Los wines, extremos, wings; como quieran llamarles, esa hermosa raza de futbolistas entrados en desuso, tienen su capítulo en el día de hoy.


Antepenúltimo capítulo de esta serie. Más tarde en esta semana tendremos a los segundos delanteros, esa raza de delanteros que entran y salen del área sin ser referencia como lo son los centrodelanteros. Nos vamos a encontrar con nombres grossos grossos ahí, como Pelé, Messi, Di Stefano, MAK, Raúl… Pero no decimos más para no arruinar las sorpresas, solo aclarar algunos nombres obvios.

Los wines, como decimos históricamente en el Río de la Plata, son jugadores que pegados a la línea de cal, no se cansaban de gambetear y gambetear, para sacar centros que eran estiletazos al alma de cualquier defensa. Sin embargo, a pesar de que los nombres que vamos a repasar son de inmensa categoría, esta posición ha dejado de ser la que era en antaño, e intentaremos explicar en el párrafo siguiente el porqué.

El proceso se inició cuando los atacantes de banda dejaron de jugar abiertos, buscar línea de fondo y sacar el centro al área. Canjearon esas funciones por iniciar un slalom diagonal hacia el área y terminar la acción bien con un disparo, bien con un pase interior. La evolución que ello desencadenó en estos futbolistas hizo que, paulatinamente, aprendiesen a recibir entre líneas, abandonando la costumbre de esperar pegados a la cal a que les llegase la pelota. Pero como abrir la cancha siempre fue y será una obligación táctica para cualquier equipo que desee tener un ataque equilibrado, puesto que es indispensable para dividir al rival y crear espacios por dentro, esa tarea recayó en otras posiciones. Casi siempre, en los laterales.

Sin más preámbulos, pasamos a recordar los mejores wines de la historia.

Mención de Honor: Juan Joya

A los 19 años este joven irrumpió en la Primera de Alianza Lima, donde se destacó por su velocidad y capacidad goleadora. Con Alianza Lima fue campeón peruano en 1954 y 1955, en 1957 se convierte en el máximo goleador de la liga peruana de fútbol al anotar 17 goles en 18 partidos. De ahí tuvo un breve paso por River, donde no pudo explotar y cambió de orilla del río para jugar en Peñarol, que por aquella época era uno de los mejores equipos del mundo. A su llegada a Peñarol, comenzó a desenvolverse en la punta izquierda del ataque, posición en la que lo ubicó Roberto Scarone. Pese a que siempre había jugado como delantero centro, Joya se acopló rápidamente a su nueva posición y se hizo dueño de la banda izquierda, donde fue inamovible por ocho temporadas. En el conjunto uruguayo se ganó el apodo del «Dueño de la Olímpica», porque desplegaba su mejor juego frente a aquella tribuna del Centenario, se comenta que la razón: era porque en ese lado del campo no se escuchaban las indicaciones de Roque Gastón Máspoli.

Formó una letal ala izquierda junto a otro mito de Peñarol y futuro miembro de estas listas, el ecuatoriano Alberto Spencer, juntos marcaron época en el fútbol uruguayo y mundial en un equipo en el que estaban apoyados por Pepe Sacía, Clano Cabrera, Julio César Abbadie, Pedro Virgilio Rocha, el mundialista brasileño Moacyr Claudino Pinto, Pocho Cortés, Lito Silva, Francisco Bertocchi y Ermindo Onega.

Durante su paso por Peñarol conquistó dos Copas Intercontinentales y Libertaores. Fue campeón de la Supercopa de Campeones Intercontinentales en 1969 y conquistó seis Campeonatos Uruguayos en 1961, 1962, 1964, 1965, 1967 y 1968. En 1961 vivió uno de sus mejores momentos como futbolista, Joya ganaba su primera Copa Intercontinental con la casaquilla aurinegra. Peñarol se enfrentó en la final al Benfica a doble partido. El choque disputado en Lisboa culminó con el marcador 1-0 a favor de los locales y el encuentro de revancha jugado en el mítico «Centenario» culminó con una contundente victoria 5-0 de Peñarol. Joya le hizo dos golazos al mítico portero de Benfica, Costa Pereira. El primero llegó con definición tras pase de su compañero Ernesto Ledesma a los 17′ de juego, y el segundo a través de un cabezazo luego de un servicio de Spencer.

Tras su paso por Peñarol entró al Juan Aurich de Chiclayo (1970) donde también hizo de entrenador. A partir de aquí comienza una ida y venida por distintos equipos de menor nivel jugando en el Sud América (1971), el Cinco Esquinas de Pando (1972), el Defensor de Paso de los Toros (1973), el Atlante de Chicago (1974) y el Deportivo Tagner de Chicago, donde colgó los botines en 1974 a los 40 años.

Puesto 10: Jimmy Johnstone

El mejor jugador de la historia del Celtic y probablemente el símbolo más claro de lo que es un wing clásico británico. James Johnstone es parte de la historia más grande del deporte escocés y fue la gran figura para que un equipo de las islas británicas se llevara por primera vez una Champions. Para tomar una dimensión de lo que es este hombre basta con pegarse un viajecito a Glasgow, llegar a la cancha de Celtic y ver su estatua en la entrada.

Su carrera arranca en el 61 y por catorce años estuvo en el Celtic, para después dedicarse a baldosear tupido por Estados Unidos, las categorías de ascenso inglesas y equipos semiprofesionales de Escocia. Su estilo de juego sorprendía a propios y extraños, siempre recostado sobre la banda, se hamacaba sobre su cuerpo, para después salir en carrera endemoniada gambeteando hasta sus propios compañeros. Su carrera se vio muy influenciada por la presencia del DT Jock Stein, que lo liberó de funciones defensivas y le otorgó libertad para ser el dueño del equipo.

