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Todo tiene un final, todo termina… hasta esta saga. Luego de once entregas llega la última, la número 12 (oiaaa, mirá que casualidad, 12 años, 12 entregas (?)). Nosotros elegimos el mejor puesto por puesto, vos elegí el mejor de todos.

ARQUERO: Lev Yashin

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No podía ser otro el mejor. La mezcla entre innovador y arquero perfecto. Una carrera vistiendo siempre los colores del Dynamo de Moscú y la selección soviética. Nacido en Moscú en 1929 y cercano al metro noventa, una altura poco habitual en un futbolista profesional para la época, a la edad de 21 años debutó en la Primera del equipo de la Policía Secreta moscovita, y estuvo tres años para hacerse con la titularidad. Una vez que lo hizo, fueron diecisiete los años donde no hubo discusión con quien era el dueño del año del equipo que peleara en la edad de oro del fútbol soviético.

Su estilo de arquero es fácil de catalogar. Hacía todo bien. Sus reflejos eran impecables, su astucia para interpretar las jugadas era llamativa, dominaba el juego aéreo y tenía un juego de pies envidiables. Adelantado casi siempre, además era un atajador de penales prodigioso: hay más de 150 penales registrados que Yashin atajó. La Araña Negra era, además, un líder de mentalidad férrea, gritaba ordenando a la defensa y no era un excelente compañero y un ejemplar ganador.

El primer gran impacto de la Araña Negra fue en Suecia ’58, el primer Mundial televisado, donde llamó la atención a todo el Mundo. Sus títulos son numerosos. Cuatro campeonatos, tres copas, una Euro y un Juego Olímpico, además de estar siempre en la discusión de los trofeos importantes, tanto con el Dynamo, como con la URSS. Es el único arquero en ganar el Balón de Oro. Lo curioso, es que el año anterior a conseguirlo, más precisamente en el Mundial de Chile, donde jugó lesionado y se comió varios goles, L’Equipe (quien entrega ese premio) lo catalogó como un arquero terminado. Un poquito se las mandó a guardar. Pocas cosas en el fútbol generan consenso. Lev Yashin es una de esas.

LATERAL DERECHO: Carlos Alberto

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¿Cuántos laterales metieron más de 100 goles en su carrera? ¿Cuántos laterales metieron un gol en una final del Mundo? ¿Cuántas personas son ídolos de los TRES equipos más grandes de Río de Janeiro? Encima de ser la respuesta a esas tres preguntas, Carlos Alberto fue el lateral del famoso Santos que dio que hablar en todo el Mundo. El capitán del Brasil del 70 es el dueño del número uno del ranking de hoy.

La carrera de Carlos Alberto es larguísima. Más de 20 años recorriendo las canchas del fútbol brasilero y posterior baldoseo en Estados Unidos. En Brasil jugó en Fluminense cuando apenas tenía 19 años. Cuando pasaba al ataque era una tromba imposible de detener para los defensores rivales. Atrás, era más rápido que la mayoría de los wines rivales, y su tremenda competitividad lo hacía sobreponerse a los duelos más desfavorables. Luego del Flu, pasó al Santos, donde jugó cerca de 500 partidos en ocho años. Volvió al Flu tres años, para luego cometer la traición de irse al Flamengo. Un solo año estuvo ahí, para después irse a robar a Estados Unidos, donde estiró su carrera hasta pasados los 40.

En la selección su historia es más corta de lo que se cree. A pesar de haber jugado 53 partidos, y de haber sido capitán en dos Mundiales, podría haber sido más larga, pero estuvo ausente de la lista del Mundial de Inglaterra para la indignación de todo el pueblo brasilero que lo pedía por unanimidad. Volvió para México 70 y fue él el que levantó la Copa. Como DT fue campeón en los tres equipos cariocas, record que solo Carlos Alberto ostenta.

Esto del fútbol es como un virus que no te deja. El año que viene quiero volver a jugar y ganar cosas. Es más fuerte que yo

El palmarés de Carlos Alberto es complicado de abarcar. Son más de 16 los títulos que ganó en su país, más los 10 que ganó en Estados Unidos, más el Mundial del 70. Sin dudas, hablamos no solo del mejor lateral de la historia, si no de uno de los mejores jugadores de la historia.

DEFENSOR CENTRAL: Franco Baresi

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Nació en Travagliato, una localidad cercada a Milán, en 1960. Su infancia no fue fácil en absoluto. Con trece años, quedó huérfano de madre y, con diecisiete, falleció su padre. Tanto él como su hermano, Giuseppe, quedaron a cargo de su hermana mayor. En ese contexto, el joven Franco comenzó a practicar el fútbol. Desde el Inter de Milán, empezaron a barajar tanto su nombre como el de su hermano.

Así las cosas, los dos jugadores realizaron la prueba de admisión para el club nerazurro. Sin embargo, Franco Baresi fue rechazado para desempeñar el puesto de defensor central a causa de su corta estatura. Giuseppe, por su parte, sí fue aceptado por el club. No obstante, eso no le hizo perder la fe por jugar al fútbol. Fue sólo un bache en el camino en el que, tras dos intentos fallidos, consigue ingresar en los escalafones inferiores de Milanello en 1974 como juvenil.
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Hablar de Franco Baresi no es hablar de un futbolista cualquiera. Capitán y emblema rossonero, Franco cambió el mundo del fútbol situándose cerca del arquero y observando el panorama. Junto a Alessandro Costacurta, Paolo Maldini y Mauro Tassotti formaron la defensa más famosa de la historia de este deporte. nadie nunca tiró el offside como estos cuatro tipos. Y eso que el arquero, Galli, no era nada del otro mundo. Pero era imposible meterles un gol.

Sobre sus espaldas se edificó el mejor equipo de todos los tiempos

Baresi hizo historia en el equipo de su vida. Franco era una hombre fiel a unos colores que defendió como si le fuera la vida en ello. El de Travagliato maduró antes de tiempo, obligado por la ausencia de sus padres, y cumplió su sueño de vestir la camiseta del Milan a los 14 años, cuando conoció Milanello para formar parte de una familia en la que se convirtió en la cabeza visible. Con 18 años se hizo con la titularidad en el Milan, salió campeón y se fue a la Serie B en apenas dos años. Mientras todos huyeron del quilombo que era ese equipo, él se quedó y se transformó en el capitán del equipo. Estando en la B lo llamaron para el Mundial de España, y salió campeón del Mundo jugando en la segunda categoría de su país

«Baresi está dotado de un estilo único. A veces prepotente, arrogante, imperioso. Se lanza sobre la pelota como un poseso, y si no logra sacarla, ¡pobre del que la tiene! Yo creo que tiene la energía de un gladiador. No puede ser que un ser humano común evite tantos goles. Es imposible.» Gianni Brera sobre Baresi

Cuando hablamos de Baresi, hablamos del Milan de Sacchi. Y hablar del Milan de Sacchi es hablar del equipo que pudo dominar el Mundo del fútbol mundial en su época dorada. El Calcio de fines de los 80 y comienzo de los 90, fue el punto cúlmine de este deporte, donde todos y cada uno de los equipos tenía figuras de primer nivel mundial. A saber: Maradona, Zico, Sócrates, Passarella, Gullit, Van Basten, Matthaus, Klinsmann, Careca, Ramón Díaz, Ian Rush, Platini, Altobelli, Serena, Schilacci, Platini, Rumenigge, Bergomi, Zenga, Mancini, Rijkaard, Brehme, Caniggia, Francescoli, Rubén Sosa, Völler. Por solo mencionar a los más destacados de esos tiempos. Como para cobrar la verdadera dimensión de lo que significaba dominar en esa época. El Milan de Sacchi y de Baresi fue el mejor en ese contexto extraordinario de excepción de talento.
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Para meterle un gol al Milan el rival tenía que pasar por encima del cadáver del líbero italiano, guardián de un equipo que marcó un antes y un después en el mundo del fútbol. Con la pelota en su poder, Franco levantaba la cabeza y pensaba el Milan. Él rompía líneas con su conducción o con su preciso pase. Quizás estéticamente no era lo que fueron antes Scirea o Beckenbauer. Pero lo de él no era la estética. Lo de Baresi era la simpleza y la habilidad de saber como siempre resolver todas las jugadas, en ataque y en defensa.

