en Ecuador, Paraguay y Uruguay. Se vino a vivir al Uruguay en 1973 y en 1982 fue designado cónsul. En setiembre de 2006 sufrió un infarto y falleció en noviembre del mismo año en una clínica estadounidense debido a sus problemas cardíacos. Sus restos fueron velados primero en Ecuador, y luego fueron al Uruguay, donde el pueblo carbonero acompañó el último adiós en el Palacio Peñarol.

En su sepelio, el ex presidente honorario y ex presidente de la república Julio María Sanguinetti, expresó:

“Alberto era poseedor de un estilo y sello irrepetible como futbolista, pero sobre todo fue un caballero del deporte, un grande dentro y fuera de las canchas que tuvo adversarios pero ningún enemigo en toda su vida (…) Hay personas que dignifican la raza humana. Spencer fue una de ellas (…) Al Peñarol se le llegó a conocer en el Mundo como el equipo de Spencer, así de grande fue Alberto” .

Como forma de homenajearlo, el Estadio Modelo de la ciudad de Guayaquil fue rebautizado como Estadio Modelo Alberto Spencer, en un partido entre el Peñarol y Barcelona, que finalizó 0 a 0. Una vergüenza que no hayan metido goles, pero bueno, el DT de los uruguayos era Gregorio Perez(?).

Alberto Spencer fue, es y será sinónimo de éxito, por ello encabezará siempre la lista de los futbolistas más notorios de Ecuador y toda Sudamérica.

Puesto 7: Miroslav Klose

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Dos minutos necesitó Miroslav Klose para hacer historia. El germano entró en la leyenda del fútbol por la puerta grande, como sólo los mejores son capaces de hacerlo. Alemania perdía ante Ghana, y se complicaba la clasificación como primera del Grupo G, momento en el que Joachim Löw decidió buscar soluciones. Una mirada hacia el banco fue suficiente: Klose entraba en el campo en el 68 y sólo tres minutos después igualaba el partido y empataba con Ronaldo como máximo goleador de los Mundiales.

A sus 36 años, Klose es uno de los últimos goleadores natos, una estirpe de jugadores cuyo hábitat natural es el área y que viven por y para llevar la pelota hasta la red del arco rival. El delantero germano, después de quince años como profesional, se retiró de la selección como si su carrera fuera una película, campeón del Mundo.

El delantero de la Lazio tiene genes deportistas en sus venas. Nacido en Polonia, su madre fue internacional hasta en 82 ocasiones con la selección de handball de su país, mientras que su padre, futbolista, jugó doce años en el Odra Opole, dos en el Auxerre y otros dos en el Chalon. Cuando el joven Miroslav contaba sólo con nueve años, su familia se mudó a Alemania, donde empezó a hacer carrera deportiva. Desde ese mismo momento, Alemania ganó un delantero de primerísimo nivel que, a la postre, ha conseguido hacer historia con el combinado germano.

Kaiserslautern, Werder Bremen, Bayern de Múnich y SS Lazio han disfrutado de uno de los mejores delanteros de los últimos años. Jugador a la antigua usanza, se trata de un jugador que no necesita grandes dosis de explosividad ni tener contacto con la pelota para sentirse útil. Consciente de cuál es su trabajo, sólo espera a que le caiga la bocha en una posición privilegiada para empujarlo a la red con uno o dos toques, no necesita más. Corea y Japón (2002), Alemania (2006), Sudáfrica (2010) y Brasil (2014) ya han visto marcar al delantero alemán.

Klose llegaba a Brasil como un secundario de lujo, pero se ganó un puesto a base de goles y trabajo. Tres minutos necesitó para hacer su primer gol del torneo ante Ghana, en el primer partido que jugaba en su cuarta Copa del Mundo. Tras jugar varios minutos ante Estados Unidos, Löw iba a sorprender a todo el mundo colocándolo de inicio ante Francia. Su gran partido le valió para volver a ser titular en el ya histórico partido ante Brasil, en el que Alemania vencería por 7-1 y Klose marcaría un tanto para superar a Ronaldo Nazario en su casa y establecer su récord en 16 goles.

No es el más vistoso de esta lista, pero a a base de sacrificio, olfato goleador, un cabezazo implacable (a pesar de solo medir 1,82), y no tener problemas de perfil para definir, es el máximo goleador de la historia de la selección alemana superando a tipos como Müller, Rummenigge, Völler o Klinsmann. Su carrera en nivel del clubes no impresionará tanto, pero nadie puede dudar que el máximo goleador de la historia de los Mundiales, esa cita donde tantos se han achicado, merece su lugar en este ranking.

Puesto 6: Gerhard Müller

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A pesar del paso de los años, el nombre de Gerhard «Gerd» Müller sigue siendo sinónimo de delantero modelo. Su eficacia goleadora no sólo le valió el sobrenombre de Torpedo, sino que le ayudó a hacer historia y marcar hitos difíciles de batir.

El delantero centro del Bayern de Múnich y de la selección alemana marcó 365 goles en 427 participaciones en la Bundesliga, una marca que difícilmente será rota. Además, anotó 68 goles en 62 partidos con la selección nacional, una marca que fue estratosférica hasta junio de 2014, cuando otro mito, Miroslav Klose cerró su carrera internacional tras ganar la Copa Mundial de la FIFA Brasil 2014 con una cifra global de 71 dianas en 137 partidos.

Y eso que los goles no son fáciles como él mismo cantó en la canción titulada Dann macht es bumm!: «Un partido de fútbol no es cosa fácil, los goles no son baratos», durante su breve incursión en el mundo de la música pop.