El día máximo de la carrera de este colorado fue en la final de Lisboa contra el Inter multicampeón de Helenio Herrera. En una Champions brillante del Celtic, sorprendiendo a varios equipos en el camino, llegaban claramente como punto al partido decisivo. En ese encuentro, la sorpresa no fue que terminara ganando el equipo escocés, si no el semejante baile que le pegara al conjunto más dominante de la década en en Europa. El resultado, corto, fue 2-1 para los de Jimmy, que ese día dio las dos asistencias para los goles de su equipo.

«Siempre me ayudó mucho la climatología escocesa. Como aquí llueve tanto, y dado que mi centro de gravedad era tan bajo, cuando los grandotes defensas intentaban darme un mordisco, la mayoría de las veces resbalaban mientras yo era capaz de mantenerme en pie e irme a toda velocidad. Con los campos secos habría sido otra cosa»

Con aquella inesperada victoria ante los interistas, Johnstone, que aquel año recibió el Balón de Bronce, por detrás del inglés Bobby Charlton y el húngaro Albert, y sus compañeros convirtieron al Celtic en el primer equipo británico que levantaba una Copa de Europa, antes incluso que sus vecinos ingleses del Sur. Jimmy, junto a Lennon, Murdoch, McNeill, Clark y otros cuantos, hicieron del Celtic un equipo deslumbrante, capaz de encadenar nueve Ligas, cinco Copas, dos Copas de la Liga y una Copa de Europa entre 1965 y 1974.

Justo en el 74 jugó su único Mundial, ya entrado en años y con miles de patadas recibidas. Siempre dijo que nadie nunca le pegó como el Panadero Díaz, que lo sufrió en dos ocasiones que tuvo que recibir puntos. Una vez en el Monumental, en la vuelta de la Copa Intercontinental del 67, y otra en la semi de la Champions del 74, cuando el ex-ayudante del Coco Basile lo atendió en la cancha del Atlético de Madrid.

Johnstone, antes de morir por una enfermedad neurodegenerativa en 2001, añoraba aquel fútbol escocés tan reputado en toda Europa y que ahora se marea en cuanto cruza la frontera. Tiene clara su receta: «Hemos perdido el prestigio y creo que el Celtic y el Glasgow Rangers deberían afiliarse a la Premier League inglesa porque en el torneo escocés les perjudica la falta de competencia».

Para más datos, hay un hermoso documental de este hombre, que se llama «Jimmy Johnstone, The Lord Wing» y se puede encontrar en Torrents.

Puesto 9: Félix Loustau

Fue un actor principal de la Máquina, hizo estragos en todas las defensas que se le pusieron al frente por casi dos décadas y es uno de los símbolos más grandes de la historia de River, Félix Loustau fue un adelantado a su época. Era goleador porque las cifras lo certifican. Era generoso porque por la banda izquierda colaboraba en defensa y brillaba en ataque, cediéndoles varias veces el gol a sus compañeros. Era rápido porque los defensores lo corrían siempre desde atrás. Era hábil y gambeteador porque costaba sacarle la pelota. Era ganador porque marea contar los títulos que consiguió.

Extremo izquierdo o derecho, entusiasmaba a los espectadores cada vez que tocaba la pelota. Según unos era Chaplin, por su forma de andar, correr y enfrentar los defensas, que hasta se reían de ellos mismos, cuando una gambeta chapliniana, les había sentado en la grama. Según otros era «el Ventilador», dice Eduardo Galeano en su libro El fútbol a sol y sombra, porque «daba aire a todo el resto del cuadro, haciéndose perseguir por los rivales».

“Al llegar a River, Cesarini, el técnico, me dijo que no tenía el físico ideal para ser zaguero, pero sí para forward. Me aconsejó que aceptara esa posición porque, según él, podía destacarme”

Era una pieza indispensable de todas las grandes delanteras de River, ya sean la más famosa Máquina, la Maquinita o los menos efectivos pero igualmente recordados Caballeros de la Angustia. También brilló en la selección, donde ganó tres sudamericanos y es el único jugador argentino que haya jugado tres o más competencias internacionales con la selección y se haya retirado invicto.

Estos repetidos enganches y amagues hasta saciedad eran una especialidad de Félix Loustau en la punta izquierda. Este placer casi molesto para el público impaciente y hambriento de gol no impidió que Loustau brindara a la afición del River ocho títulos y más de 100 goles en 365 partidos, una media impresionante para un extremo. Tras jugar quince años en River, donde dejó un gratísimo recuerdo entre sus hinchas, en 1958 pasó a Estudiantes de La Plata, donde disputó apenas nueve partidos y no marcó ningún gol. Luego llevó su fútbol a diversos clubes de ligas del interior de la provincia de Buenos Aires, para posteriormente incorporarse a la Escuela de Técnicos de la AFA.

Puesto 8: Zoltan Czibor

Zoltan Czibor, fue el legendario extremo de aquella histórica selección de Hungría conocida como Los Magiares Mágicos y miembro de una de las delanteras más recordadas del Barcelona, fue uno de los mejores wines izquierdo de la historia del deporte, y uno de los deportistas húngaros más reconocidos de todos los tiempos, gracias a su gigante carisma y enorme talento.

Nacido el 23 de agosto de 1929 en Kaposvar e hijo de un jefe de tren, se inició en el atletismo, aunque a los 13 años ya jugaba en un equipo de la Segunda División. Pasó posteriormente por el Ferencvaros, el Csepel y en aquel recordado Honved, donde se reunió con futbolistas como Puskas, Budai y Kocsis. Cuando los tanques rusos entran en Budapest, asesinando en una semana a 10000 personas, y la población civil se defiende a pedradas o vertiendo agua con jabón desde los balcones de sus casas para que resbalen sus máquinas de guerra, Czibor se encuentra con sus compañeros del Honved en Austria para jugar contra el Athletic. Por supuesto ninguno de ellos vuelve de inmediato a su país y la mayoría de ellos tardará décadas en volver a visitarlo.