«Todos hablan de los holandeses. Pero el Milan es lo que es, porque está Baresi atrás.» Diego Maradona

El Capitán dejó de vestir una camiseta que lleva tatuada con 37 años, tras 790 partidos, después de que sus condiciones y su inteligencia le permitieran alargar su carrera en los más alto. Con tres Copas de Europa, seis Scudettos y dos Intercontinentales, entre otros títulos, a sus espaldas, Baresi colgó las botines, pero no su camiseta, eterna.

Con la selección italiana disputó tres mundiales (España 82, Italia 90 y Estados Unidos 94), ampliando sus mandos a la azzurra. En Estados Unidos, en la final contra Brasil, el fútbol le quitó un Mundial que le pertenecía. Lesionado en el primer partido, Baresi hizo hasta lo imposible para llegar a la final. Y fue la figura de esa final. Pero Franco falló uno de los penales de la tanda. Baresi suspiró y se levantó. El italiano ya estaba pensando en un futuro que tenía controlado. Cuando se retiró una de las columnas milanistas de San Siro desapareció. El defensor más grande de todos los tiempos dejaba una huella imborrable.

LATERAL IZQUIERDO: Nilton Santos

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“Cuánta majestuosidad en el trato del balón. El chico nunca hizo un feo al balón, hacía arte. Nilton Santos no era un jugador de fútbol, era una exclamación”. Armando Nogueria

El inventor del lateral moderno. No sólo eso, si no bicampeón mundial. Entendía un poquito el juego, al nivel de ser apodado la Enciclopedia del fútbol. Considerado por la gran mayoría de sus contemporáneos como el alma de ese equipo que lograra el doblete 58/62 en Suecia y Chile, Nilton Santos es unos de los grandes responsables de que Brasil sea la nación con más campeonatos mundiales de la historia.

«Tócala y para atrás», me decía el técnico, «tócala y para atrás», me gritaba luego. Pero yo nada. pasé a tress, me sentí dentro del área y pude cruzar el disparo. Era el debut de Brasil en el Mundial de 1958, el primero que acabaríamos ganando, y el público de Uddevalla, Suecia, se preguntaba ¿Qué era aquello? Aquello era el fútbol moderno.

De los laterales de ahora no envidio la fama o el dinero pero sí la libertad. Feola me gritaba en aquella jugada como un desesperado y luego sólo me elogió porque marqué. Si hubiera fallado y nos hubieran marcado al contraataque, me habría ahorcado. Nilton Santos

Santos, que era apodado ‘A Enciclopédia do Futebol’ por su amplio conocimiento del juego, nació en Río de Janeiro en 1925 y poco tardó en ingresar en los juveniles del Botafogo, club de toda su vida. Debutó en 1948 y jugó 729 partidos (récord de la entidad) marcando 11 goles. Alzó varios títulos interestatales y logró un subcampeonato del Brasileirao en 1962. Se hizo un nombre para debutar con Brasil en 1949, siendo suplente ya en el Mundial de 1950 (no jugó ningún partido) antes de completar 75 internacionalidades. Y allí, sobre todo, encontró un amigo para toda la vida, un ídolo para él y para tantos, Mané Garrincha.

«Cuando subió al primer equipo [en 1953], yo ya era un defensa respetado, internacional, pero el primer día, jugando él con los reservas, me hizo un ‘caño’. Pedí que le hicieran titular inmediatamente, no me quería enfrentarme a él», detallaba Santos

Luego del fútbol, participó en un órgano de apoyo a los jugadores, a través del que ayudaría varios ex-estrellas. Y en la ex Legião Brasileira de Assistência-LBA, decidió enseñar el fútbol a los niños, desarrollando proyectos de educación en la periferia de Río. En contrapartida, la Enciclopedia aprendió con los chavales la cruda realidad social del País. Tanto que un niño le revelaría en ton de gratitud: «Profesor, cuando pare a un pariente suyo en la avenida Brasil, un día de lluvia, que cité su nombre para que la gente le libre» – le libre de ser asaltado, claro. Vivió sus últimos años aquejado por el Alzheimer. Antes, eso sí, pudo presentar su biografía ‘Minha bola, Minha vida’ y amenizar numerosos programas de televisión y radio brasileños con sus anécdotas, a solas o con Garrincha. La cara roja de Feola, los dos pasitos con Collar en el suelo… Un lateral genial, un pionero en el fútbol.

Nilton dos Santos nació en Río de Janeiro el 16 de mayo de 1925 y falleció en la misma ciudad el 27 de noviembre de 2013. Una leyenda.

MEDIOCAMPISTA DEFENSIVO: Obdulio Varela

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Obdulio Jacinto Muiños Varela nació mulato, pobre y asmático en la Curva de Industrias (Montevideo) el 20 de septiembre de 1917. Sus padres se separaron y él, como sus hermanos, tuvo que buscarse la vida. Fue limpiabotas y vendedor a domicilio. Empezó a jugar al fútbol, aunque no era muy bueno: ni muy rápido ni muy técnico. Pronto se vio que lo suyo era otra cosa. Lo suyo era el carácter. Los compañeros le obedecían y los rivales le respetaban. Cuando llegó al Wanderers de Montevideo, en 1937, ya era el Negro Jefe, el medio centro, o centrojás (por centre-half), más prestigioso del país.

Nunca perdía los nervios y sabía lo que vale un gesto. Cuando ya estaba en Peñarol, durante un partido contra Nacional, su compañero Montaño recibió una patada salvaje y el árbitro pitó una simple falta. El Negro Jefe cogió el balón y se acercó al árbitro: «Señor juez», dijo, «si alguno de mis futbolistas llega a dar una patada como la que aquel señor acaba de dar, le ruego que lo expulse, porque en mi equipo un jugador que pega así no merece seguir en la cancha».

«¡Uuuuuhhhh! ¡Maracaná! ¿Usted sabe lo que es un mundial? Usted debe ser como esos angelitos que se creen que un mundial es una fiesta deportiva. ¡Son mentiras! ¡Es una guerra deportiva! Ahí hay que hacer lo que venga. Si usted puede jugar con un cuchillo en la cintura, agarre viaje. No se respeta nada. Si puede darle una patada en la cabeza a un contrario, no ande con miramientos, porque si no lo garronean y se la dan a usted. Sería lindo que eso cambiara un poco. Pero es difícil. Todos quieren ganar y para ganar hay que hacer cualquier cosa. Es bravo. Muy bravo. Por eso ganamos nosotros. Porque en la final no nos achicamos. Para Uruguay, Maracaná fue como comprar una tira de lotería y sacar la grande. No le habíamos ganado a nadie y dimos el batacazo. Brasil había organizado todo para ellos. Tenían un equipo bárbaro. Le caminaron por arriba a todo el mundo, pero al final, primero nosotros.» Obdulio Varela

Peñarol fue uno de los primeros equipos en lucir publicidad en la camiseta. La llevaban todos, menos el Negro Jefe, que se negó. En 1945, tras una victoria de Peñarol sobre River Plate, los directivos decidieron premiar a todos los jugadores con 250 pesos, y con 500 al Negro Jefe. Que no estuvo de acuerdo: «Yo jugué como todos; si ustedes creen que merecí 500 pesos, son 500 para todos; si ellos merecieron 250, yo también». Y fueron 500 para todos. Los directivos le odiaban. El sentimiento era recíproco.