Sin embargo, al final de su gloriosa carrera deportiva, Müller podía alardear de una plétora de goles increíbles. «Mi gol más importante fue sin duda el 2-1 en la final del Mundial 1974, en Múnich», comentó recientemente Müller en su dialecto de Nördlingen. La primera era dorada del fútbol alemán y de la selección nacional de principios a mediados de la década de 1970 habría sido impensable sin el Torpedo, tal y como su antiguo compañero de equipo Franz Beckenbauer se apresura a subrayar: «El Bayern es actualmente lo que es gracias a Gerd Müller y sus goles».

Cuando en 1964 Müller fichó por el entonces club de segunda división Bayern Múnich, su entrenador, Zlatko «Tschik» Cajkovski, se burló con sorna de la chocante apariencia física del delantero: «¿Y qué voy a hacer yo con un levantador de pesas?». Y es que Mueller tenía las piernas cortas, en comparación con un tronco grande como un tonel, y el perímetro de sus muslos medía sesenta y cuatro impresionantes centímetros, lo que le daba la apariencia de un levantador de pesas del este de Europa.

El bajito y fornido delantero, que empezó su carrera deportiva a la edad de nueve años en su Nördlingen natal, una ciudad situada a una hora y media en coche de Múnich, iba a protagonizar una ascensión meteórica a la cima del fútbol mundial. Cuando tenía dieciséis años, el Torpedo había pasado ya por toda una serie de equipos escolares y por el equipo de juveniles del TSV Nördlingen. En la temporada 1962/1963, marcó la increíble cantidad de 180 goles con su club. El jugador atribuía su fuerza a la ensalada de papas que le preparaba su madre (!).

Con Cajkovski, Müller se desesperó en el banquillo durante diez partidos hasta que el entrenador dio su brazo a torcer ante la insistencia del entonces presidente del Bayern, Wilhelm Neudecker, y colocó al joven delantero en el equipo. En su primer partido de liga, en octubre de 1964, Müller marcó dos goles contra el Friburgo, que se convirtieron en los cimientos de una excepcional carrera. Incluso Cajkovski empezó a referirse a él con más cariño, llamándolo «el gordo y bajito Müller».

En 1965, Müller, Sepp Maier y Franz Beckenbauer, el trío que habría de atraer para el Bayern el reconocimiento mundial, consiguieron para el club el ascenso a la Bundesliga. El club terminó tercero en su primera temporada en la competición máxima de la liga alemana y levantó la Copa de la DFB, una hazaña que repetiría en 1967, 1969 y 1971. El Bayern de Múnich se proclamó campeón alemán por primera vez en 1969 y, a continuación, cosecharon un triplete de títulos, en 1972, 1973 y 1974. El club de Múnich también alcanzó su primer título internacional en la Recopa de Europa de 1967. Aquel equipo de ensueño se hizo después con la victoria en la Copa de Europa en tres temporadas consecutivas, desde 1974 a 1976, una increíble sucesión de éxitos que culminó con el triunfo en el Campeonato Mundial de Clubes.

Sin Gerd Mueller, esta gloriosa era habría sido inconcebible. Él se convirtió cada temporada en el máximo goleador del club, desde 1964/1965 hasta 1977/1978, y de la Bundesliga en siete ocasiones (1967, 1969, 1970, 1972, 1973, 1974, 1978). En 1971/1972 anotó 40 goles, una proeza que ningún otro jugador ha podido igualar jamás.

Era sólo una cuestión de tiempo que el prolífico delantero atrajera la atención del seleccionador nacional, Helmut Schön. Mueller realizó su primera aparición internacional con la selección absoluta en 1966, en el partido del 2-0 de la victoria en campo contrario contra Turquía. En la Copa Mundial de 1970, el jugador obtuvo la Bota de Oro por sus diez goles y forjó una formidable asociación con Uwe Seeler en la línea de ataque. Hoy en día, Müller subraya todavía la trascendencia de aquella competición: «Aquel campeonato fue mucho más importante para mí que el de 1974. Entonces teníamos un equipo inigualable, aunque mucha gente considere que nuestro mejor equipo fue el de la Eurocopa de 1972».

En 1972, el goleador alcanzó la gloria en la Eurocopa, en cuya gran final Alemania se impuso a Rusia, para después anotar contra Holanda el increíble gol de la victoria en la final de Alemania 1974. Müller recuerda: «El balón llegó al área de un pase de Rainer Bonhof. Me lancé hacia delante con dos jugadores holandeses y entonces tuve que retroceder porque tenía el balón justo detrás. Lo toqué con la zurda, me giré un poco y, de repente, el balón estaba dentro», y Müller sonríe, recreando aquella jugada del minuto 43 en el Olympiastadion de Múnich.

Müller anunció su retiro del fútbol internacional tras haberse convertido en campeón del mundo a la edad de veintiocho años. Siempre se ha dicho que el motivo fue la prohibición de que las mujeres de los futbolistas participaran en el banquete celebrado después de la gran final de la Copa Mundial.

En 1979, Müller aceptó un lucrativo contrato para jugar en Estados Unidos, donde planeó labrarse una segunda carrera deportiva, después de que el entrenador del Bayern Pal Csernai le hiciera saber que ya no se encontraba en sus planes y lo sentara en el banco por primera vez su carrera. Era la primera vez que vendían a Mueller. El 6 de marzo de 1979, Mueller firmó un contrato por dos años y medio con el Strikers de Fort Lauderdale, un club de la NASL.

Con el final de su carrera como jugador, Müller se sumió en una crisis profunda. La transición desde el pináculo de la fama a la vida normal no le resultó fácil. Aparte de firmar un autógrafo de vez en cuando o de participar en algún partido de famosos, el Torpero no sabía cómo pasar el tiempo si no era sentado frente al televisor durante horas y horas o peleándose con su mujer. Sus problemas con la bebida empeoraron.