Después, el Honved contrata a contrabandistas para que saquen a sus familias de Hungría. Estos salen con lo puesto y expuestos a ser acribillados si los descubren. A los bebés del grupo les dan a beber bebidas alcohólicas a fin de que se duerman y no lloren, de forma que no puedan ser descubiertos. Zoltan Czibor, junto a Puskas, espera a su familia en Austria mientras Kocsis se encuentra en Suiza y Kubala en España. Las familias de los jugadores llegan hasta Austria y finalmente a Roma. Czibor, después de un breve paso por la AS Roma, pasa un año sin jugar al ser declarado en rebeldía.

Un buen día en Roma llaman a su puerta y aparecen Samitier y Kubala, dispuestos a llevárselo al Barcelona. Cuando Czibor y su familia llegan a la capital catalana, solo hablan húngaro e italiano. Franco utilizará a los jugadores húngaros como propaganda del franquismo y les otorgará la nacionalidad inmediatamente, en virtud de aquello que se dio en llamar la carta de naturaleza.

Ganó dos ligas (1959 y 1960), una Copa (1959) y la Copa de Ferias (1959 y 1960), y formó parte de aquel equipo azulgrana que en 1961 perdió la final de la Copa de Europa frente al Benfica en el Walkford Stadium, de Berna, justamente el mismo estadio en el que su Hungría cayó ante Alemania en la final del Mundial 54. Conocido en Barcelona como El pájaro loco, no sólo por su aspecto sino por su fútbol malabarista, jugó 44 veces con la selección y logró la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Helsinki de 1952.

Grosics, Buzansky, Lorant, Lantos, Bozsik, Zalcarias, Budai, Kocsis, Hidagkuti, Puskas Czibor. Una de las selecciones más grossas en no ganar un Mundial, junto a la Holanda del 74 y el Brasil del 82. Recordemos que en ese Mundial, se enfrentaron dos veces con la Alemania de Fritz Walter, que usó la táctica de recontra cagarlos a patadas (?) en el primer match y cuando llegaron a la final estaban bastante machucados.

Tras dejar el Barça, en 1961, después de perder contra el Benfica de Guntmann y Eusebio, se quedó en Barceloona para jugar en el Espanyol, y luego recaló en el fútbol austriaco, suizo y en el Toronto de Canadá. A principios de los años noventa regresó a Hungría, donde vivió retirado. La Federación Nacional de Fútbol de Hungría, la Oficina Nacional de Deportes, y el Comité Olímpico Húngaro se hicieron cargo del funeral que llevó más de 50.000 en el Estadio Nacional de Budapest.

Puesto 7: Oreste Corbatta

El símbolo máximo de lo que es un loco lindo jugando a la pelota, representando el espíritu libre de los futbolistas de antaño en nuestras tierras. Llegó a Racing en 1955, proveniente de Juverlandia de Chascomús y debutó en La Academia el sábado 30 de abril de 1955 contra Gimnasia y Esgrima La Plata, de visitante; mientras que hizo su primer gol ante Ferro en mayo de ese mismo año. Jugó en Racing en 195 ocasiones de 1955 a 1962 y marcó 79 goles. Salió campeón en 1958, marcando 10 goles y nuevamente en 1961, con 9 anotaciones. En esos años, tuvo entre sus principales socios futbolísticos a José Pizzuti, a Pedro Manfredini, al “Marqués” Sosa y a la “Bruja” Belén.

Es el máximo ídolo de la historia de Racing y uno de los jugadores más queridos de todos los tiempos en el fútbol argentino. Un crack romántico, un wing que definió a todos los demás wines, un hombre que no sólo marcó una época: creó una manera de entender el juego. Corbatta tenía habilidad, precisión, gambeta, picardía y personalidad. Cuando tomaba contacto con la pelota, sólo se desprendía de ella cuando él lo decidía. Era imposible marcarlo sin pegarle. Se ganó el apodo de Loco no por sus conductas fuera de la cancha, sino por su forma de jugar. Hacía siempre lo contrario a lo que la lógica indicaba y en cada una de sus actuaciones dejaba algo para el recuerdo.

Su éxito con Racing lo catapultó a la Selección Nacional donde jugó de 1956 a 1962, marcando 18 goles en sus 43 presentaciones, un promedio excelente para un wing. Integró el equipo que participó y se fue humillando en el Mundial de Suecia en 1958 y fue campeón de la Copa América en 1957 y 1959. En la primera, compartió la históricamente famosa delantera de “Los Carasucias” junto a Maschio, Angelillo, Sivori y Cruz.

También jugo en Boca (donde ganó otros dos títulos nacionales), en Independiente Medellín y en San Telmo, antes de retirarse en Tiro Federal de Río Negro. Las anécdotas se imaginarán que son inagotables. Su primera esposa fue “una chica de la calle” que le presentaron sus compañeros y de la que él se enamoró perdidamente. Luego tuvo tres matrimonios más. “Con la primera me fue muy mal; con la segunda me fue mal; con la tercera mal y con la cuarta, mal. Las cuatro me sonaron, pero las quiero lo mismo”, afirmó alguna vez.

Desgraciadamente, problemas con el alcohol consumieron su vida, que se apagó un 6 de diciembre de 1991, cuando tenía apenas 55 años. Un par de años después de su muerte, los dirigentes de Racing hicieron un pedido oficial ante las autoridades de la Municipalidad de Avellaneda para que se cambiara el nombre del pasaje Cuyo, lindante a la cancha, por el de Oreste Corbatta. El pedido fue aceptado y hoy en día los hinchas de La Academia lo recuerdan cada vez que van al Cilindro.

Puesto 6: Ryan Giggs

Después de 23 años de carrera en el Manchester United, Ryan Giggs dejó de ponerse la camiseta de los ‘Red Devil’s’ el 6 de Mayo de 2014. El galés es considerado uno de los mejores de la historia del Manchester United tras permanecer en el club desde 1991 hasta 2014, y sin dudas es el mejor jugador de la Premier League en su historia.