Y llegó el Maracanazo: la final del Mundial de 1950, Brasil-Uruguay, en el nuevo estadio de Maracaná, con 198.000 entradas vendidas. El torneo se disputó como liguilla, sin eliminatorias, y a Brasil, la mejor selección del momento, le bastaba un empate para alzar el trofeo. A Uruguay se le reservaba el papel de víctima noble, y los propios dirigentes uruguayos asumían ese destino. La arenga en el vestuario fue deprimente: «Con llegar a la final ya han cumplido, traten de no comerse seis goles y jueguen con guante blanco». Mientras recorrían el pasillo entre el vestuario y la cancha, con casi 200.000 voces brasileñas atronando el estadio, el Negro Jefe hizo un discurso distinto: «No piensen en toda esa gente, no miren para arriba, el partido se juega abajo, y si ganamos no va a pasar nada, nunca pasa nada».

Brasil marcó, en el minuto 2 de la segunda parte. Entonces el Negro Jefe tomó el balón bajo el brazo y se dirigió al árbitro inglés para reclamar, con todo respeto, un fuera de juego. El árbitro no le entendió y hubo que llamar a un intérprete. Pasaron varios minutos. El Negro Jefe sabía lo que hacía: ganar tiempo, calmar el ambiente, iniciar una guerra de nervios.

En el minuto 17, Schiaffino empató el partido. Y a falta de 10 minutos, el Negro Jefe dio el balón a Ghiggia y éste marcó el 2-1. Fue el fin del mundo. No hubo ni ceremonia final, ni música, ni entrega de trofeos. El Negro Jefe tuvo que arrebatarle la copa de las manos a un desorientado Jules Rimet, presidente de la FIFA. Brasil entero lloraba. La selección brasileña no jugó otro partido en dos años. Y no volvió a lucir el color blanco que vestía hasta el maracanazo.

En esa noche amarga de Brasil, el Negro Jefe se negó a celebrar la victoria con sus compañeros. Se marchó a recorrer bares, triste por los vencidos. Acabó bebiendo y consolándose con varios aficionados brasileños. Al día siguiente no quiso fotos, ni compartir festejos con los federativos. No sentía ningún ardor patriótico. ¿La explicación? «Mi patria es la gente que sufre». Le dieron un dinero y compró un coche viejo, de 1931; se lo robaron a la semana siguiente.

Se retiró en 1955 para vivir en la pobreza con su mujer, y siguió rumiando, como si la noche del maracanazo fuera infinita, su desprecio por los dirigentes y su compasión por los brasileños. «Ganamos porque ganamos, nada más», afirmó, muchos años más tarde. «Nos llenaron de pelotazos, fue un disparate. Jugamos cien veces, y sólo ganamos ésa». Los más grandes escritores de fútbol, Fontanarrosa, Soriano, Galeano, publicaron obras sobre el Negro Jefe.
Obdulio Varela, el Negro Jefe, murió en 1996, meses después de morir su mujer. Sus botas de Maracaná y su camiseta, con el número 5, se guardan en la Federación Uruguaya. Al final, hasta eso se quedaron los dirigentes.

Yo no soy caudillo. A mí lo único que me gustaba era jugar al fútbol; mandar un poco; ordenar algo adentro de la cancha y nada más. Se nace para mandar. Eso no se aprende. Yo no represento nada. Todo lo que se diga son mentiras. Soy una persona como cualquier otra y lo único que me queda es la satisfacción de haber cumplido. La gloria no existe. La gloria es tener amigos que a uno lo quieran. Con la fama no se vive. A la olla hay que meterle algo adentro.

MEDIOCAMPISTA OFENSIVO: Lothar Matthaus

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El ex DT de RacingEl símbolo máximo de la selección alemana no podía ser otro que el número de este ranking. Lothar Herbert Matthäus, nació en marzo de 1961 en Erlangen, una ciudad de Franconia. En la tranquila Herzogenaurach, donde la compañía adidas tiene su sede. Loddar, como le dicen, se incorporó a las categorías juveniles del club de fútbol local. Matthäus no se veía jugando al fútbol, así que empezó a cursar estudios de decoración de interiores (!), que completó con éxito pese a su carrera profesional. No obstante, pronto se hizo evidente que encontraría su lugar en el verde césped y no entre muebles y cortinas.

Matthäus fue convocado a los 18 años a la selección nacional juvenil de Alemania, y en consecuencia atrajo la atención de la Bundesliga. Ese mismo verano de 1979, el volante fue fichado por el Borussia Mönchengladbach, uno de los clubes de mayor éxito de los años setenta. Pero Lothar, que desde siempre ha tenido un carácter fuerte, no se dejó impresionar por los grandes nombres y enseguida se ganó el favor de Jupp Heynckes, entrenador entonces del club de la Baja Renania. Entre los Potros, el franconio se hizo un hueco en el once titular en su primera temporada y el equipo alcanzó la final de la Copa de la UEFA, aunque perdió ante el Eintracht Frankfurt.

Gracias a sus constantes buenos desempeños en el mediocampo, Matthäus fue nominado para la Eurocopa 1980, donde disputó su primer partido internacional (contra Holanda, 3-2). Al final del certamen, festejó su primer gran título con el combinado teutón. En los años que siguieron, Matthäus perfeccionó sus cualidades, tanto en su club de Gladbach como en la selección alemana. Y aunque no pudo cosechar grandes éxitos en la Bundesliga, fue asiduo integrante del equipo dirigido por Jupp Derwall. Fue al 1982 en España. Sin embargo, al igual que le ocurriera dos años antes con Bernd Schuster, su posición en aquel equipo estaba preasignada a un jugador más experimentado que él, Paul Breitner, de manera que tuvo que conformarse con ser suplente.

La mejor época de Matthäus se inició en 1984 con su traspaso al Bayern de Múnich. Con el gran Udo Lattek, el de los guantes(?), siguió los pasos de Breitner y condujo al club de la capital bávara hasta el título de liga ya en su primera campaña. Luego, el joven de Erlangen fue acrecentando su caudal futbolístico año tras año hasta convertirse en uno de los mejores del Mundo. En su segundo año en la entidad a orillas del Isar, logró el doblete de liga y Copa de Alemania.

Fue titular en México 1986, donde se retrasó un poco hasta el centro de la cancha junto a Felix Magath, que se encargaba de la recuperación para que Lothar jugara. Se vio al mejor Matthaus en este Mundial, llevando a los de Beckenbauer hasta la final, donde Burru les cortaría las alas.
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Tras ganar su tercer Bundes con el Bayern en el 87, el astro anunció su traspaso al Inter de Milán. Nada menos que Giovanni Trapattoni fue el entrenador de Matthäus en la liga italiana. Y bajo la tutela de este estratega, el alemán se transfiguró en estrella mundial. Como ya le sucediera en Múnich, en su primera temporada en el Inter ganó el Scudetto. Y un año después, alcanzó la gloria, en Italia 1990, donde capitaneó y manejó sensacionalmente los hilos del entramado alemán que se coronó campeón del mundo. Por si fuera poco, ese mismo año fue distinguido con los premios al Futbolista Alemán del Año, Futbolista Europeo del Año y Futbolista Mundial del Año. En 1991, el as teutón volvería a ser honrado con el título de Jugador Mundial de la FIFA.