Pero el Bayern y Uli Hoeness en particular lo ayudaron a salir y le encontraron trabajo en el Bayern. El primer Balón de Oro de la historia de Alemania, símbolo de una época gloriosa de la Mannschaft, uno de los goleadores más grandes de la historia de este juego.

Puesto 5: Romario

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Hace décadas que el mundo no se cansa de citar a Thomas Alva Edison, y casi todos coinciden con el inventor estadounidense cuando dijo que “la genialidad es un 1% de inspiración y un 99% de transpiración”. Casi siempre.

Detrás de la mayoría de las historias de éxito existe algo que permitió a sus protagonistas marcar diferencias, y que dista mucho de ser glamoroso: dedicación y trabajo duro. Y también resulta difícil aceptar que alguien pueda ser un genio de inmediato, sin necesitar esforzarse para lograrlo. Sin embargo, Romario de Souza Faria siempre ha asegurado que en su caso, por el contrario, fue exactamente así.

“Cuando nací, Dios apuntó con el dedo y dijo: ese es”. Podemos creer o no la famosa frase del delantero, pero una cosa es cierta: Romario sí lo creía. O, por lo menos, actuó durante toda su carrera con la confianza de quien se veía realmente predestinado a ser un genio del área, incluso sin ese 99% de transpiración. Y tan seguro estaba de ello que ni siquiera se preocupó nunca de ocultarlo.

Hasta quien acababa teniendo más trabajo por culpa de ese aspecto dionisíaco del brasileño no dejaba de admirar la facilidad con la que le sucedían las cosas. Por ejemplo, Johan Cruyff, su entrenador en el Barcelona, quien según Romario algunas veces se vio obligado a concederle días de descanso para viajar a Brasil. Romario proponía la apuesta: “Si marco dos goles, ¿me dejarás marchar?”. El holandés aceptaba, Baixinho salía al campo, marcaba los dos goles y viajaba. Así de fácil. “Tenía una calidad asombrosa. Hasta sin esforzarse, hacía cosas geniales”, lo definió Cruyff.

Pero antes de ser el delantero centro para quien todo ocurría de forma natural, las cosas fueron más difíciles. Romario creció en un hogar humilde del barrio de Vila da Penha, en Río de Janeiro, donde comenzó a jugar en el Estrelinha, un equipo de fútbol sala creado por su padre, Edevair. No obstante, por modesto que fuese ese entorno, su talento era tal que, a los 13 años, llamó la atención del Olaria, y poco después de las categorías inferiores del Vasco da Gama. A partir de ahí, la historia ya empieza a ser familiar.

En 1985, con 19 años, Romario se incorporó al primer equipo del Vasco, y durante las tres temporadas siguientes se convirtió en un semidiós en el estadio de São Januário. Su desempeño lo condujo a la selección brasileña que se colgó la medalla de plata en Seúl 1988, donde fue el máximo anotador, con siete goles en seis partidos. Era la exhibición que faltaba para que su capacidad de hacer goles resonase fuera de Brasil. El entonces campeón de Europa, PSV Eindhoven, comandado por Guus Hiddink, fue el más rápido. En Holanda, o Baixinho se proclamó tres veces campeón de liga, y comenzó a pulir de forma definitiva la confianza en sí mismo que hacía de él un artillero tan temible como locuaz. “Es el jugador más interesante con el que he trabajado”, confesaría Hiddink años después. “Antes de partidos importantes, cuando había algunos nervios, se me acercaba y decía: ‘Coach, tranquilo. Romario va a marcar y vamos a ganar’. Y sí que marcaba. En ocho de cada diez partidos de esos, hacía el gol de la victoria”.
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Y lidiar con ese carácter desbocado, a veces insolente, tendía a ser más delicado para los técnicos de la selección brasileña, que no convivían con Romario a diario. En gran parte debido a eso, su carrera con la camiseta canarinha estuvo marcada, en iguales proporciones, por los goles y los desencuentros. Su condición de héroe nacional comenzó a construirse en la Copa América de 1989, cuando, en una época de sequía de títulos, la Seleção se proclamó campeona en el Maracaná al vencer por 1-0 a Uruguay, con gol suyo, de cabeza. Y entonces llegó el primer contratiempo: tres meses antes de Italia 1990, el brasileño se lesionó. Se recuperó en una auténtica carrera contrarreloj, y fue convocado por Sebastião Lazaroni, aunque solo entraría en juego durante algunos minutos, en un encuentro contra Escocia. Su primera participación en el mayor escenario del fútbol no daba la menor pista de lo que estaba por venir.

Fue después cuando empezó lo que podría considerarse el auge de la carrera de Romario. El atacante fichó por otro equipo entonces campeón de Europa, el Barça de Johan Cruyff, como cuarto extranjero del plantel, en una época en la que solo podían coincidir tres en la cancha. Los otros eran nada menos que el búlgaro Hristo Stoichkov, el holandés Ronald Koeman y el danés Michael Laudrup. Aun así, Baixinho llegó y, del mismo modo distendido que dijo “es un placer estar aquí”, prometió en su presentación que en la temporada 1993/94 marcaría treinta goles. ¿Qué sucedió? Llegó a la última jornada, ante el Sevilla, con 29 en su haber, firmó su 30º tanto en 33 partidos y salió del campo como máximo goleador del torneo y campeón de liga. Así de sencillo.