En sus 24 temporadas con el conjunto inglés ha cosechado, 13 ligas inglesas, 4 FA Cup, 8 Community Shield, 2 Champions League, 1 Itercontinental, 1 Supercopa de Europa, 1 Mundial de Clubes, tiene el record de ser el jugador con más partidos jugados con un mismo club (910), también ha metido gol en todas las temporadas, excepto en la última, y no recibió ni una sola roja a lo largo de su carrera.

El jugador de Cardiff se trasladó con su familia a Manchester y con sólo 14 años Sir Alex Fergusson ya lo había convencido para que jugara en las categorías inferiores. En 1990 con 17 años firmó definitivamente su primer contrato profesional con el primer equipo. Cuando las hinchadas de otros equipos se enteraron que el padre de Ryan es hijo directo de un inmigrante de Sierra Leona, fue victima de canciones racistas.

La larga estancia de Ryan Giggs en el Manchester United le llevó a compartir vestuario con jugadores de la talla de Schmeichel, Cantona, Scholes, Beckham, los hermanos Neville, además de una nueva generación con Van Nistelrooy, Cristiano Ronaldo, Wayne Rooney, Van Persie, entre otros grandes jugadores; pero la constante era siempre su presencia. Su contribución a la historia del fútbol de las islas hizo que este monstruo reciba la Orden del Imperio Británico, siendo uno de dos jugadores que lo recibieron aun en actividad.

Este gran jugador comenzó jugando de extremo por su velocidad, su último pase y su visión de juego y su versatilidad y experiencia ha hecho que, a pesar de perder facultades físicas con el paso de los años, adaptarse perfectamente a las diferentes posiciones, terminando su carrera de volante central o interior. Su único debe es jamás haber podido jugar un Mundial, pero a pesar de eso, de joven rechazó cuatro veces las invitaciones a jugar por la selección de Inglaterra.

El jugador de Gales terminó su etapa de futbolista el 6 de Mayo como entrenador-jugador cambiándose en el minuto 70 de partido para despedirse de la hinchada y sus compañeros, y metió un pase de 35 metros para sellar un triunfo más en una carrera genial. Ahora es asistente de Louis Van Gaal, y a cualquiera se le hace imposible relacionarlo con otro club.

Puesto 5: Stanley Matthews

Corría el 2 de mayo de 1953. 100.000 personas abarrotaban el Estadio de Wembley para presenciar la final de la Copa de Inglaterra entre el Blackpool y el Bolton Wanderers, y millones de telespectadores estaban viendo el encuentro por primera vez en televisión. Con la coronación de la joven reina Isabel II programada para el mes siguiente, en el Reino Unido se había producido una enorme demanda de televisores nuevos, para que la gente pudiese ver el histórico acontecimiento.

Tras recibir su medalla de vencedor de manos de la Reina, Matthews se permitió un guiño a la cámara de televisión antes de que sus compañeros lo alzasen a hombros sosteniendo la Copa. El equipo regresó a Blackpool para ser objeto de un eufórico recibimiento. En el tren de vuelta, nutridas muchedumbres lo vitoreaban en cada estación. De hecho, tuvo que encerrarse en el servicio del tren para escapar de los admiradores… Y pese a que Mortensen, su compañero de equipo, había marcado un hat trick, el encuentro pasó a conocerse como “la final de Matthews”.

Historias como esas hay varias, pero siempre son lindas recordarlas.

El extremo inglés, no obstante, dio mucho más de sí futbolísticamente que un solo partido. Esa final, simplemente, confirmó su caché como uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos, que fue el paradigma del juego limpio. En una carrera que abarcó tres décadas, Matthews nunca fue amonestado ni expulsado, pese a que muchos defensores trataban de intimidarlo con provocaciones sumamente físicas.

Matthews es el único jugador al que se ha otorgado el título de Sir cuando todavía estaba en activo, además de ser el primer ganador tanto del Balón de Oro como del premio al mejor futbolista del año en Inglaterra para la Asociación de Periodistas de Fútbol. Franz Beckenbauer afirmó que la velocidad y la técnica que poseía hacían que “casi nadie en el fútbol pudiese pararlo”, mientras que John Charles, leyenda del Juventus y de la selección de Gales, lo describió como “el mejor centrador que jamás he visto”.

Jugó un total de 19 años en el Stoke City, primero de 1932 a 1947, y luego de 1961 a 1965; ayudando a los Potters a quedar campeones de segunda división en las campañas 1932/33 y 1962/63. Entre medias de sus dos etapas en el Stoke, pasó 14 años en el Blackpool.

Matthews jugó su último encuentro liguero con los Potters contra el Fulham el 6 de febrero de 1965, cinco días después de cumplir los 50. Entre 1937 y 1957, fue 54 veces internacional con Inglaterra, disputando los Mundiales de 1950 y 1954, y conquistando 9 campeonatos del Reino Unido (el extinto British Home Championship). Tenía 42 años cuando representó a su país por última vez; y sigue siendo el jugador de más edad que ha vestido la camiseta de los Tres Leones.

Apodado “el mago de la gambeta”, Matthews seguía un riguroso régimen de dieta y ejercicio físico: ni fumaba ni bebía alcohol, era casi vegetariano, tomaba jugo de zanahoria todos los días y ayunaba los lunes. Mientras jugaba en el Blackpool, corría cada día a las 7:00 de la mañana por toda la orilla de la playa llevando un calzado que contenía plomo. De ese modo, a la hora de jugar al fútbol, sentía sus pies más ligeros, dándole la impresión de que podía correr más rápido. Igual que los dos primeros de este ranking(?).