Tras una larga convalecencia por su lesión en el ligamento cruzado de la rodilla, Matthäus regresó al Bayern y, en septiembre de 1992, volvió a competir en la Bundesliga. A partir de entonces cambió de posición sobre el terreno de juego, tanto en su club como en la selección. De ocupar el centro de la cancha pasó a actuar de líbero en una demarcación bastante más retrasada. A las órdenes de su antiguo mentor, Beckenbauer, el nuevo mariscal de la defensa reconquistó con los muniqueses en 1994 el campeonato alemán. En cambio, sufrió una dolorosa desilusión en la cita global organizada en Estados Unidos, donde Alemania se despidió en cuartos de final tras naufragar ante Bulgaria.

» Es el mejor adversario al que me he enfrentado a lo largo de mi carrera, creo que eso basta para definirlo» Diego Armando Maradona (Igual dijo esto de Baresi y de un par más)

Las lesiones siguieron cebándose con el entonces líbero. En 1995, con 34 años, un desgarro en el talón de Aquiles apartó de los campos durante varios meses y algunos expertos empezaron a hablar del ocaso de su carrera. Pero se equivocaban. Merced a su increíble disciplina y fuerza de voluntad, Matthäus volvió a resurgir de sus cenizas tras ese revés y contribuyó de manera decisiva a que el campeón histórico alemán alzara la Copa de la UEFA en 1996. LTA Bild(?).

Matthäus se perdió la Eurocopa de Inglaterra por su pelea con el entonces seleccionador alemán, Berti Vogts. Dos años más tarde, sin embargo, Matthäus, de 37 años, fue a la Copa en Francia. Su último partido mundialista lo disputó en cuartos de final contra Croacia, llegando a 25 partidos en Mundiales, récord absoluto.
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Su último gran torneo finalizó con una enorme decepción. En la Eurocopa de Bélgica y Holanda 2000, los alemanes fueron despachados en la primera ronda. En el tercer duelo de grupo contra Portugal, Matthäus puso punto final a sus 20 años de idilio con la selección de Alemania, después de 150 partidos y participación en cinco Copas Mundiales, llegando a tres finales

El genio táctico colgó definitivamente los botines en el 2000 en las filas del NY Metro Stars estadounidense, dejando atrás más 900 partidos y 200 goles.

ENGANCHE: Diego Maradona

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Imposible escribir sobre el Diego. Pero imposible. Este redactor intentó afrontar este primer párrafo no menos de quince veces, sin saber como hacer una introducción acorde al mejor futbolista de todos los tiempos, al símbolo más grande que este país tuvo o tendrá. Aclarado esto, cuando se habla del enganche que fue Maradona, no se habla del enganche típico, porque el Diego no creaba fútbol solo para otros, si no también para él mismo. Empezaba de enganche, pero terminaba jugando de cualquier cosa, solo porque podía. Sin dudas, se puede decir que el Dié fue mediopunta, como también segundo delantero. Pero la ubicación que merece que sea reseñado el mejor pasador de todos los tiempos es esta.

Si usted no es argentino déjeme explicarle algo. La ascendencia de la figura de Maradona en la sociedad argentina no tiene comparación. A un marketing sobreexplotado en innumerables productos hay que añadir toda suerte de expresiones artísticas asociadas a la figura del futbolista. Murales urbanos, obras pictóricas, monumentos escultóricos desperdigados por el país, como las estatuas de Bahía Blanca o la del Museo de la Pasión Boquense, ambas de tres metros de altura. Canciones dedicadas «como la Mano de Dios» de Rodrigo, “Maradona” de Andrés Calamaro, el “Maradona Blues” de Charly Garcia, el mítico “Maradó” de Los Piojos, o el “Santa Maradona” de Mano Negra. Obras de teatro centradas en su persona, películas como el documental “Amando Maradona”, “El Camino de San Diego” de Carlos Sorín, o “Maradona by Kusturica” del afamado director serbio. Decenas de monográficos, cómics, viñetas y biografías del astro, entre los que destaca su biografía autorizada “Yo soy el Diego” que va por la novena edición. La aparición de la Iglesia Maradoniana, parodia de religión, no es más que una muestra más de un culto, real, que cobró su máxima expresión en la impresionante movilización popular a las puertas de la Clínica Suizo Argentina durante su internación en el 2004. En el rango institucional Diego Armando Maradona ha llegado a adquirir honores de estado. Ha sido recibido en audiencia privada por casi todos los presidentes de la República Argentina en estos últimos veinte años, honrado con la máxima distinción del Senado, el premio Domingo Faustino Sarmiento en un abarrotado y enfervorizado Salón Azul y nombrado, en un gesto sin precedentes, embajador honorario del gobierno argentino presidido por Menem. Pero sin duda, el mayor legado y significación de Maradona fue aquel que nos brindó el mismo protagonista sobre un terreno de juego.
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Diego Armando Maradona nació el 30 de octubre de 1960, en Villa Fiorito, un barrio marginal de Buenos Aires, Argentina. Nace en el Policlínico Evita, de Lanús y es el quinto hijo, primer varón, de Diego Maradona y Dalma Salvadora Franco, conocida como la Tota. Se crió en un ambiente de extrema pobreza, jugando al fútbol con amigos, desde muy pequeño por los potreros y canchitas de la zona. Su primer equipo se llamaba Estrella Roja, fundado por su padre para que jugaran los chicos del barrio, ahí jugaba con sus amigos, entre ellos Gregorio Carrizo (el Goyo), su compañero en la escuela Remedios de Escalada de San Martín.

Goyo jugaba en las inferiores de Argentinos Juniors y un día se le ocurrió preguntarle a Diego si se animaba a probarse en el equipo, lo dudó un poco pero finalmente aceptó la idea. El Goyo lo encaró a Francis Cornejo, delegado de las divisiones inferiores y de reclutar pibes para Argentinos Juniors y le comentó que tenía un amigo que jugaba mejor que él. Se inició en el mundo del fútbol a los nueve años, en un equipo infantil, Los Cebollitas.

A los 15 años firmó con la primera división de Argentinos Juniors. Su carrera siguió en Boca Juniors, Barcelona, Nápoli, Newells y Boca Juniors nuevamente. Diego debutó en primera división oficialmente el 20 de octubre de 1976, ante Talleres de Córdoba. En Argentinos, jugó hasta 1981, habiéndose convertido en el goleador de los torneos Metropolitano del ´78, Metro ´79, Nacional ´79, Metro ´80 y Nacional del mismo año. Para ese entonces, toda la crítica futbolística apuntaba a ese joven que deleitaba al público con su habilidad «extraterrestre». Para 1980, ya habiendo jugado varios partidos en el seleccionado Argentino, Maradona ya era considerado el mejor jugador del mundo. En febrero de 1981, su pase a Boca Juniors, logra título metropolitano del 81 el único del Dié en el club de la Ribera. Boca no pudo retenerlo por problemas económicos, y Barcelona de España se lleva el jugador para que se les una luego del mundial que se jugaría en ese país.
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España 82 mostró a un Maradona jugando a un nivel muy bajo, salvo con Hungría, lo que lo hizo acreedor de montón de críticas por parte de los medios argentinos, rápidamente dispuestos a matarlo ante cualquier eventualidad, costumbre que se repetiría hasta al hartazgo a lo largo de su historia. La etapa de Maradona en Barcelona es recordada como una gran decepción. Aunque lo cierto es que entre lesiones, una pequeña enfermedad y una dura sanción al crack le quedó muy poco tiempo para demostrar. En dos temporadas, al Diego le pasó prácticamente de todo. Y muy poco fue bueno.