A pesar de todo esto, Romario no estaba siendo convocado por la selección. Y era así después de haberse quejado públicamente por no recibir la llamada de Carlos Alberto Parreira para un amistoso al final de 1992. Pero, Brasil pasó apuros en eliminatorias, con lo que la hinchada reclamó su presencia. Poco antes del último encuentro de clasificación, frente a Uruguay en el Maracaná, Müller se lesionó. Romario regresó de inmediato, aclamado por el público, como titular y gran esperanza. Tuvo una actuación histórica, materializó los dos goles de la victoria por 2-0 y dio el primer paso hacia la que sería “su” Mundial: el título que lo situó definitivamente entre los grandes de la historia. Romario participó en casi todas las acciones ofensivas del combinado brasileño campeón de Estados Unidos 1994, y se adjudicó el Balón de Oro como mejor futbolista del certamen. “Estoy seguro de que Brasil no habría ganado de no ser por él”, asegura Johan Cruyff. “Eso ya lo dice todo. Romario fue, junto a otros dos o tres jugadores, uno de los mejores de la década de los 90”.

A partir de ahí, comenzó un periodo en que, poco a poco, se creaba la impresión de que los días de mayor gloria de Baixinho habían quedado atrás. Primero, con la decisión más que sorprendente de dejar Europa, en pleno apogeo de su carrera, para regresar a Brasil, y fichar además por el Flamengo, rival del Vasco da Gama, club con el que había dado sus primeros pasos como futbolista.

Pero Romario siempre fue más allá de lo que se esperaba, entre glorias y frustraciones. De estas últimas, destacaron dos: verse obligado a renunciar a Francia 1998 —tuvo que abandonar, lesionado, la concentración del equipo en Francia— y quedarse fuera del siguiente torneo, el de 2002, por decisión del técnico Luiz Felipe Scolari. En ambas ocasiones, Romario compareció en público y lloró. Ya fuese por los títulos o por las declaraciones, a lo largo de toda su carrera no dejó de acaparar titulares.

Cuando ya no era un atacante temible por sus explosivos arranques, sino “solo” un delantero centro más estático, un matador, se le consideró en innumerables ocasiones bajo de forma, excesivamente lento. Así ocurrió en sus etapas en el Vasco, el Flamengo, el Fluminense y algunas breves experiencias en el extranjero. Pero el supuesto “fin de carrera” de Baixinho duró años. Llegó a convertirse en máximo goleador de la liga brasileña de 2005, a los 39 años, y también celebró —según sus cálculos, que incluyen partidos no oficiales, jugados en la Praia(?)— los mil tantos de su carrera, en 2007.

Y todo eso, es bueno recordarlo, únicamente a base de inspiración.

“Yo nunca fui un deportista. Si hubiese llevado una vida ordenada, habría marcado aún más goles. Pero no sé si sería feliz como lo soy hoy”. Así se limitó a resumir el delantero su ética de trabajo. No hay ninguna duda de que funcionó. Pero, decididamente, no es algo que pueda hacer cualquiera.»

Puesto 4: Eusebio

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Eusebio, apodado la «Pantera negra» o la «Perla negra», es la figura más famosa del fútbol portugués y uno de los embajadores del fútbol de Portugal. Natural de Mozambique, marcó nueve goles en la Copa Mundial de 1966, que le reportaron la Bota de Oro. Este gran hombre fue, además, el primer gran delantero que el continente africano regaló al mundo.

Junto con Mario Coluna, nacido también en Mozambique, anduvo por vez primera el camino que seguirían después tantos otros compatriotas. Eusebio da Silva empezó a jugar a muy temprana edad con el club de su ciudad natal, el Sporting Club Lourenço Marques. Cuando cumplió 18 años, los rumores sobre su talento prodigioso habían llegado ya a los grandes equipos de Portugal y habían provocado una feroz batalla entre los dos clubes lisboetas, el Sporting de Lisboa y el Benfica, que pujaban por su ficha. Fue tal la acritud de aquella puja que Eusebio se vio obligado a abandonar Lisboa durante las negociaciones y refugiarse en una pequeña aldea del Algarve. Cuando se disipó el polvo de la refriega, era jugador del Benfica.

Eusebio, un potente centrodelantero dotado de una velocidad, aceleración y un toque excepcionales, se hizo famoso por ser escurridizo como un gato en los amagues, una habilidad que había desarrollado en los juegos callejeros de su infancia.

Un año después, en el partido de su debut con el Benfica, marcó el primero de una larga lista de goles para el club de la capital lusitana. Sirva como anécdota que aquel primer gol (uno de los tres que anotó en tan sólo cuestión de minutos) se produjo en un encuentro amistoso celebrado en París contra el Santos brasileño, en cuya alineación se encontraba Pelé.

En total, con su inmenso talento consiguió la mareante cifra de 320 goles en 313 partidos de liga. La influencia de Eusebio fue tan fulminante que, en 1962, a la edad de 20 años, el jugador se convirtió en el principal artífice del triunfo del Benfica en la Copa de Europa frente al imperioso Real Madrid de Alfredo Di Stéfano y marcó dos goles en aquella victoria por 5-3 de los campeones portugueses.

En su primera participación con la selección nacional de su país adoptivo, en octubre de 1961 contra Luxemburgo, Eusebio realizó una importante labor y contribuyó con siete goles a la primera clasificación de Portugal para una Copa Mundial. Se proclamó Jugador Europeo del año 1965, pero fue en la fase final de Inglaterra 1966, en la cuna del fútbol moderno, donde Eusebio se convirtió de verdad en un fenómeno global, como pocos antes en la historia del deporte.