Su partido de homenaje, en 1965, atrajo a una verdadera pléyade de estrellas internacionales. Bobby Charlton formaba parte del Stan’s XI (“el once de Stan”), mientras que Lev Yashin, Raymond Kopa, Alfredo Di Stéfano, Ferenc Puskas y Eusebio jugaron con el combinado internacional. Pero Matthews todavía no había acabado su idilio con el fútbol. Entre 1953 y 1978, sacrificó cada verano para entrenar a niños de África. En Soweto, en 1975, ignoró las leyes del apartheid para fundar un equipo de escolares llamado Stan’s Men (“los hombres de Stan”). Los pibitos le dijeron que su sueño era jugar en Brasil, por lo que organizó un viaje en el que conocieron a Zico.

Su último partido de fútbol lo jugó en 1985 en Brasil, a los 70 años, alineándose con un once de veteranos de Inglaterra frente a otro once de veteranos de Brasil. Los ingleses perdieron 6-1 ante figuras de la talla de Amarildo, Tostão o Jairzinho. Durante el partido, Matthews se dañó el cartílago de la rodilla y puso: “una prometedora carrera interrumpida trágicamente”, en su biografía. Un genio.

El Mago de la gambeta falleció el 23 de febrero de 2000, y sus cenizas están enterradas bajo el círculo central del campo del Stoke City, el Britannia Stadium, que él mismo había inaugurado dos años y medio antes. Gordon Banks, ganador de la Copa Mundial de la FIFA 1966, comentó muy acertadamente: “No creo que nadie desde entonces tenga un nombre que sea tan sinónimo de fútbol en Inglaterra”. Sin embargo, tal vez fue Pelé quien describió de forma más apropiada la contribución del genial extremo al deporte rey, con estas palabras: “Fue el hombre que nos enseñó la manera en que debía jugarse al fútbol”.

Más de 100.000 personas salieron a las calles con motivo de su funeral. Fue casi un acontecimiento de estado, muy solemne, con cartas de condolencia por parte de la Reina y del Primer Ministro Tony Blair. Semejantes homenajes lo habrían hecho sentir orgulloso y a la vez incómodo: “El fútbol se ha portado bien conmigo”, escribió, añadiendo que lo único que necesitaba en la vida era “una pelota al que dar patadas y una taza de té de vez en cuando”.

Puesto 4: Raimundo Orsi

Raimundo Orsi nació el 2 de diciembre de 1901 en Avellaneda, y 19 años después, siendo un niño prodigio de este juego, debutó en Independiente de esa misma ciudad. Rodeado de compañeros muy talentosos y ya más experimentados, fue la pieza clave para obtener dos campeonatos de Primera División, en 1922 y 1926, y tres ediciones de la Copa Competencia (1924, 1925 y 1926).

Después de ser una de las figuras más destacasdas de los Juegos Olímpicos del 28, fue uno de los primeros jugadores que iniciaría el éxodo de grandes futbolistas a Europa, convirtiendo a la Argentina en el país que más y mejores futbolistas dio a clubes de todo el mundo en esas primeras décadas de Siglo. Así fue como sería contratado posteriormente por la Juventus, de Italia, club con el que obtendría cinco Ligas italianas consecutivas.

Su relación con la Nazionale comenzó tras la Copa del Mundo de Uruguay, cuando Benito Mussolini se encargó de que el futbolista argentino pudiera representar al país europeo. Raimundo «Mumo» Orsi, Luis Monti, Atilio Demaría y Enrique Guaita fueron los futbolistas nacidos en Sudamérica que jugaron el campeonato del mundo 1934 para Italia. Monti, de hecho, había jugado con la Albiceleste la final del Mundial anterior.

El wing de Juventus fue el mejor futbolista del campeón por lo realizado en la final frente a Checoslovaquia, pero también por el gran nivel mostrado a lo largo de todo el certamen. Junto a Giuseppe Meazza formó una dupla extraordinaria. Ambos brillaron por su velocidad, su actitud y su buen juego.

El ex futbolista de Independiente fue el héroe de la Selección italiana en la gran final. El checoslovaco Antonin Puc había marcado el primer gol a los 26 minutos de juego. Todo el estadio del Partido Nazionale Fascista quedó mudo cuando el combinado local pasó a estar abajo en el marcador. Entonces, diez minutos más tarde apareció el corazón de Orsi para marcar el empate. En el suplementario Italia convirtió el segundo y se consagró. Además de esa anotación clave en la partido definitorio, Orsi convirtió otros dos tantos en el Mundial. Ambos fueron en el debut de su equipo, frente a Estados Unidos. Ese día, el wing izquierdo marcó el segundo y el sexto de la goleada 7-1. Es considerado como el mejor jugador de ese Mundial.

Después de su destacado paso por el fútbol europeo, retornó a la Argentina en 1935 y se reincorporó a Independiente. En 1936 se unió a Boca Juniors, en 1937 a Platense y en 1938 a Almagro, ya veterano y sin la explosión de antes. Posteriormente jugó en Peñarol, de Uruguay, y en otros equipos extranjeros, donde ya no brilló como en sus mejores épocas. Una de los talentos máximos nacidos en este país, quizás un tanto olvidado por ser, básicamente, un traidor(?).

Puesto 3: Jairzinho

La Copa del Mundo significa tanto en el mundo del fútbol que una sola participación en el torneo puede acabar determinando toda la percepción que se tiene de la carrera de un jugador, para bien o para mal. O, en el caso de Jair Ventura Filho, simplemente para algo diferente.

Si preguntamos por todo el mundo quién fue Jairzinho, es muy probable que la respuesta sea más o menos la misma: el “Huracán del Mundial del 70”, el extremo derecho de uno de los mejores equipos de todos los tiempos, el único artillero —a día de hoy— que ha marcado en todos los partidos de una selección campeona del mundo, hasta la final. Y todo eso es cierto, a pesar de ser únicamente una pequeña, aunque importantísima, muestra de lo que representó el brasileño.

“Lo que sucede es que aquella selección de Zagallo de 1970 consiguió algo especial: reunió, en un mismo equipo, a cinco hombres que ejercían prácticamente la misma función en sus clubes. Éramos todos números 10”.