El primer año vio lastrado su rendimiento a partir del mes de diciembre, cuando se le detectó una hepatitis que le apartó tres meses de los terrenos de juego. A pesar de la prolongada ausencia, Maradona marcó 11 goles en 20 partidos y consiguió con el Barça la Copa del Rey y la Copa de la Liga. En este último se vivió el mejor momento del Diez con los azulgrana, cuando el Santiago Bernabéu se rindió a su calidad tras marcar un precioso tanto. Pero su paso por la Ciudad Condal se resumen en un momento, en una fecha crucial para su futuro en el club azulgrana. Aquel 24 de septiembre de 1983, en su segunda temporada, el día en el que Goikoetxea le hizo una entrada criminal que terminó con una fractura en el tobillo izquierdo del Pelusa, la temporada de Maradona quedó marcada. «Me rompió todo», le dijo el argentino a Migueli en el momento de la entrada. «Sentí un fuerte golpe, fue un ruido como el de una madera que se rompía», recordaba más tarde.

Maradona se reencontró con Goikoetxea, y el Barça cayó por 1-0 ante el Athletic. La derrota y las duras entradas que había recibido durante todo el partido hicieron explotar al Dié, que inició una batalla campal recordada por todos. Esto desembocó en una sanción de tres meses que terminó sellando su boleto de salida. Napolés le esperaba con los brazos abiertos.

Que la estancia de Maradona en Nápoles iba a ser única quedó claro desde el primer día del Diez en el club italiano. Aquel 5 de julio de 1984, un estadio San Paolo repleto recibía con los brazos abiertos al que esperaban fuera su salvador. Comenzaba un idilio que duraría siete temporadas. Durante esos años el mundo disfrutaría de la mejor versión del ‘Pelusa’. Y también del inicio de su caída. En la primera temporada de la era Maradona, el Nápoles arrancó el campeonato mal pero se recuperó y abrió los ojos a los dirigentes del club: con el argentino en la plantilla, merecía la pena invertir para luchar por el Scudetto. Un año después, el Nápoles terminaba tercero y confirmaba su progresión.

El Mundial de México marcó un antes y un después en la carrera de Maradona, y el Nápoles, fue el gran beneficiado. Un histórico doblete (Liga y Copa), más la fórmula MaGiCa (Maradona, Giordano y Careca). El club italiano sumó dos subcampeonatos en el Calcio y conquistó su primer título internacional: la Copa de la UEFA. En la temporada 89-90, la penúltima de Maradona en Italia, el crack argentino volvía a mostrar el camino al Nápoles hacia su segundo Scudetto. Todo eran buenas noticias en el entorno del Diego: ganaba títulos, se sucedían los nacimientos de sus hijos y su estancia en Nápoles no podía ser más placentera.
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Hasta aquel fatídico 17 de marzo de 1991. Tras las victoria por la mínima ante el Bari, Maradona realizaba un control antidopping y daba positivo por cocaína. La extensa sanción que le alejaba del césped durante quince meses provocó que Maradona se retirara de los focos durante una temporada para pensar qué hacer con su futuro. Más tarde se vería que éste estaba ya lejos de Italia.

De acá en adelante la carrera del Diego hay poco para destacar y la mayoría muy doloroso para todos. Sevilla, Newells, Boca de vuelta, hasta que se retiró en el 97. Su papel como DT es discreto, siendo uno bueno porque se trata de Maradona.

Falta recordar lo más glorioso. Desafectado en el 78, campeón juvenil en el 79, fracasando en el 82, llega Bilardo, quien optó por reconstruir la selección con jugadores que sólo jugaran en el país y Maradona se vio obligado a superar una larga travesía de tres años sin contar para la albiceleste. El ‘Pelusa’ regresó en mayo de 1985 en un amistoso y recuperó su sitio enseguida en la selección.

Un año después, Maradona se desquitaría de ese amargo sabor que le dejó su primer Mundial. Cinco goles durante el campeonato (uno a Italia y dos a Inglaterra y Bélgica) y actuaciones tan memorables como decisivas contribuyeron de manera notable a que Argentina levantara la Copa del Mundo. Lo haría precisamente el Diego en su condición de capitán. Maradona alcanzaba su cima futbolística.

…La va a tocar para Diego, ahí la tiene Maradona, lo marcan dos, pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, y deja el tendal y va a tocar para Burruchaga… ¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! Ta-ta-ta-ta-ta-ta… Goooooool… Gooooool… ¡Quiero llorar! ¡Dios santo, viva el fútbol! ¡Golaaaaaaazooooooo! ¡Diegooooooool! ¡Maradona! Es para llorar, perdónenme… Maradona, en corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos… barrilete cósmico… ¿de qué planeta viniste? ¡Para dejar en el camino a tanto inglés! ¡Para que el país sea un puño apretado, gritando por Argentina!… Argentina 2 – Inglaterra 0… Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona… Gracias Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este Argentina 2 – Inglaterra 0…».

En el Mundial de Italia ’90 Maradona experimentó la dolorosa experiencia de perder una final de un Mundial y cuatro años después tuvo que abandonar su cuarto torneo de manera prematura. En Estados Unidos, Maradona marcaría su último gol en un Mundial ante Grecia ya que terminaría siendo expulsado del campeonato por su dopping en los días previos al partido con Nigeria. Igual, nada de esto empañaría su idolatría popular.

MEDIOPUNTA: Johann Cryuff

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Hendrik Johannes Cruijff nació en Amsterdam, Holanda, el 25 de abril de 1947. Se puede decir, sin ponerse colorado, que este hombre es el mejor jugador nacido en Europa de todos los tiempos. La infancia de Johan estuvo ligada a una pelota de fútbol y al Ajax de Amsterdam, pues con sólo diez años fue escogido entre 300 niños para formar parte de las categorías inferiores del club, creciendo en la universidad (?) del fútbol de ataque.

A la edad de doce años perdió a su padre, por lo que se vio obligado a ayudar a su hermano con la economía familiar. Un par de años después, encontraría una nueva figura paterna en el cuidador del campo del Ajax al que ayudaba en su trabajo. Dentro de la estructura de los ajacied pasó rápidamente por todas las categorías inferiores (incluidos trabajos como el de limpiabotas y cuidador del vestuario), hasta que consiguió llegar a primera, y debutar en la Liga Holandesa a la tierna edad de 16 años.

El partido del debut se celebró el 15 de noviembre de 1964, enfrentándose al GVAV Groningen. Se producía así el inicio de la carrera de este crack, que contribuiría en hacer al Ajax el claro dominador del fútbol del viejo continente, consiguiendo 6 Ligas y 4 Copas Holandesas, 3 Copas de Europa, 1 Copa Intercontinental y 1 Supercopa de Europa.

Cuando el Ajax destrozó al Liverpool por 5-1 fue evidente que aquel delgado adolescente de pelo largo no era un jugador corriente y cuando levantó su tercera Copa de Europa consecutiva en 1973 todo el mundo sabía ya que era uno de los mejores jugadores de la historia. Su figura se convirtió en un referente del mundo del fútbol, consiguiendo en tres ocasiones el Balón de Oro, en los años 1971, 1973 y 1974.
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Si Maradona y Pelé son recordados por lucir el número 10 en sus camisetas, Cruyff lo es por el dorsal 14, algo en principio extraño, pues en los años 1970, cuando no existían las camisetas personalizadas, los números superiores al 11 estaba reservados a los suplentes.