En la primera ronda, Portugal se impuso a Hungría (3-1), antes de que Eusebio se reencontrara con su olfato de gol y marcara el segundo tanto en la derrota por 3-0 de Bulgaria. A continuación, contra Brasil en el último partido del grupo, anotó dos dianas en el 3-1 de que se sirvió Portugal para eliminar a los campeones del mundo. El astro del Benfica siguió imparable y, en cuartos de final contra Corea del Norte, dejó una impronta indeleble en los anales de la Copa Mundial. La selección portuguesa, que iba perdiendo increíblemente por 0-3, protagonizó una remontada excepcional, gracias a los cuatro goles que anotó la relumbrante «Perla negra», y se impuso al final por 5-3. Aquel partido, que colocó a Eusebio en el Olimpo de los dioses del fútbol internacional, sigue siendo hoy en día uno de los encuentros más recordados de la historia de la competición.
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Al final, la escuadra portuguesa quedó eliminada en las semifinales del campeonato a manos de Inglaterra (1-2), la selección anfitriona y la que habría de proclamarse campeona del mundo, en un choque de final electrizante por el penal que transformó Eusebio en el minuto 82. Aquel gol fue el octavo que anotó Eusebio en cinco partidos, y todavía el ariete tuvo tiempo para sumar otro más: el primero de la victoria de Portugal por 2-1 ante Rusia, que aseguró a los lusos el tercer puesto del podio. «El Mundial de 1966 supuso la cumbre de mi carrera», recuerda Eusebio. «Aunque perdimos la semifinal, el fútbol portugués fue el auténtico ganador».

Cuando se analizan los mejores años de Eusebio, el único lamento es que se encontrase tan aislado, sin una generación portuguesa de jugadores de auténtico talento internacional que le ayudasen a escalar cotas más altas. Precisamente por eso, el Mundial 1966 fue la única ocasión en que este gran maestro, autor de 41 goles en 64 partidos internacionales, honró con su presencia la competición mundial.

Eusebio, mito eterno y todo un símbolo de lealtad y orgullo en su país adoptivo, sirvió al Benfica durante una década y media, en la que conquistó 11 títulos de liga con el club. Posteriormente, aceptó la oferta de poner el broche de oro a su carrera deportiva en el continente americano. Regresó a Portugal, con el Beira Mar, donde sufrió una gravísima lesión de rodilla. Eusebio está considerado el mejor futbolista portugués de todas las épocas y la estatua de bronce de la «Pantera Negra» ocupa un lugar de honor a las puertas del Estadio de la Luz, el legendario campo del Benfica.

Cuarenta años después, las gestas de Eusebio no han perdido ni un ápice de su fulgor y prácticamente nadie ha logrado hacerle sombra como más grande deportista portugués de todos los tiempos.

Puesto 3: Ferenc Puskas

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Ferenc Puskas, considerado el mejor jugador húngaro de todos los tiempos y uno de los más grandes futbolistas de la historia, fue la principal figura del innovador equipo húngaro que dominó el fútbol mundial a principios de los años 50. Lamentablemente, el gran premio de campeón del mundo eludió siempre a este magnífico delantero; especialmente en la final de la Copa Mundial disputada en Berna, en la que la durante mucho tiempo invicta selección húngara sufrió una histórica derrota ante Alemania por 3-2.

Puskas nació en 1927 en Budapest e inició su carrera futbolística a una temprana edad en el equipo del que su padre fue jugador y entrenador, el Kispest de Budapest. Jugó en el filial con una identidad falsa -Miklos Kovacs- hasta los 12 años, puesto que aún era demasiado joven para poder fichar por el equipo (!). Sin embargo, no pasaría mucho tiempo hasta que su nombre estuviese en boca de todos en el fútbol húngaro. A los 16 años, el pequeño delantero se había convertido en un habitual en la alineación del primer equipo y, a pesar de su juventud, ya había dejado patentes su ambición y su férrea voluntad. Puskas hizo su primera aparición como internacional a los 18 años frente a Austria. Era el primer partido de Hungría desde la Segunda Guerra Mundial y el primer paso de la incomparable trayectoria futbolística que habría de recorrer la selección nacional.

Puskas era un futbolista fuera de lo normal en muchos aspectos: bajito, regordete, no demasiado bueno en el juego aéreo y exclusivamente zurdo. Sin embargo, nadie podía negar sus dotes innatas, como demuestran las estadísticas. En 84 partidos con Hungría, Puskas marcó 83 goles, un promedio sin parangón.

Su concurso también fue un motivo de inspiración para el Kispest, que en 1948 se convirtió en el equipo del ejército y pasó a llamarse Honved. Puskas, su delantero estrella, recibió el sobrenombre de «comandante galopante», en clara alusión a su rango militar. Como capitán del equipo, conquistó cinco campeonatos de liga. Puskas jugó en el Honved hasta 1956.

La selección nacional de Hungría dominó el panorama futbolístico a principios del decenio de 1950. En 1952, Puskas colocó a su país en lo más alto del podio olímpico en Helsinki y, con él como capitán, los «magiares mágicos» llegaron a Suiza 1954, tras cuatro años de imbatibilidad.

Su victoria más sonada llegó el 25 de noviembre de 1953 en «la cuna del fútbol», el histórico estadio de Wembley, en el que Inglaterra no había perdido nunca contra un equipo de fuera de la isla. Hungría se impuso por un contundente 6-3 en un encuentro que pasó a la historia como uno de los partidos del siglo. Puskas y compañía ofrecieron frente a 100,000 aficionados una maravillosa lección magistral, en la que combinaron pases largos y cortos y se impusieron a los anfitriones, que empezaron desconcertados y acabaron humillados.
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Hungría desarrollaba un revolucionario fútbol de ataque con Sandor Kocsis, Nandor Hidegkuti y Puskas. Kocsis y Puskas impulsaban al equipo desde las posiciones de delantero derecho e izquierdo respectivamente.