Los cinco futbolistas a los que se refiere Jairzinho son él mismo, del Botafogo; Gérson, del São Paulo; Tostão, del Cruzeiro; Rivellino, del Corinthians; y el único que sí vestía el dorsal número 10 en aquella Copa: Pelé.

“El Botafogo, en aquella época, tenía a Roberto Miranda como delantero centro. Pelé, en el Santos, tenía a Coutinho. En el Cruzeiro, estaba Evaldo. Y así sucesivamente. Ninguno de nosotros era un punta puro”, señala. “La posición quedó determinada prácticamente por el dorsal: yo usé el 7 y fui extremo derecho. Rivellino, con el 11, extremo izquierdo. Y, al final, atacábamos todos”.

Todos atacaban, sí, pero nadie desempeñó esa nueva función durante aquel mes tan bien como Jair: empezó firmando dos goles en el debut del equipo, contra Checoslovaquia, y acabó consiguiendo otros cinco, uno en cada partido, también en el triunfo por 4-1 de la final sobre Italia. El número 7 fue el falso extremo derecho que se esperaba, y durante la mayor parte del tiempo actuó principalmente como el delantero centro del que carecía el equipo. “Yo ya sabía que Jair iba a arrasar”, recuerda Zagallo, quien reemplazó a João Saldanha como seleccionador pocos meses antes del certamen. “No solo porque era consciente de sus dotes como goleador, sino porque estaba en una condición física imponente. Estaba imparable. Tenía físico para ser extremo derecho, delantero centro, medio… Todo a la vez”.

En realidad esa incertidumbre en torno a la posición exacta de Jairzinho, tan propiciada por la campaña mundialista de 1970, ya había empezado al principio de su carrera. La familia Ventura se mudó de Duque de Caxias para la calle General Severiano de Río de Janeiro, junto a la sede del Botafogo, en 1958. El muchacho, de 14 años, no tardaría en incorporarse a la cantera del club.

Comandado por Jair, el filial del Botafogo brilló y llamó la atención del técnico del primer equipo —que ya era impresionante—, Zolo Rabelo. El chico entró por primera vez en un entrenamiento, como sustituto del veterano delantero Quarentinha, es decir, formando en ataque al lado de Didi, Garrincha, Zagallo y Amarildo. Jairzinho no era punta, pero tampoco le gustaba dejar escapar oportunidades: marcó dos goles en aquella práctica, y fue incorporándose progresivamente al plantel.

Su ascenso definitivo al cuadro profesional coincidió con el declive de Garrincha y su salida del conjunto albinegro, en 1965. Jair heredó la número 7 y la posición de extremo derecho, y respondió tan bien ante la presión de tener que sustituir a un ídolo suyo que en poco tiempo fue convocado por la Seleção. Cuando se convirtió en titular indiscutible y en estrella, se le ubicó definitivamente en el puesto de mediapunta, donde su potencia física y su capacidad para arrancar con la pelota dominada marcarían diferencias más que en ningún otro sitio del campo.

“Sí, cuando partía controlando el balón no era fácil pararme, no”, dice sonriendo, sin falsa modestia. “Para eso, entonces, necesitaba espacio. Incluso en México en 1970, al jugar en punta: en la mayoría de las acciones, corría mucho por la cancha, muchas veces en diagonal. Siempre fue así, aprovechando los espacios”. Lo que demuestra que el apodo de “Huracán” resultó muy apropiado. Y, aunque no todos lo sepan, Jair fue siempre un huracán, durante años. No solo en aquel torneo. Mediopunta, enganche o wing, siempre la rompió. Lo ponemos en este ranking y no en cualquier otro, por lo que significó en México 70, pero su talento es inclasificable.

Puesto 2: George Best

“Si yo hubiese nacido feo, nunca habrían oído hablar de Pelé”.

De todas las ocurrencias del inolvidable George Best, y tuvo muchas, ésta sería probablemente la más apropiada como epitafio. Puede que fuese un comentario irónico, pero el inimitable futbolista norirlandés sabía lo bueno que era y, cuando estaba al cien por cien, pocos se le podían comparar. Con su técnica, su velocidad, su juego equilibrado y su férrea determinación, ver jugar a la gran leyenda del Manchester United era todo un espectáculo y un placer para la vista; y aquellos que le contemplaron en todo su esplendor se mantienen firmes en su opinión de que no tenía igual. Dicen que incluso el propio Pelé describió a este chico de Belfast como el mejor jugador que había visto.

Con todo, al imaginar el anonimato en el que podría haber sumido a O Rei, Best también reconoció –fuese adrede o no– los inevitables “¿y qué habría pasado si…?” que acompañan a cualquier reflexión sobre su turbulenta carrera. Y es que, ¿acaso podría ser de otra forma cuando un jugador con un talento tan extraordinario y exquisito se marchó de Old Trafford, y del fútbol, con sólo 27 años? ¿Y qué decir del hecho de que Best se hizo tan famoso por sus excesos fuera del campo como por sus deslumbrantes actuaciones sobre el césped?

Así lo expresaba el propio ex jugador unos años más tarde: “Nací con un gran talento y, a veces, ese talento viene acompañado de una vena destructiva. Exactamente igual que quería pasar por encima de quien se me pusiera por delante cuando jugaba, tenía que pasar por encima de quien se me pusiera delante cuando salía a divertirme por ahí”. En cualquier caso, conviene recordar que, mucho antes de que se convirtiera en el primer futbolista en ocupar las portadas de las revistas (lo que le valió el apodo de “el quinto Beatle”), el primer amor de Best fue el fútbol.