La ruptura con el Ajax llegó en la temporada 1973-74, cuando el club de la capital holandesa negoció el traspaso de Cruyff al Real Madrid. Al saberlo el jugador, hizo muestra de una rebeldía que también le caracterizó durante toda su carrera, y decidió no ir al Madrid, sino por su máximo rival, el Barcelona, club por el que tenía mayor estima en su juventud. El traspaso de Cruyff al Barcelona se convirtió en el más caro en la historia del fútbol hasta ese momento (60 millones de pesetas) y firmó un contrato de 12.000 dólares mensuales. Si lo ponemos en perspectiva con lo que se cobra ahora en el mundo del fútbol, no se compara.

Cruyff fue recibido en Barcelona como un auténtico ídolo, y es que la afición blaugrana veía en él la única esperanza de que su equipo saliese a flote, porque hacía catorce años que no ganaba la Liga. Y Johann no defraudó a nadie. El equipo dio un giro desde entonces, consiguiendo no perder ni un sÓlo encuentro desde la llegada del Flaco, y logrando ganar por fin el Campeonato. Además, estuvo el famoso 5-0 en el Bernabeu en el cual la descosió toda Johann. Acabó esa primera temporada con 24 goles en su haber.

En el verano de 1974 disputó como capitán de la selección holandesa el Mundial de Alemania. El conjunto holandés desplegó un juego que pasaría a la posteridad como fútbol total, y que giraba en torno a la figura de Cruyff. Esta selección de los Países Bajos sería recordada como la Naranja Mecánica, siendo considerada uno de los equipos más grandes de la historia del fútbol. La final la disputó contra Alemania Federal, tras machacar a Brasil y a Argentina en rondas anteriores. Los anfitriones, encabezados por Franz Beckenbauer, se impusieron 2 a 1. Pero Cruyff fue designado como el mejor jugador del Mundial.

En 1978 decidió no participar del Mundial de Argentina debido a la violación masiva de derechos humanos que realizaba la dictadura imperante. Su estancia en el Barcelona duraría tres temporadas más, en las que sólo conseguiría ganar una Copa del Rey, aunque continuó marcando diferencias como estrella futbolística. Problemas con la directiva le llevaron a tomar la decisión de abandonar el club. Sin embargo, su estancia en Barcelona dejó una gran huella en su persona, pues se integró muy rápidamente en la cultura catalana.

Tras un breve período de inactividad, en el que se le hizo un partido homenaje por parte del Ajax, decidió enrolarse en la Liga Estadounidense, firmando en 1979 por Los Angeles Aztecs. La temporada siguiente la jugaría con los Washington Diplomats, y el año de 1981 lo empezaría la segunda división española, jugando varios meses con el Levante, para posteriormente finalizarlo en Washington de nuevo.

La carrera de Cruyff parecía estar llegando a su fin, pero sorprendentemente fichó de nuevo por el Ajax con la edad de 34 años. Durante sus dos temporadas en el club de su infancia consiguió ganar las dos veces la Liga Holandea, además de una Copa. En su última temporada en el Ajax, la 1982-83 , Cruyff, creó el penal indirecto. En lugar de pegarle, dio una asistencia para su compañero Jesper Olsen, quien le devolvió el pase para que Cruyff pudiera meterlo. Esa última temporada resultó especialmente complicada para el jugador, ya que se produjo la muerte del que había sido para él su segundo padre. Cruyff cayó en un bajo estado de ánimo, y el presidente del Ajax llegó a declarar que al jugador ya le faltaban capacidades para seguir jugando en la primera división holandesa.

Y es así como salió a relucir de nuevo el espíritu rebelde de Cruyff, que decidió irse al máximo rival, el Feyenoord de Rotterdam, contando ya con 37 años en sus espaldas. En la que fue su última temporada consiguió hacer doblete, ganando la Liga y la Copa, además de ser designado como mejor jugador del campeonato liguero. Su carrera como jugador no pudo terminar de manera más triunfal.
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Cruyff jugaba en el centro del campo, pero al igual que anteriormente Pelé, Di Stéfano o Beckenbauer, Cruyff rediseñó su posición y trajo al fútbol algo nunca visto hasta entonces, el fútbol total. Para Cruyff el fútbol era ataque y en este residía la belleza del juego. Además de dirigir a sus compañeros con una inteligencia poco común, individualmente Cruiff era un jugador superdotado. Es difícil describir las cosas que hacía con el balón, pero basta un ejemplo.

Tras sufrir un infarto de miocardio que estuvo a punto de costarle la vida, Cruyff hizo un comercial en España contra el tabaco. Filmado en una sola toma Johan sacó una cajita de tabaco y por veinte segundos la tocó con el pie, la rodilla, la cabeza, el pecho, se la preparó y en una media volea la sacó de la imagen. Eso era lo que hacía con una cajita de tabaco. Imaginénse con una pelota.

No pasó mucho tiempo desde su retiro como jugador profesional hasta su vuelta a los terrenos de juego. Como entrenador del Ajax conquistó una Recopa de Europa y dos Copas Holandesas. De nuevo fue llamado por el Barcelona y lo que no conquistó como jugador blaugrana lo hizo como entrenador ensamblando el que se llamó Dream Team. Cuatro Ligas consecutivas, una Copa del Rey, una Recopa de Europa y finalmente la Copa de Europa en 1992. Más o menos. Hoy la sanfilipea toda con el Barcelona, diciéndole a Messi que tiene que hacer y pavadas por el estilo.

WING/EXTREMO: Garrincha

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Indescifrable, escurridizo, veloz, mágico. Esos son apenas algunos de los adjetivos calificativos que le cabían al brasileño Garrincha, uno de los mejores y más recordados atacantes que se hayan vestido la camiseta del seleccionado brasileño a lo largo de la historia. Con sus regates y goles, los sudamericanos ganaron los Mundiales de 1958 y 1962.

Si Pelé es considerado como el futbolista técnicamente perfecto por los brasileños, Garrincha será recordado de por vida como la desfachatez hecha jugador. Atrevido, alegre, divertido, este delantero derecho arrancó las sonrisas de miles de aficionados en todas sus actuaciones.

Pero la vida de Manoel Dos Santos, como lo llamaron sus padres, no fue siempre de color de rosa. En su infancia, no sólo enfrentó a las defensas más duras de su humilde barrio. Desde su nacimiento en Río de Janeiro, un 28 de octubre de 1933, este virtuoso atacante debió afrontar problemas para dedicarse a su deporte más amado: el fútbol. Por una jugada del destino, el brasileño nació con una pierna 6 centímetros más corta que la otra, lo que lo obligó a visitar varios médicos que le aconsejaron olvidarse del balón.

El sobrenombre de Garrincha con el que se le conoció obedece a la ocurrencia de uno de sus 12 hermanos, Rosa, quien lo apodó así en referencia a uno de los pájaros más feos que habitan en Mato Grosso. «Era flaco, chueco, cojo y tenía desviada la columna», repiten quienes lo conocieron en su niñez.
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Perseverante como pocos, Garrincha lo intentó todo para convertirse en un jugador profesional. Y vaya si lo logró. En 1953, y tras ser descartado en varios equipos por su físico particular, el brasileño finalmente fue aceptado por el Botafogo por recomendación del ENORME Nilton Santos, humillado por ese juvenil de piernas torcidas en un entrenamiento.

Con esa camiseta, el brasileño desplegó todo su repertorio contra las bandas, donde se cansó de eludir rivales con sus imprevisibles carreras. Los hinchas se volvían locos con sus enganches y amagues capaces de enloquecer a cualquier defensa, por lo que lo apodaron «Alegría del pueblo» y «Chaplín del fútbol».