Hungría era la favorita indiscutible para Suiza 1954. El llamado «equipo maravilla» tenía la línea atacante más potente del mundo y se apresuró en demostrar su impresionante capacidad goleadora en el torneo de Suiza. Humilló a Corea del Sur por 9-0 en su primer partido, en el que Puskas marcó el primer y el último gol antes de arrasar a un equipo alemán de suplentes por 8-3, en un duelo en el que el capitán volvió a ver puerta. Sin embargo, la victoria frente a Alemania se cobró un precio muy alto: Ferenc Puskas.

La estrella húngara recibió una patada por detrás del alemán Werder Liebrich, que le lesionó el tobillo e impidió su alineación en cuartos de final y en la semifinal. Puskas tuvo que conformarse con ver desde las tibunas cómo sus compañeros de equipo se imponían por 4-2 a Brasil (que pasó a la historia como la reñida «batalla de Berna») y también a Uruguay.

En la final de 1954, todas las miradas estaban puestas en Puskas. ¿Estaría el capitán húngaro a la altura de la ocasión? ¿Se habría recuperado completamente de su lesión? El gran talento húngaro no quería perderse el partido, la cima de su carrera hasta la fecha. Y Puskas jugó, aunque era evidente que estaba todo roto.

Los «magiares mágicos» no pudieron empezar mejor el partido. Puskas, que parecía querer acallar a todos los escépticos, abrió el marcador en el minuto seis. Dos minutos más tarde llegaba el 2-0. Sin embargo, bajo la lluvia de Berna, Alemania Occidental replicó. En el descanso el resultado era de 2-2, y a falta de tres minutos Helmut Rahn hizo el tercero de los germanos. Puskas aún tendría tiempo de anotar, pero su tanto fue anulado por fuera de juego. Después de 31 partidos, Hungría caía derrotada. Los que nadie consideraba favoritos se hicieron con la Copa Mundial y le propinaron a Hungría su primera derrota en cuatro años y, además, dejaron a Puskas sin el mayor de los honores.

Tras aquella final, la selección húngara se desintegró gradualmente, y la propia vida de Puskas pronto daría un vuelco. Siguió jugando en Budapest con el Honved, con el que se desplazó a la ciudad española de Bilbao, un viaje que tuvo consecuencias históricas. La edición de la Copa de Europa de 1956 coincidió con un periodo de levantamiento nacional en Hungría y tanto Puskas como una serie de sus compañeros de equipo se refugiaron en Occidente y nunca volvieron a su patria. Tras una sanción de 15 meses sin poder jugar al fútbol, un Puskas de treinta años de edad, más rechoncho y en baja forma, había pasado ya, en opinión de muchos observadores, el apogeo de su carrera.

No obstante, Emil Oestreicher, un viejo amigo de Puskas y su antiguo entrenador en el Honved, llevó al ingenioso delantero al Real Madrid, donde jugaría junto al gran Alfredo Di Stéfano. Ambos acabarían por forjar una de las parejas atacantes más famosas de la historia y convertirían al Madrid en uno de los equipos gigantes de Europa. Perdió 18 kilos en seis semanas, y comenzó el siguiente capítulo de su carrera, enormemente exitoso.

En la era de Puskas, el Real Madrid ganó seis campeonatos de liga y dos Copas de Europa, y alcanzó su mayor gloria en la final de la Copa de Europa de 1960, frente a los 130,000 aficionados que se congregaron en Hampden Park, donde el Madrid venció al Eintracht Frankfurt por 7-3. Di Stéfano marcó tres goles en aquel partido, pero fue la noche de Puskas, quien anotó cuatro tantos en aquella victoria legendaria. Cuando terminó la temporada, el jugador había marcado la increíble cantidad de 35 goles en 39 partidos.

En 1962, la selección nacional española convocó a Puskas para disputar la Copa Mundial de la FIFA de Chile. En ella, España pasó por la triste (?) experiencia de terminar en el último puesto, con una única victoria en su haber. El equipo dijo adiós en fase de grupos y Puskas no logró marcar. Continuó en el Madrid hasta 1967, antes de retirarse a los 40 años, después de marcar 324 goles en 372 encuentros con el club español. Posteriormente, como entrenador, conduciría al Panathinaikos hasta la final de la Copa de Europa. Sin embargo, su mayor triunfo personal llegó en 1993, año en que por fin regresó a su patria, Hungría, a los sesenta y seis años.

Puesto 2: Marco Van Basten

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Marco van Basten, cuyo nombre completo es Marcel van Basten, vino al mundo el 31 de octubre de 1964 en Utrecht, una ciudad de 300.000 habitantes situada en el centro de los Países Bajos. Empezó a jugar al fútbol a los siete años en un club local de nombre EDO. Probablemente ya entonces hubo algún experto que se quedó fascinado ante el talento que atesoraba aquel chiquito.

Un año después, Van Basten fichó por el UVV Utrecht, donde estuvo casi la totalidad de su juventud. Tras pasar en el Elinkwijk Utrecht, donde jugó en la temporada 1981/82, el espigado delantero recaló en el Ajax de Ámsterdam, donde acabaría por convertirse en un jugador de clase mundial.

El delantero debutó como profesional en el Ajax en abril de 1982. A sus 18 años, Van Basten sustituyó en aquel partido nada menos que a la leyenda del fútbol holandés Johan Cruyff. En cualquier caso, el delantero no se dejó impresionar y contribuyó con un tanto al rotundo 5-0 que su equipo infligió al NEC Nijmegen.

En la temporada 1982/83, el joven talento se vio eclipsado por Wim Kieft, junto al que unos años más tarde se proclamaría campeón de Europa de selecciones. Aun así, Van Basten anotó nueve goles en 20 partidos. Tras la venta al Pisa Calcio italiano de Kieft, internacional en 43 ocasiones, llegó definitivamente el momento de Marco van Basten.