De hecho, cuando era joven, practicaba este deporte con una diligencia y una dedicación casi enfermizas, hasta el punto de jugar los partidos con una zapatilla deportiva en su pie derecho y un botín en el izquierdo, para mejorar y perfeccionar su destreza con este último. Efectivamente, la práctica fue haciendo al maestro y, cuando Bob Bishop, veterano ojeador del Manchester United, vislumbró al flaquito en Belfast, en un partido entre clubes infantiles, se quedó paralizado. El posterior telegrama de Bishop al entrenador de los Diablos Rojos, Matt Busby, era simple y conciso: “Te he encontrado un genio”.

Un mensaje que, seguramente, leyeron con cierto escepticismo en Old Trafford. Sin embargo, todas las dudas se disiparon cuando el quinceañero Best llegó en 1961 para realizar una prueba de dos semanas. Estando particularmente porfiado, el muchacho sólo duró dos días, antes de insistir en regresar a Belfast. Busby, no obstante, ya había visto suficiente, y se planteó como algo personal el tentar al chico para que volviese de manera permanente. Al cabo de dos años, y sólo cuatro meses después de cumplir los 17, Best hizo su debut con el primer equipo del Manchester contra el West Bromwich Albion, ofreciendo un rendimiento que provocó los elogios del Manchester Evening News por su “talento innato” y su “estilo”.

Esas palabras iban a estar indisolublemente unidas a Best durante los años siguientes, en los que, junto con Bobby Charlton y Denis Law, conformó un tridente ofensivo que permitió a los Red Devils reinar en Inglaterra y, a la larga, en Europa. Law lo describió como “el jugador completo” y, con apenas 21 años, parecía tener ya el mundo a sus pies. En 1968, el Manchester se proclamó campeón de Europa, y Best, tras haber visto puerta en todas las rondas y haber brillado con luz propia en la final, fue premiado con el Balón de Oro.

Desgraciadamente, esa posición distinguida y esa reputación recién adquirida también marcaron el principio del fin para el jugador británico más grande de su generación. Muy pronto, Best se metió en el mundo de los negocios, abriendo clubes nocturnos y tiendas de moda; y no pasó mucho tiempo hasta que un estilo de vida dominado por la bebida, el juego y las mujeres empezó a poner a prueba la paciencia de sus pagadores.

Mientras Charlton y otros compañeros en Old Trafford se mostraban públicamente contrarios a los hábitos extradeportivos de Best, Busby consentía los caprichos de su descarriado pupilo y, durante un tiempo, la genialidad del jugador justificó dicha benevolencia. Pero esa situación no podía durar. Best, frustrado porque el Manchester no lograba encontrar un recambio para las figuras entradas en años del equipo de 1968, regresó a los bares y a las discotecas; y sus ausencias no autorizadas empezaron a hacerse más prolongadas y más difíciles de justificar.

La llegada al banquillo de Tommy Docherty conllevó una situación límite que desembocó en el despido de Best. Hasta el propio Busby (para entonces, con un cargo de directivo) declaró a la prensa: “Lo queremos fuera de nuestra vista. Nuestra paciencia tiene un límite”. Docherty entabló una breve tregua que condujo al regreso del jugador al año siguiente. Sin embargo, rápidamente se produjo otra recaída y, esta vez, el alejamiento entre las fue definitivo. Best, con 27 años, se retiró del fútbol.

Por supuesto, sus botines no permanecieron colgados mucho tiempo, pero la siguiente etapa después del Manchester y el “Teatro de los Sueños” fue Sudáfrica, y un equipo que tenía por nombre el Jewish Guild. La decadencia empezaba y, si bien Best todavía conservaba la capacidad de deslumbrar con sus cualidades (aunque cada vez con menor frecuencia), se convirtió en un nómade del fútbol, recalando en un sinnúmero de clubes de ubicaciones tan diversas como Cork, San José, Brisbane y Bournemouth. Baldosero de Luxe

La gente se moría de ganas por volver a ver la magia de antaño e, incluso, hubo presiones para que se incluyera al genio rebelde, ya con 36 años, en la convocatoria de Irlanda del Norte para la Copa Mundial de la FIFA España 1982. Sin embargo, Billy Bingham se opuso, y Best, que había disputado el último de sus 37 partidos internacionales cinco años antes, quedó para siempre como uno de los mejores futbolistas que nunca ha honrado con su presencia la máxima competición futbolística.

«George era único, quizás el mayor talento que nuestro fútbol ha producido jamás… ¡con diferencia!» Sir Alex Ferguson

Desde entonces, muchos jugadores han sido objeto de comparaciones con el astro, sobre todo en Old Trafford. Por ejemplo, en sus primeros años, Ryan Giggs creció con los Diablos Rojos sin hacer caso de quienes le etiquetaban como “el nuevo George Best”. Alex Ferguson se apresuró a rechazar cualquier parecido: “Él nunca será un Best. Nadie lo será”, afirmó el escocés. En Old Trafford consideran que tenía unos tobillos extraordinariamente flexibles. ¿Recuerdan cómo era capaz de hacer esos giros de 180 grados, esas medias vueltas, simplemente girándose sobre sus tobillos? Además de para causar estragos en los defensas, eso le servía para evitar las lesiones, porque nunca se estaba lo bastante quieto para que los contrarios lo pillaran y le hiciesen daño”, explicó Ferguson.

Por desgracia, Best fue incapaz de dejar de hacerse daño a sí mismo. A pesar de obtener una segunda oportunidad con un transplante de hígado en 2000, George siguió bebiendo y, a los cinco años, esa espiral autodestructiva desembocó inevitablemente en un trágico final. Cuando murió, solo tenía 59 años. Hubo frustración en algunos círculos, y rabia en otros, pero el sentimiento dominante fue de gratitud y de un cariño eterno hacia uno de los auténticos grandes de este deporte.

Para sus seguidores, no hay nadie que pueda comparársele. Una pancarta que ondeaba al viento a lo largo de su recorrido fúnebre, en Belfast, lo decía todo:

“Maradona good; Pele better; George Best” (“Maradona es bueno; Pelé es mejor; George es el mejor”).