Rápidamente, Garrincha llegó a la selección nacional, con la que debutó el 18 de septiembre de 1955 contra Chile (1-1). En Mundiales, disputó 12 partidos y convirtió 5 goles (50 juegos y 12 goles en total). Apenas cinco años después de su debut en primera división, se consagraría campeón mundial en Suecia 1958, la primera estrella de los actuales pentacampeones. Allí formó una delantera inolvidable junto a Didí, Vavá, Mario Zagallo y Pelé. El equipo que conducía Vincente Feota obtuvo además otros reconocimientos, ya que fue el primer equipo campeón fuera de su continente, además de coronarse en forma invicta.

No obstante, Garrincha tendría su explosión futbolística cuatro años más tarde. En Chile 1962, este flaco y desgarbado delantero fue considerado el mejor jugador del torneo. Brasil, dirigido entonces por Aymore Moreira, sufrió la baja de Pelé por lesión. Allí surgió la magia incalculable de quien se anotó además como uno de los tantos goleadores que tuvo el torneo con 4 conquistas. «¿De qué planeta procede Garrincha?», se preguntaba el diario Mercurio de Chile tras la eliminación de los locales a manos de los brasileños. La obtención del bicampeonato enalteció aún más la imagen del jugador del Botafogo en Brasil, donde muchos lo consideran el mejor jugador de la historia del país.

Su última aparición mundialista se produjo en Inglaterra 1966, donde exhibió los últimos destellos de su juego famoso en todo el planeta. Lamentablemente para él, Brasil fue una sombra del equipo campeón en Chile y quedó eliminado en primera ronda como consecuencia de las derrotas ante Hungría y Portugal. Garrincha jugó los tres encuentros, y anotó un gol en el único triunfo del conjunto de Vincente Feota ante Bulgaria.
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El fenómeno Garrincha superó lo estrictamente futbolístico, por lo que se convirtió en actor involuntario de las obras de muchos artistas latinoamericanos.

«Cuando él estaba allí, el campo de juego era un picadero de circo; la pelota, un bicho amaestrado; el partido, una invitación a la fiesta. Garrincha defendía a su mascota, la pelota, y juntos cometían diabluras que mataban de risa a la gente. Él saltaba sobre ella, ella brincaba sobre él, ella se escondía, él se escapaba, ella lo corría. En el camino, los rivales se chocaban entre sí», definía Eduardo Galeano

En cuanto a su carrera deportiva en clubes, su gran amor fue el Botafogo, equipo donde jugó durante 12 años, consiguió 3 campeonatos paulistas, 2 cariocas y convirtió más de 230 goles. En 1966 se marchó al Corinthians antes de pasar por el fútbol de Colombia y Francia, aunque ya no volvería a ser el de antes.

La vida le jugó una mala pasada al imparable «anjo de pernas tortas» (El ángél de las piernas torcidas, tal y como le bautizó un poeta brasileño). El jugador que había superado limitaciones físicas demostrando una increíble destreza deportiva, se perdía en una vida alborotada y plagada de vicios.

Su habilidad para la gambeta en la cancha lo abandonó a la hora de esquivar su reconocida adicción al alcohol y su inquebrantable amor por las noches que le complicaron el camino hacia un final de carrera brillante. En las calles y con cirrosis, Garrincha se despidió de la vida a la temprana edad de 49 años, un 20 de enero de 1983. Su cuerpo fue velado en el mismísimo estadio Maracaná, al que acudieron miles de fanáticos. Su cajón, besado por muchos, llevaba la bandera de Botafogo.

En el cementerio donde Garrincha fue enterrado hay un pequeño homenaje que demuestra todo el amor que sintió Brasil por su dos veces campeón. «Fue un niño encantador. Hablaba con los pájaros».

SEGUNDO DELANTERO: Pelé

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«O Rei». Goleador increíble, pasador genial, gambeteador nato, Pelé hizo soñar a generaciones enteras de brasileros y de chicos de todo el mundo. Gracias a su legendario número 10, la Seleção simboliza para todos los amantes del fútbol el juego vistoso por excelencia.

El internacional brasileño Waldemar de Brito se fijó en él cuando tenía 11 años y, a los 15, fichó por el Santos. Disputó su primer partido amistoso en septiembre de 1956, contra el Corinthians de Santo André, y marcó un gol. Aún no había cumplido los 16 años. Comenzaba la leyenda.

En 1958, a la edad de 17 años, participó en su primera Copa del Mundo. El mundo descubrió a un adolescente algo pequeño que, a pesar de salir de una lesión, iluminaría el torneo. No jugó hasta el tercer encuentro, frente a la URSS. Se hizo con la titularidad a petición del resto del equipo, que quería una sociedad Garrincha-Vava-Pelé en ataque.

Marcó su primer tanto contra Gales, en cuartos de final, y luego un triplete contra Francia en semifinales. Nadie supo ya cómo detener a este jugador que poseía todas las virtudes: técnica, rapidez, oportunismo, inteligencia… Su clase maravilló. Contra Suecia, en la final, se lució con dos goles fantásticos. En uno se permitió elevar la pelota con un taco por encima del último defensa y engancharla de volea. En el otro, cabeceó un balón que se metió en el arco de un estupefacto portero sueco. Sigge Parling, defensa escandinavo, declaró más tarde: «Después del quinto gol, tenía ganas de aplaudir».

Al final del partido, Pelé salió en hombros de sus compañeros. El niño que aún no había dejado de ser se deshizo en lágrimas. Gilmar, el portero de la verdeamarelha, fue el encargado de consolarlo. De vuelta a su club, el halo de Pelé deslumbró a todos, para desánimo de todas las defensas del país. Muy pronto se convirtió en un ídolo. 127 goles en 1959, 110 en 1961, dos Copas Libertadores (1962, 1963), dos Copas Intercontinentales (1962, 1963), nueve Campeonatos de São Paulo… Pelé lo ganó todo.

En 1962, la Copa celebrada en Chile pareció ser la suya. Sin embargo, a pesar de encontrarse en plena curva ascendente, debió dejar que sus compañeros revaliden el título sin él, ya que se fue lesionado en el segundo partido ante Checoslovaquia, luego de agravar su lesión muscular en los aductores. En 1966, sufriría el mismo castigo. Recibió una patada en el tercer partido, ante Portugal. Abandonó en camilla el terreno de juego y presenció desde la tribuna cómo su equipo caía eliminado. Pelé estaba a esa altura en el punto de mira de todas las zagas.
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La Perla Negra hizo gala de todo su talento durante la siguiente edición. En México, en 1970, flanqueado por Jairzinho, Tostão, Rivelino y Carlos Alberto, Pelé brilló. En el transcurso de esta Copa Mundial, transmitida en color por las televisiones de todo el mundo, el O Rei deslumbró. Su intento de vaselina desde el círculo central frente a Checoslovaquia, el cabezazo al que responde el inglés Gordon Banks con una parada milagrosa e, incluso, su autopase sin tocar el balón ante el portero uruguayo son gestos inéditos que dejan boquiabierto al mundo del fútbol.

Como un símbolo, Pelé marcó en la final, en Ciudad de México, el gol número cien de Brasil en la Copa Mundial ante Italia. Un remate de cabeza hacia abajo desde una altura increíble. Tarcisio Burgnich, el defensor italiano encargado de marcar a Pelé, dirá al final del encuentro: «Antes del partido, me decía: es de carne y hueso, como yo. Luego comprendí que estaba equivocado». Una final de antología, al término de la cual Pelé y los suyos volvieron a casa con el trofeo Jules Rimet, ya que era su tercer título. El jugador ya era un mito. El Sunday Times escribe en titulares: «¿Cómo se deletrea Pelé? D-I-O-S».