El delantero se proclamó máximo goleador de la primera división holandesa cuatro años seguidos, y no sólo se convirtió en un ídolo para la afición de la capital de su país, sino que adquirió renombre internacional como el mejor artillero de los años ochenta. En 1986, Van Basten se proclamó máximo goleador de Europa después de anotar 37 goles en 26 partidos. En los choques contra el Sparta de Rotterdam y el Heracles de Almelo, el insaciable cazagoles logró seis y cinco tantos, respectivamente.

Luego de ganar tres ligas y tres copas holandesas, el Cisne coronó su etapa en el club albirrojo con la conquista de la Recopa de Europa en 1987. En la final, frente al FC Lok Leipzig, Van Basten anotó el tanto que dio la victoria a los de Ámsterdam.

Tras este éxito y después de marcar 128 goles en 133 partidos, Van Basten fichó junto con su compatriota Ruud Gullit (procedente del PSV Eindhoven) por el AC Milan. Un año después se unió a ellos en las filas de los Rossoneri el también holandés Frank Rijkaard, que completó así el que ha sido quizás el mejor trío de la historia del fútbol europeo.

En la Serie A, Van Basten comenzó a sufrir los problemas físicos que años después acabarían por llevarlo a una amarga y, sobre todo, prematuro retiro del fútbol. Aquella temporada, el club lombardo conquistó su primer título de liga en ocho años, aunque el internacional holandés, aquejado de continuas molestias en el tobillo, sólo pudo disputar once partidos.
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En la siguiente campaña, los difíciles momentos del año anterior quedaron en el olvido. Van Basten marcó 19 goles en la Serie A, llevó a su equipo a la conquista de la Copa de Europa con dos goles frente al Steaua de Bucarest (4-0) y fue nombrado mejor jugador del año en Europa por la prensa especializada.

La temporada 1989/90 también marchó sobre ruedas para el formidable delantero holandés, que se proclamó máximo goleador de la liga italiana y revalidó el título de campeón de Europa con el Milan tras derrotar en la final al Benfica de Lisboa.

Sin embargo, la temporada 1990/91 no resultó tan productiva para Van Basten y su club. El Sampdoria de Génova se llevó el título de liga en Italia, y Van Basten se enemistó con el entrenador de entonces, Arrigo Sacchi, que tuvo que dejar el club.

Fabio Capello tomó las riendas del Milan y no tardó en emular los éxitos de los años anteriores, también gracias a un Marco van Basten sobresaliente. A las órdenes de Capello, el holandés recuperó la magia, volvió a proclamarse máximo goleador con 25 goles y llevó a los Rossoneri a conquistar el Scudetto sin perder un solo partido.

En noviembre de 1992, el holandés entró en la historia de la Liga de Campeones cuando en un partido frente al IFK Gotemburgo se convirtió en el primer jugador en marcar cuatro goles en un encuentro de la competición.

Así, los éxitos del AC Milan estaban estrechamente ligados a los de Van Basten, y el club lombardo se proclamó campeón de liga y se mantuvo imbatido durante un total de 58 partidos consecutivos en la competición de la regularidad. El delantero, de 28 años por entonces, fue nombrado mejor jugador del año en Europa (1992) por tercera vez.

En lo sucesivo, Van Basten comenzó a verse obligado a parar con cierta frecuencia a causa de sus problemas de tobillo y sus molestias en la rodilla. Tras un partido frente al AC Ancona, el delantero tuvo que someterse a una operación que le mantuvo alejado de los terrenos de juego hasta finales de la temporada 1992/93.

No obstante, el regreso no sería por mucho tiempo. Su último partido oficial con su club fue la final de la máxima competición europea contra el Olympique de Marsella en Múnich, que el conjunto italiano acabó perdiendo. Los problemas físicos se convirtieron a partir de entonces en un indeseable compañero de viaje para Van Basten que, tras varios intentos de volver a los terrenos de juego en los dos años siguientes, acabó por anunciar su retirada definitiva del fútbol en 1995.

El Cisne de Utrech logró su mayor éxito con la Elftal en la Eurocopa de Alemania en 1988. Van Basten llevó a su equipo a la conquista del título con cinco goles, se proclamó máximo goleador de la cita continental y contribuyó a la victoria de Países Bajos por 2-0 en la final frente a Rusia con un tanto de otro planeta en el que batió desde un ángulo imposible a Rinat Dassayev mediante un impresionante remate de volea.

Los otros dos grandes certámenes en los que Van Basten participó como jugador se saldaron con sendas decepciones. En la Copa Mundial de Italia 1990, la selección de Países Bajos cayó eliminada en octavos de final a manos de la República Federal de Alemania.

Dos años después, en la Eurocopa de Suecia, el combinado tulipán sucumbió en semifinales frente a Dinamarca. Van Basten falló el penal decisivo frente a un Peter Schmeichel que, junto con su equipo, acabó sorprendiendo a todos y alzándose con el título.

Siendo DT, tuvo un infarto y le recomendaron que deje la profesión por ser demasiado estresante. Así que se dedica a ojear jugadores para el Ajax. Igualmente, cuando se habla de Van Basten se habla no solo de un goleador, si no de un artista del gol, un delantero casi incomparable.

Puesto 1: Ronaldo

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Tras 120 minutos de nerviosismo y una tanda de penales igualmente tensa en la final de 1994, en Pasadena, la selección brasileña podía dar al fin rienda suelta a su alegría: 24 años después, la Copa Mundial volvía a ser suya. Los jugadores corrían por toda la cancha, con banderas y pancartas, una de ellas en homenaje al piloto Ayrton Senna, fallecido semanas antes. El trofeo pasaba de mano en mano: pertenecía a todos. Romário, el nombre del torneo, era una atracción para fotógrafos y cámaras, como es natural, junto al capitán Dunga y el arquero Taffarel.