Puesto 1: Garrincha

Indescifrable, escurridizo, veloz, mágico. Esos son apenas algunos de los adjetivos calificativos que le cabían al brasileño Garrincha, uno de los mejores y más recordados atacantes que se hayan vestido la camiseta del seleccionado brasileño a lo largo de la historia. Con sus regates y goles, los sudamericanos ganaron los Mundiales de 1958 y 1962.

Si Pelé es considerado como el futbolista técnicamente perfecto por los brasileños, Garrincha será recordado de por vida como la desfachatez hecha jugador. Atrevido, alegre, divertido, este delantero derecho arrancó las sonrisas de miles de aficionados en todas sus actuaciones.

Pero la vida de Manoel Dos Santos, como lo llamaron sus padres, no fue siempre de color de rosa. En su infancia, no sólo enfrentó a las defensas más duras de su humilde barrio. Desde su nacimiento en Río de Janeiro, un 28 de octubre de 1933, este virtuoso atacante debió afrontar problemas para dedicarse a su deporte más amado: el fútbol. Por una jugada del destino, el brasileño nació con una pierna 6 centímetros más corta que la otra, lo que lo obligó a visitar varios médicos que le aconsejaron olvidarse del balón.

El sobrenombre de Garrincha con el que se le conoció obedece a la ocurrencia de uno de sus 12 hermanos, Rosa, quien lo apodó así en referencia a uno de los pájaros más feos que habitan en Mato Grosso. «Era flaco, chueco, cojo y tenía desviada la columna», repiten quienes lo conocieron en su niñez.

Perseverante como pocos, Garrincha lo intentó todo para convertirse en un jugador profesional. Y vaya si lo logró. En 1953, y tras ser descartado en varios equipos por su físico particular, el brasileño finalmente fue aceptado por el Botafogo por recomendación del ENORME Nilton Santos, humillado por ese juvenil de piernas torcidas en un entrenamiento.

Con esa camiseta, el brasileño desplegó todo su repertorio contra las bandas, donde se cansó de eludir rivales con sus imprevisibles carreras. Los hinchas se volvían locos con sus enganches y amagues capaces de enloquecer a cualquier defensa, por lo que lo apodaron «Alegría del pueblo» y «Chaplín del fútbol».

Rápidamente, Garrincha llegó a la selección nacional, con la que debutó el 18 de septiembre de 1955 contra Chile (1-1). En Mundiales, disputó 12 partidos y convirtió 5 goles (50 juegos y 12 goles en total). Apenas cinco años después de su debut en primera división, se consagraría campeón mundial en Suecia 1958, la primera estrella de los actuales pentacampeones. Allí formó una delantera inolvidable junto a Didí, Vavá, Mario Zagallo y Pelé. El equipo que conducía Vincente Feota obtuvo además otros reconocimientos, ya que fue el primer equipo campeón fuera de su continente, además de coronarse en forma invicta.

No obstante, Garrincha tendría su explosión futbolística cuatro años más tarde. En Chile 1962, este flaco y desgarbado delantero fue considerado el mejor jugador del torneo. Brasil, dirigido entonces por Aymore Moreira, sufrió la baja de Pelé por lesión. Allí surgió la magia incalculable de quien se anotó además como uno de los tantos goleadores que tuvo el torneo con 4 conquistas. «¿De qué planeta procede Garrincha?», se preguntaba el diario Mercurio de Chile tras la eliminación de los locales a manos de los brasileños. La obtención del bicampeonato enalteció aún más la imagen del jugador del Botafogo en Brasil, donde muchos lo consideran el mejor jugador de la historia del país.

Su última aparición mundialista se produjo en Inglaterra 1966, donde exhibió los últimos destellos de su juego famoso en todo el planeta. Lamentablemente para él, Brasil fue una sombra del equipo campeón en Chile y quedó eliminado en primera ronda como consecuencia de las derrotas ante Hungría y Portugal. Garrincha jugó los tres encuentros, y anotó un gol en el único triunfo del conjunto de Vincente Feota ante Bulgaria.

El fenómeno Garrincha superó lo estrictamente futbolístico, por lo que se convirtió en actor involuntario de las obras de muchos artistas latinoamericanos.

«Cuando él estaba allí, el campo de juego era un picadero de circo; la pelota, un bicho amaestrado; el partido, una invitación a la fiesta. Garrincha defendía a su mascota, la pelota, y juntos cometían diabluras que mataban de risa a la gente. Él saltaba sobre ella, ella brincaba sobre él, ella se escondía, él se escapaba, ella lo corría. En el camino, los rivales se chocaban entre sí», definía Eduardo Galeano

En cuanto a su carrera deportiva en clubes, su gran amor fue el Botafogo, equipo donde jugó durante 12 años, consiguió 3 campeonatos paulistas, 2 cariocas y convirtió más de 230 goles. En 1966 se marchó al Corinthians antes de pasar por el fútbol de Colombia y Francia, aunque ya no volvería a ser el de antes.

La vida le jugó una mala pasada al imparable «anjo de pernas tortas» (El ángél de las piernas torcidas, tal y como le bautizó un poeta brasileño). El jugador que había superado limitaciones físicas demostrando una increíble destreza deportiva, se perdía en una vida alborotada y plagada de vicios.

Su habilidad para la gambeta en la cancha lo abandonó a la hora de esquivar su reconocida adicción al alcohol y su inquebrantable amor por las noches que le complicaron el camino hacia un final de carrera brillante. En las calles y con cirrosis, Garrincha se despidió de la vida a la temprana edad de 49 años, un 20 de enero de 1983. Su cuerpo fue velado en el mismísimo estadio Maracaná, al que acudieron miles de fanáticos. Su cajón, besado por muchos, llevaba la bandera de Botafogo.

En el cementerio donde Garrincha fue enterrado hay un pequeño homenaje que demuestra todo el amor que sintió Brasil por su dos veces campeón. «Fue un niño encantador. Hablaba con los pájaros».

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