Un mito que acumula récords apenas imaginables. En 1969, Pelé marcó su gol número mil en medio de un delirio indescriptible, en el Maracaná. Marcó seis veces cinco goles en un solo partido, 30 veces cuatro goles y 92 veces tres goles. Contra el Botafogo, en 1964, llegó a anotar ocho tantos. En total, 1281 goles en 1363 partidos y 92 participaciones con su selección.

En 1974, Pelé desaparece de la escena futbolística. Volvería un año más tarde, en Estados Unidos. Un contrato con el Cosmos de Nueva York para «hacer el fútbol verdaderamente popular en Estados Unidos». Traducción: $$$$$$$$$$$$$$$$$$$. En 1977, se retiró definitivamente. J. B. Pinheiro, embajador de Brasil en la ONU, declaraba entonces que «Pelé ha jugado al fútbol durante 22 años, y durante este período ha hecho más por la amistad y la fraternidad que ningún otro embajador».

En Nigeria, se decretó un alto el fuego con motivo de la visita de Pelé a Lagos en 1969. El presidente de Brasil le otorgó el título de «tesoro nacional» para evitar un eventual traspaso a Europa. En la ciudad de Santos, el 19 de noviembre se celebra el «Día de Pelé». Es el aniversario de su gol número mil, marcado en el Maracaná.

Seguramente su condición de mulo de la FIFA nos caiga como el orto, ni hablar su eterna batalla con el Dié, pero es un animal impresionante.

CENTRODELANTERO: Ronaldo

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Tras 120 minutos de nerviosismo y una tanda de penales igualmente tensa en la final de 1994, en Pasadena, la selección brasileña podía dar al fin rienda suelta a su alegría: 24 años después, la Copa Mundial volvía a ser suya. Los jugadores corrían por toda la cancha, con banderas y pancartas, una de ellas en homenaje al piloto Ayrton Senna, fallecido semanas antes. El trofeo pasaba de mano en mano: pertenecía a todos. Romário, el nombre del torneo, era una atracción para fotógrafos y cámaras, como es natural, junto al capitán Dunga y el arquero Taffarel.

En medio de aquella fiesta, también había un muchacho de 17 años, con una sonrisa dentona de oreja a oreja, que acababa de proclamarse precozmente campeón del mundo. Sin embargo, entre tantas figuras, ocupaba un segundo plano, y quizás no supiese que estaba destinado a protagonizar una de las carreras más brillantes y, al mismo tiempo, sufridas del deporte rey. Una historia fantástica, por no decir fenomenal.

Hasta el punto de que, cuando anunció que colgaba las botas en 2011, prácticamente con el doble de edad que tenía en aquel eufórico y soleado día californiano, con otra Copa Mundial en su palmarés y la condición de máximo goleador de la historia del torneo, que en Brasil 2014 le arrebataría el alemán Miroslav Klose, Ronaldo Luís Nazário de Lima sabía que había marcado toda una época. Se había convertido de repente en un futbolista clásico.

Al saltar a la fama en un periodo de expansión de la globalización, Ronaldo disfrutó de un privilegio que muchos astros del pasado no habían tenido: casi todas sus acciones antológicas fueron documentadas y divulgadas en tiempo real, y aún hoy son extremadamente accesibles. Aunque, en este caso, la memoria no necesita ayuda para recordar su inolvidable arrancada contra el Compostela en la liga española de 1996, el 11 de octubre, cuando se apoderó de la pelota en el centro del campo, escorado a la izquierda, y se escapó por dos veces de un doble marcaje, hasta alcanzar el área, donde fusiló al portero.

Quizás resulte más difícil encontrar imágenes grabadas del principio de su carrera, en el São Cristóvão, cuando todavía era amateur. Del modesto club carioca se fue a Belo Horizonte, donde debutó como profesional a los 16 años, en las filas del Cruzeiro. En 1994, poco antes de la cita mundialista, fue al PSV Eindhoven, y posteriormente recaló en el Barcelona.

No se perdió en el ojo del huracán, sino que él mismo era un huracán personificado con la camiseta del Barça, con el que firmó aquel magnífico gol contra el Compostela y registró un promedio de casi un tanto por partido, el mismo rendimiento que tuvo en el PSV y en A Raposa. Fue elegido por primera vez Jugador Mundial en 1996, y se ganó el apodo que lo acompañaría hasta el final de su carrera: el Fenómeno, una marca mundial. En 1997, sus relaciones con el club catalán eran agitadas, e hizo las maletas rumbo a Milán, donde se incorporó al Internazionale. Allí volvió a acaparar titulares en la prensa local, y repetiría el premio del año anterior. En la siguiente temporada ganó la Copa de la UEFA, su primer gran título en el fútbol de clubes.

Así llegó, a los 21 años, a la Copa Mundial de Francia 1998, con excelentes perspectivas. Marcó sus cuatro primeros goles en el certamen, de los 15 que acumularía en las tres ediciones en las que saltó al campo. Pero la convulsión sufrida en la víspera de la final le impidió rendir al máximo nivel, y su equipo fue incapaz de imponerse a los inspirados anfitriones, liderados por Zinedine Zidane. Sería el primero de una serie de problemas físicos que obstaculizarían la carrera de Ronaldo en los próximos años: luego vinieron dos graves lesiones de rodilla, la segunda en un partido contra el Lazio en la Copa de Italia, que nos dejó una imagen suya también difícil de olvidar, tirado sobre el césped.
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Ronaldo estuvo 15 meses en el dique seco tras someterse a una delicada operación, y en 2001 empezó a retomar el contacto con el fútbol. En 2002 hizo gala de su capacidad de recuperación y entrega —dos características suyas que también pueden ser calificadas como fenomenales— al regresar a una Copa Mundial, con motivo de la prueba de Corea/Japón 2002, dispuesto a conseguir lo que se le había escapado cuatro años atrás. Junto a su tocayo Ronaldinho y Rivaldo, formó un gran ataque, que cosechó siete victorias en otros tantos encuentros rumbo al título. Sus actuaciones decisivas, con ocho goles, le valieron el premio al Jugador Mundial de la FIFA por tercera vez.

A continuación llegó al Real Madrid, con sólo 26 años, una edad sorprendentemente joven en vista de todo lo vivido las temporadas anteriores y de sus grandes logros. Defendió durante cinco temporadas los colores del acérrimo rival del Barcelona, y formó parte de aquel célebre plantel “galáctico” con Zidane, Raúl, Luís Figo y muchas otras estrellas. En 2006 disputó su último Mundial, en la que tropezó nuevamente con la Francia de Zizou, esta vez en cuartos de final.

Después de un paso rápido por el Milan, que concluyó con otra grave lesión, volvió al fútbol brasileño. Trabajó intensamente para recuperarse de una nueva operación de rodilla, bajo la atenta mirada de los grandes de Europa. Pero, en una inesperada negociación relámpago, acabó fichando por el Corinthians. Allí ofreció un último destello de su enorme calidad: la afición lo adoptó como uno más, y añadió algunos golazos y trofeos a su historial.

En la temporada siguiente, el físico ya no le permitía repetir esas actuaciones. Aquejado de dolores crónicos, en febrero de 2011 anunció que ya no podía más. Todo fenómeno tiene un límite: “He perdido el partido contra mi cuerpo”. Aun así, hablar de límites para Ronaldo siempre fue una temeridad. “Ha sido una carrera linda, victoriosa, emocionante. He tenido muchas derrotas e infinitas victorias”.

AHORA ELEGÍS VOS

[ArquerosLaterales derechosCentralesLaterales izquierdosMediocampistas defensivosMediocampistas oefensivosEnganchesMediopuntasWinesSegundos delanterosCentrodelanteros]


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