En medio de aquella fiesta, también había un muchacho de 17 años, con una sonrisa dentona de oreja a oreja, que acababa de proclamarse precozmente campeón del mundo. Sin embargo, entre tantas figuras, ocupaba un segundo plano, y quizás no supiese que estaba destinado a protagonizar una de las carreras más brillantes y, al mismo tiempo, sufridas del deporte rey. Una historia fantástica, por no decir fenomenal.

Hasta el punto de que, cuando anunció que colgaba las botas en 2011, prácticamente con el doble de edad que tenía en aquel eufórico y soleado día californiano, con otra Copa Mundial en su palmarés y la condición de máximo goleador de la historia del torneo, que en Brasil 2014 le arrebataría el alemán Miroslav Klose, Ronaldo Luís Nazário de Lima sabía que había marcado toda una época. Se había convertido de repente en un futbolista clásico.

Al saltar a la fama en un periodo de expansión de la globalización, Ronaldo disfrutó de un privilegio que muchos astros del pasado no habían tenido: casi todas sus acciones antológicas fueron documentadas y divulgadas en tiempo real, y aún hoy son extremadamente accesibles. Aunque, en este caso, la memoria no necesita ayuda para recordar su inolvidable arrancada contra el Compostela en la liga española de 1996, el 11 de octubre, cuando se apoderó de la pelota en el centro del campo, escorado a la izquierda, y se escapó por dos veces de un doble marcaje, hasta alcanzar el área, donde fusiló al portero.

Quizás resulte más difícil encontrar imágenes grabadas del principio de su carrera, en el São Cristóvão, cuando todavía era amateur. Del modesto club carioca se fue a Belo Horizonte, donde debutó como profesional a los 16 años, en las filas del Cruzeiro. En 1994, poco antes de la cita mundialista, fue al PSV Eindhoven, y posteriormente recaló en el Barcelona.

No se perdió en el ojo del huracán, sino que él mismo era un huracán personificado con la camiseta del Barça, con el que firmó aquel magnífico gol contra el Compostela y registró un promedio de casi un tanto por partido, el mismo rendimiento que tuvo en el PSV y en A Raposa. Fue elegido por primera vez Jugador Mundial en 1996, y se ganó el apodo que lo acompañaría hasta el final de su carrera: el Fenómeno, una marca mundial. En 1997, sus relaciones con el club catalán eran agitadas, e hizo las maletas rumbo a Milán, donde se incorporó al Internazionale. Allí volvió a acaparar titulares en la prensa local, y repetiría el premio del año anterior. En la siguiente temporada ganó la Copa de la UEFA, su primer gran título en el fútbol de clubes.

Así llegó, a los 21 años, a la Copa Mundial de Francia 1998, con excelentes perspectivas. Marcó sus cuatro primeros goles en el certamen, de los 15 que acumularía en las tres ediciones en las que saltó al campo. Pero la convulsión sufrida en la víspera de la final le impidió rendir al máximo nivel, y su equipo fue incapaz de imponerse a los inspirados anfitriones, liderados por Zinedine Zidane. Sería el primero de una serie de problemas físicos que obstaculizarían la carrera de Ronaldo en los próximos años: luego vinieron dos graves lesiones de rodilla, la segunda en un partido contra el Lazio en la Copa de Italia, que nos dejó una imagen suya también difícil de olvidar, tirado sobre el césped.
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Ronaldo estuvo 15 meses en el dique seco tras someterse a una delicada operación, y en 2001 empezó a retomar el contacto con el fútbol. En 2002 hizo gala de su capacidad de recuperación y entrega —dos características suyas que también pueden ser calificadas como fenomenales— al regresar a una Copa Mundial, con motivo de la prueba de Corea/Japón 2002, dispuesto a conseguir lo que se le había escapado cuatro años atrás. Junto a su tocayo Ronaldinho y Rivaldo, formó un gran ataque, que cosechó siete victorias en otros tantos encuentros rumbo al título. Sus actuaciones decisivas, con ocho goles, le valieron el premio al Jugador Mundial de la FIFA por tercera vez.

A continuación llegó al Real Madrid, con sólo 26 años, una edad sorprendentemente joven en vista de todo lo vivido las temporadas anteriores y de sus grandes logros. Defendió durante cinco temporadas los colores del acérrimo rival del Barcelona, y formó parte de aquel célebre plantel “galáctico” con Zidane, Raúl, Luís Figo y muchas otras estrellas. En 2006 disputó su último Mundial, en la que tropezó nuevamente con la Francia de Zizou, esta vez en cuartos de final.

Después de un paso rápido por el Milan, que concluyó con otra grave lesión, volvió al fútbol brasileño. Trabajó intensamente para recuperarse de una nueva operación de rodilla, bajo la atenta mirada de los grandes de Europa. Pero, en una inesperada negociación relámpago, acabó fichando por el Corinthians. Allí ofreció un último destello de su enorme calidad: la afición lo adoptó como uno más, y añadió algunos golazos y trofeos a su historial.

En la temporada siguiente, el físico ya no le permitía repetir esas actuaciones. Aquejado de dolores crónicos, en febrero de 2011 anunció que ya no podía más. Todo fenómeno tiene un límite: “He perdido el partido contra mi cuerpo”. Aun así, hablar de límites para Ronaldo siempre fue una temeridad. “Ha sido una carrera linda, victoriosa, emocionante. He tenido muchas derrotas e infinitas victorias”.

El Fenómeno, el Mejor.

Edición anteriores de los TOP TEN históricos:
Arqueros
Laterales derechos
Centrales
Laterales izquierdos
Mediocampistas defensivos
Mediocampistas oefensivos
Enganches
Mediopuntas
Wines
Segundos delanteros


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